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martes, 31 de julio de 2007 |
LAS PRIMERAS LUCESMúsica de Papagüevos
Santiago Gil
Estamos marcados inevitablemente por las primeras luces. El
arrebol de los atardeceres de nuestra infancia nos enseñó a buscar siempre la
belleza y armonÃa, la emoción de los trazos delicados o la fuerza desgarradora
de un rojo intenso o casi negro de nubes y de noche. En medio de la calle y de
los juegos, o en mitad de una finca de plataneras, uno miraba al cielo y veÃa
una fiesta de colores a su alrededor. Y luego estaba el horizonte, con el mar
más oscuro y decadente, de noche anticipada, cuando mirabas hacia La Atalaya o
Llanos de Parra, o el más luminoso y vÃvido, final último de los dÃas, cuando lo
hacÃamos hacia Sardina, Agaete o Tenerife. El mar lejano iba marcando las pautas
a las tonalidades del cielo, y el Teide, siempre el Teide como referencia mágica
y totémica de nuestra infancia, ponÃa la solemnidad y la grandilocuencia
trasmutando su color o el brillo de las nieves que tantos sueños despertaban en
cada uno de nosotros.
No creo que entonces describiéramos como lo estoy haciendo yo
ahora una puesta de sol. Entraba dentro de la normalidad. La belleza era
entonces parte del paisaje. Sólo al paso de los años, cuando uno recuerda esas
luces y esa majestuosidad celeste encima de nuestras cabezas, se da cuenta de lo
afortunados que fuimos y de cómo quedamos marcados para siempre por ese concepto
de lo bello y de lo emocionante. Fueron miles de ocasos arrebolados y cargados
de amarantos y de improvisadas tonalidades para las que no creo que contáramos
con nombres descriptivos. Los colores de entonces se veÃan y desaparecÃan para
siempre. Ni siquiera las fotos eran capaces de guardar aquellos idÃlicos
momentos. SÃ el recuerdo, sin que uno lo supiera entonces, el recuerdo, ese
extraño que camina con nosotros y que guarda sólo lo que a él le viene en gana,
fue conservando nÃtidos todos aquellos momentos memorables.
Y luego estaba el azul, la sensación de que uno vivÃa siempre
protegido en el azul del cielo y del mar. Las horas de la tarde, por ejemplo, se
me siguen presentando silenciosas, quedas, sólo con sonidos de pájaros e
insectos, y siempre con ese azul radiante sobre nuestras cabezas. El azul y el
sol luminoso contribuyendo a que el tiempo pareciera todavÃa eterno. Uno se
recuerda solo entre esos colores y las calles o los barrancos de la infancia.
Nos sentimos bien cuando el recuerdo nos devuelve ese calor tan cómplice y tan
cercano. Y también cuando en cualquier momento memorable del presente nos
sentimos igual de arropados bajo aquel sol de justicia que paradójicamente se
vuelve evocador cuando ya no azota nuestra espalda o nuestra frente sudorosa. El
sol, el azul, el arrebol de la tarde o la tibia hondura del alba nos acompañan
calentando cada paso que vamos dando por el mundo. Nos basta el recuerdo de
cualquiera de esos rayos o de esos cielos eternos para salvarnos de la
mediocridad, de la estulticia o del miedo. Aquellas luces, nuestras primeras
luces, siguen alumbrando cada uno de nuestros dÃas. Si nos ven esbozando una
media sonrisa en mitad de una tormenta en Londres o en ParÃs no es que estemos
locos de remate. Sólo andamos recordando nuestro cielo y nuestro sol, aquella
insondable belleza que llevamos en el brillo de nuestra mirada allá donde nos
conduzcan los pasos cada vez más erráticos de nuestra existencia. Uno es casi
más de la luz que de la tierra que le vio nacer, de las primeras luces, de
aquéllas que no se apagan ni cuando el mundo parece empeñado en echarnos encima
todo su abismo de noche y de negrura. Cierra los ojos y recuerda cuando alzabas
la vista a los once o doce años de un tarde de primavera en medio de la plaza.
Quédate con esa luz. No la pierdas nunca. Ahà siempre estarás a salvo.
Mayo de 2007. IR A LA WEB DE SANTIAGO GIL
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Modificado el ( martes, 31 de julio de 2007 )
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ESPECIAL
1811-2011 |
En 1811 regÃa el pueblo, en calidad de Alcalde Real, don José
Almeida DomÃnguez, y destacaban como figuras preeminentes
nacidas en GuÃa tres nombres propios que han pasado a la
historia de Canarias: el escultor José Lujan Pérez, el canónigo
y diputado Pedro José Gordillo, y el militar y poeta Rafael
Bento y Travieso.
Por otro lado, de todas las epidemias que azotaron las islas
Canarias en el siglo XIX, GuÃa sufrió especialmente ese mismo
año una de las que causaron mayores estragos, la fiebre
amarilla.
Y por si fuera poco, en pleno padecimiento de los efectos de la
epidemia apareció una nueva plaga, la de langosta, que arrasó
materialmente todo lo que estaba plantado y que hizo
protagonizar a los vecinos de las medianÃas guienses aquella
famosa promesa de que si les libraba el Cielo de la plaga, cada
año sacarÃan a la Virgen de GuÃa en procesión. Cumplióse el
ruego, llovió tanto en la comarca que las aguas acabaron con la
cigarra y desde entonces en GuÃa se celebra cada septiembre la
votiva y popular Fiesta de "Las MarÃas"
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reportaje >> |
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V Ã D E O S - D E - 2 0 0 8 |
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R E P O R T A J E S |
Datos para la historia de la Atalaya de GuÃa
Por Sergio Aguiar Castellano y Javier Estévez DomÃnguez
Señala
el profesor Lobo Cabrera en su estudio “Atalayas en Gran Canaria en el
siglo XVI†(Revista El Museo Canario nº LX, 2005), que la figura del
atalaya o atalayero está recogido en las Partidas de Alfonso X el Sabio,
donde es descrito como: “[…] atalaya son llamados aquellos hombres
que son puestos para guardar […]
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CABALGATA DE CARROZAS 2012
FOTOS DE INFONORTEDIGITAL.COM
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GuÃa cumple en 2013 dos siglos de partido judicial con el temor a su desaparición
Alexis González
Ni
un operador ve beneficio alguno a su anexión por la capital de la isla -
Solo un "ahorro de cinco sueldos" y muchos gastos a la hora de
trasladarse a LPGC. Santa MarÃa de GuÃa es uno de los partidos
judiciales del Reino de España con la soga al cuello. La
reestructuración del territorio anunciada y posteriormente matizada por
el Poder Judicial español (CGPJ) coloca a la cabecera histórica de la
Administración de Justicia en el Noroeste de Gran Canaria en primera
lÃnea de fuego para ser anexionada por la capital de la isla.
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