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jueves, 13 de septiembre de 2007
LA VISITA DE OLIVIA STONE A LA CIUDAD DE GUÍA

Por ALEJANDRO C. MORENO y MARRERO

La escritora británica Olivia Stone, acompañada de su marido, llegó a Canarias el 5 de septiembre de 1883 con la idea de contar sus experiencias y observaciones en un libro. Esta obra fue editada en el año 1887 con el desafortunado titulo de “Tenerife y sus seis satélites”; sin embargo, debido a su amenidad narrativa, el encanto de la prosa, la incesante curiosidad de su autora y, sobre todo, la inmensa cantidad de información que acumula en sus dos volúmenes de alrededor de mil páginas, ocupa un lugar privilegiado dentro de la riquísima literatura de viajes que existe sobre el Archipiélago.

Según palabras del prof. Jonathan Allen, Olivia Stone preparó admirablemente bien su viaje a las islas durante largas consultas que la llevaron a la biblioteca del Museo Británico, donde manejó toda la bibliografía disponible sobre Canarias. Estos estudios preeliminares le permitieron incluso formarse opiniones sobre determinados aspectos antropológicos y arqueológicos de los aborígenes y contrastar distinta información. Asimismo, expresa el prof. Allen que una vez en las Islas Canarias, contactos claves en Las Palmas de Gran Canaria, La Laguna, Santa Cruz de Tenerife y de La Palma, le brindan a la escritora valiosas cartas de presentación dirigidas a los próceres de las islas menores y diversas personalidades de las mayores, lo que constituye una red vital que impulsa los trayectos y abre la puerta a impresiones y visiones difícilmente accesibles al viajero o turista normal.

Sea como fuere, lo que a nosotros hoy verdaderamente interesa es la visita que el miércoles 7 de noviembre de 1883 la señora Stone hizo a la ciudad de Guía. Por este motivo, gracias a la magnífica traducción de Juan Bedford, hemos considerado conveniente transcribir íntegramente de forma literal su percepción de la misma:

Hay una fonda bastante buena en Guía, a la que llegamos a las 4: 30 p.m. La hora en Guía, sin embargo, tiene siempre un adelanto de treinta y cinco minutos sobre la de Las Palmas, aunque nadie nos pudo explicar la razón. La cena resultó buena y después salimos y llevamos a cabo algunas visitas para entregar nuestras cartas de presentación. D. Francisco Martín Bento nos acogió en su despacho. La mayoría de las viviendas tienen un cuarto en el piso bajo, cerca de la puerta de entrada que ocupa el cabeza de familia y que es su despacho o biblioteca (o ambas cosas a la vez). Para mí es la habitación más alegre de la casa, quizá por la presencia de los libros que le dan una aire de comodidad y de habitado que nos proporcionan las flores de cera, los paños de ganchillo y los cuadros de santos. Tras una corta conversación, D. Francisco nos llevó hasta su esposa y amablemente nos agasajaron con vino y galletas. Queríamos obtener información sobre lo que podía verse en los alrededores y especialmente sobre la Cueva de Gáldar, tan importante históricamente. Sin embargo, cuando D. Francisco se enteró de que teníamos una carta de presentación para D. Rafael Almeida Mateos, nos dijo: “D. Rafael les dará toda clase de información y ayuda”. Por lo tanto fuimos a ver a D. Rafael, que afortunadamente para nosotros se encontraba en casa. Nos dijo que sería imposible ver la cueva porque estaba cubierta de tierra y desechos. Viendo lo decepcionados que estábamos, pensó un momento y dijo que enviaría un mensaje a su hermano y que intentasen limpiarla. Si podríamos esperar un día o dos se podría hacer fácilmente. Esto, sin embargo, era imposible ya que nos quedaba mucho camino que recorrer y mucho que ver. A la mañana siguiente descubrimos lo que habían trabajado durante toda la noche D. Rafael y sus amigos para satisfacer nuestros deseos. Un incidente gracioso ocurrió en la casa de D. Rafael. Nos quejamos de que nuestros caballos no eran muy buenos, de que casi era imposible hacer que cabalgasen, y mencionamos que nos gustaría conseguir mejores animales si era posible. D. Rafael dio unas palmadas -una costumbre muy extendida y que suena muy oriental y de “Cuentos de mil y una noches”- y se presentó un criado a quien le pidió que trajese a un arriero, el mejor que hubiese. Después de unos minutos apareció un hombre en la puerta ¡que resultó ser nuestro arriero! Rápidamente le comenté a D. Rafael en voz baja lo que ocurría y él encontró la situación tan divertida como nosotros. Le preguntó al hombre sobre sus animales, pero no había esperanza de cambiarlos si era verdad que ya teníamos los mejores de la zona. Los caballos de montar son tremendamente escasos y malos, excepto por supuesto los de la gente bien, pero lo de alquiler son los peores del Archipiélago. Creo que más tarde descubrimos la razón. Nos despedimos de D. Rafael, concertando una cita para el día siguiente. De camino a la fonda tuvimos que entrar en una tienda para preguntar cómo se llegaba a ella, y nos lo señalaron amablemente; el tendero, que estaba cenando un plato de puchero, inmediatamente nos ofreció un poco. Es costumbre invitar a los presentes, o a los que llegan durante una comida, a compartirla. Aunque tal invitación no suele aceptarse, del mismo modo que no se espera que alguien se apropie de la casa de un hombre, de sus muebles, de sus libros o de sus caballos, cuando se indican que están “a disposición de usted”. Es simple cortesía. El campesino irlandés también le ofrecerá que comparta lo que hay en su casa, aunque sólo sean papas, pero su ofrecimiento es genuino y se siente ofendido si usted rehúsa. Muchos consideran estas costumbres de los isleños como una señal de hipocresía y, por ello, hacen comentarios muy duros olvidando que una fórmula de cortesía no significa nada. No creo que queramos realmente saber, harto preocupados, cuál es el estado de salud de todo aquel con que nos encontramos, cuando les preguntamos “¿cómo está usted?”.

