"EL RÍO" Por Javier Estévez
Toda
geografía tiene su Finis terrae, su non plus ultra, y para la cartografía
mental guiense siempre lo fue El Río.
Más allá nunca hubo nada. La rada de El Río es el paisaje absoluto, donde todos
sus elementos se muestran en su máxima potencia: la horizontalidad del mar se
radicaliza ante la vertical y basáltica mirada de los acantilados. Hay dos
escenarios que siempre me han minimizado irremediablemente: el inabarcable
telón de una noche estrellada y los soberbios acantilados de El Río, que
encuadran la ensenada homónima. Y es probable también que sea de los espacios de nuestro
municipio que albergue más magia y misterio: cuentan que en su pequeño
embarcadero los ingleses cargaban los mejores caldos que se producían en los
terruños llanoparreros; lejos de la leyenda, y cercanos pues al solar de la
realidad, son los episodios de estraperlo que se vivieron en nuestra geografía
en los cada vez más lejanos tiempos de escasez material e ideológica. O el
misterioso túnel excavado por la rumorología y ansias de fantasía del
populacho, que conectaba secretamente el casco de Guía con este escenario, eso
sí pasando por la sacristía de nuestro templo parroquial para que la huida
contase al menos con las necesarias bendiciones de nuestra patrona. Gracias a que Gloria Betancort sigue con su impagable
empeño de no entregar nuestras vidas a la pereza totalizadora que se apodera
actualmente de la juventud, volví el pasado sábado a El Río, junto a trece
infantes y jóvenes, tras muchos años de ausencias evitables. Cada día que pasa,
me convenzo más de que esta mujer es la versión contemporánea del Quijote. Como bien cantó Machado, el camino y el andar son las
mejores metáforas del tránsito humano por la vida, que no es otra cosa que la
existencia. Hoy en día, muchos galenos invitan y aconsejan a sus pacientes
caminar para así evitar dolencias auspiciadas por el tenaz y terco
sedentarismo que nos inmoviliza. Pero
caminar no es sólo un grato ejercicio físico, sino que contiene muchos ingredientes
de incontestable proyección vital. De este modo, durante el itinerario que va desde Guía
hasta el Río, los jóvenes e impúberes que nos acompañaron no sólo descubrieron
valores históricos, etnográficos o naturales que salían a nuestro encuentro,
sino que durante el camino pudieron ejercitar y pertrecharse de ciertos valores
humanos que les serán muy útiles y
necesarios en el incierto transcurrir de su existencia: la toma de decisiones o
la resolución de la disyuntiva que se genera a la hora de escoger el itinerario
correcto que les conduzca satisfactoriamente a su destino final; la humildad que se destila al
solicitar el auxilio de otro compañero
de viaje cuando son incapaces por ellos mismos de superar un obstáculo
imprevisto que impida su progreso; de igual modo, la humanidad que se
desprende al socorrer a ese necesitado compañero; la soledad que les acompaña
durante el camino; el descubrimiento de sus límites y verdaderas posibilidades o la aceptación de
la condición de uno mismo. Hay un viejo proverbio oriental que apunta lo siguiente:
cuando tengas que elegir entre dos caminos, pregúntate cuál de ellos tiene
corazón. Quien elige el camino del corazón, no se equivoca nunca. Para nosotros, el pasado sábado, la excursión a El Río nos
mostró no sólo un paisaje imperioso e íntimo de nuestra geografía cotidiana,
sino que nos enseñó, en sus numerosas vueltas que zigzaguean por sus
laderas, a escuchar y dialogar un
poquito más con nuestro ajado corazón. VER GALERÍA DE IMÁGENES |