De estas breves líneas que Olivia Stone dedica en el libro de viajes a su paso por la ciudad de Guía, nos ha parecido ciertamente destacable el hecho de que -por entonces- la hora de este pueblo tuviera alrededor de treinta y cinco minutos de diferencia con respecto a la de Las Palmas de Gran Canaria y que, como ella misma escribía, nadie fuera capaz de darle una explicación a semejante fenomenología, pues recordemos que no se entrevistó con personas ignorantes sino todo lo contrario.

En este sentido, por lo que hemos podido averiguar, todo apunta a que el Francisco Martín Bento del que habla la señora Stone en su relato era un afamado Procurador de los Tribunales hermano de D. Salvador Martín Bento, quien figura como Alcalde de Guía cuando se le concede a este municipio el título de ciudad, en el año 1871. Dicho lo cual, sobra comentar que ambos personajes eran parientes de nuestro admirado Poeta Bento, aquel guiense ilustre cuya vida y obra ha sido ampliamente estudiada por el ingente investigador Joaquín Rodríguez Ramos.

Por otro lado, Olivia Stone cita también al señor D. Rafael Almeida Mateos, una de las figuras más relevantes e influyentes de la sociedad de la época. De esta manera, el historiador Pedro González-Sosa, utilizando como fuente de información una pequeña reseña biográfica que realizaron sus nietos, nos dice que Rafael Almeida fue un hombre incansable en política, agricultura y todo aquello que significase mejora para Gran Canaria y, de forma especial, para su pueblo natal, Guía, del que llegó a ser Alcalde. Además, nuestro cronista dice igualmente que Almeida era un viajero infatigable que fomentó el cultivo de la caña de azúcar y cooperó en los primeros cultivos de la platanera, ya avanzado el siglo XX.

El estudioso Marcos Hormiga considera que los escritores de viajes, sin excepción de nacionalidades, opinan cuando comparan, ya que opinan a través de la propia comparación y sus juicios están mediatizados por la cultura o por el modo de vivir del que provienen. Sostiene Hormiga que independientemente de las opiniones recogidas de autores anteriores, los escritores de viajes son fieles referentes de una época y de una forma de pensar; no obstante, dice también que la señora Olivia Stone, una mujer del siglo XIX de la que suponemos que al igual que sus coetáneas sería una frágil, sumisa y timorata figura femenina al servicio de su esposo, fue capaz de viajar en condiciones infrahumanas y recoger observaciones bajo un prisma puramente victoriano, mejor dicho, femeninamente victoriano.

En fin, el propósito de este trabajo nunca ha sido otra cosa que no fuera ofrecerles una visión diferente pero, en nuestra opinión, muy interesante y necesaria del transcurrir de la vida en esta municipalidad de Guía a fines del s.XIX. Así, no quepa duda de que con tan sólo haber logrado acercarnos a ello, nos sentiríamos enormemente contentados.

BIBLIOGRAFÍA Y OTRAS FUENTES CONSULTADAS:

EDWARDS, Charles: “Excursiones y estudios en las Islas Canarias”. Las Palmas de Gran Canarias, 1998. GONZÁLEZ CRUZ, María Isabel: “La convivencia anglocanaria: Estudio sociocultural y lingüístico (1880-1914)”. Las Palmas de Gran Canaria, 1995. GONZÁLEZ LEMUS, Nicolás: “Viajeros victorianos en Canarias”. Las Palmas de Gran Canaria, 1998. GONZÁLEZ-SOSA, Pedro: “Guía de Gran Canaria: Historia de la máquina y el cultivo de la caña dulce en el siglo XIX”. Las Palmas de Gran Canaria, 2004. GONZÁLEZ-SOSA, Pedro: “Guía de Gran Canaria: Historia del Ayuntamiento y de los edificios que fueron sede institucional”. Las Palmas de Gran Canaria, 2002. GONZÁLEZ-SOSA, Pedro: “Guía de Gran Canaria: Primero villa, después ciudad. Y otras noticias históricas”. Las Palmas de Gran Canaria, 1997. HORMIGA, Marcos: “La visión anglosajona sobre las Islas Canarias”. La Orotava, 2005. LATIMER, Frances: “Los ingleses en las Islas Canarias”. Las Palmas de Gran Canaria, 2005. LUJÁN GARCÍA, Carmen: “La lengua inglesa en Canarias: Usos y actitudes”. Las Palmas de Gran Canaria, 2003. STONE, Olivia: “Tenerife y sus seis satélites” (traducido y anotado por Juan A. Bedford). Las Palmas de Gran Canarias, 1995.


 
Modificado el ( sbado, 12 de abril de 2008 )
 


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Por otro lado, de todas las epidemias que azotaron las islas Canarias en el siglo XIX, Guía sufrió especialmente ese mismo año una de las que causaron mayores estragos, la fiebre amarilla.

Y por si fuera poco, en pleno padecimiento de los efectos de la epidemia apareció una nueva plaga, la de langosta, que arrasó materialmente todo lo que estaba plantado y que hizo protagonizar a los vecinos de las medianías guienses aquella famosa promesa de que si les libraba el Cielo de la plaga, cada año sacarían a la Virgen de Guía en procesión. Cumplióse el ruego, llovió tanto en la comarca que las aguas acabaron con la cigarra y desde entonces en Guía se celebra cada septiembre la votiva y popular Fiesta de "Las Marías"

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