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"La pachorra de los caracoles" |
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miércoles, 18 de abril de 2007 |
 Música de Papagüevos
Por Santiago Gil
Ahora que todo parece que se ha acelerado y que se
acabaron los sosiegos y las saudades del pasado, quisiera recordar la
pachorra sabia y sempiterna de los caracoles de mi infancia. De vez en
cuando me los tropiezo en los campos y en los jardines justo después de
la lluvia.
No sé si son los mismos porque no conozco la esperanza de vida de un caracol ni si son capaces de desplazarse decenas de kilómetros con su lenta velocidad constante. La sensación es que siguen siendo los mismos que miraba de niños en los campos guienses. Me imagino que yendo tan despacio y sin agobios la vida se les hará más larga, o al menos les cundirá mucho más que a nosotros, eternos acelerados sin saber hacia dónde nos dirigimos a esa velocidad cada día más vertiginosa e hilarante con la que estamos desperdiciando la propia esencia de nuestra vida.
Pocas veces nos deteníamos de niño, pero cuando lo hacíamos era porque realmente merecía la pena. Los caracoles nos paraban en los caminos. No nos salía la sádica conducta infantil de ir destrozando todo lo que uno se encuentra por delante. Con los caracoles teníamos piedad y nos sentábamos en las piedras o en los riscos a esperar que salieran de sus caparazones. Aparecían poco a poco los cuernos, desconfiados, y luego salía todo el cuerpo de espuma que se desplazaba como un buda relajado por la tierra mojada. Alguna vez he escrito poemas sobre los caracoles y su sabia noción del tiempo. Ya digo que de niños jamás se nos ocurrió pisarlos, y al que lo hacía le largábamos dos tortazos o una buena reprimenda. Éramos sensibles y observadores. Nos parábamos delante de los caracoles como mismo lo hacíamos mirando los sapos de las maretas, las mariposas de abril o los contornos nevados del Teide que se nos aparecía en mitad de la tarde según mirábamos al horizonte. Uno no sabía entonces que estaba aprendiendo cosas de la vida que no iba a olvidar nunca, y todavía hoy sigue sorprendiéndome aquella saudade mágica de los caracoles. Luego estaban los burgaos de las costas, pero éstos eran más prosaicos y apenas se movían de las rocas. Los nuestros, los chuchangos, podían ser enormes y extender sus cuerpos de espuma por el barro llevando tras de sí esa casa que todos desearíamos llevar siempre a cuestas cuando nos perdemos por el mundo. Hoy sigo teniendo cuidado con mis pasos cuando camino sobre la tierra mojada. Me pongo de mal humor cuando en un despiste siento el crujido de algún caparazón hecho añicos y el dolor silente del caracol moribundo. Me gusta observarlos y aprehender su noción del tiempo y sus ritmos cotidianos. Uno quisiera sacarle la misma esencia que le sacan ellos a la vida. Ir despacio es una forma de exprimir el tiempo y de no dejar que nos agote y nos desespere con su paso veloz, vertiginoso e insensible. Ahora los ritmos los marcan otros, y desde que nos despistamos nos perdemos lejos del acontecer tranquilo y sabio de la naturaleza. Por eso nos cuesta tanto encontrar el norte. En ese sentido escribir también es una manera de detener o refrenar el tiempo. Cada paso que damos debería tener una gran importancia; sin embargo andamos insensibles, dejándonos llevar, sin enterarnos ni dónde pisamos ni por qué lo estamos haciendo. Vivimos exactamente igual, y cuando nos empezamos a dar cuenta la mitad de nuestra vida ya se nos ha escapado entre los dedos. Por eso hay que volver al caparazón de nuestros propios recuerdos de vez en cuando, caminar con ellos, valorarlos, y moverlos lentamente a medida que nos movemos nosotros. Eso es lo que hacen los caracoles cuando arrastran sus caparazones. Van despacio porque llevan toda su vida tras de sí, y la mueven con esa pachorra que también estilaban nuestros antepasados para sacarle más partido a su existencia. No debemos dejar de observarlos cuando salen a los campos después de la lluvia. Su bendita lentitud nos puede ayudar a salvarnos. Ellos también llegan a su destino, pero no se mueren antes tratando de correr como locos por los campos. Han aprendido a no suicidar ni un solo minuto de su tiempo.
Abril de 2007.
Abril de 2007. 
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Modificado el ( jueves, 26 de abril de 2007 )
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 LOVE OF MY LIFEPor Santiago Gil
Teníamos nuestras canciones. Estaban los cantautores,
con el maestro Serrat a la cabeza, y también con Silvio, Pablo Milanés,
Luis Eduardo Aute, Víctor Manuel, y por supuesto Braulio. |
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ESPECIAL
1811-2011 |
En 1811 regía el pueblo, en calidad de Alcalde Real, don José
Almeida Domínguez, y destacaban como figuras preeminentes
nacidas en Guía tres nombres propios que han pasado a la
historia de Canarias: el escultor José Lujan Pérez, el canónigo
y diputado Pedro José Gordillo, y el militar y poeta Rafael
Bento y Travieso.
Por otro lado, de todas las epidemias que azotaron las islas
Canarias en el siglo XIX, Guía sufrió especialmente ese mismo
año una de las que causaron mayores estragos, la fiebre
amarilla.
Y por si fuera poco, en pleno padecimiento de los efectos de la
epidemia apareció una nueva plaga, la de langosta, que arrasó
materialmente todo lo que estaba plantado y que hizo
protagonizar a los vecinos de las medianías guienses aquella
famosa promesa de que si les libraba el Cielo de la plaga, cada
año sacarían a la Virgen de Guía en procesión. Cumplióse el
ruego, llovió tanto en la comarca que las aguas acabaron con la
cigarra y desde entonces en Guía se celebra cada septiembre la
votiva y popular Fiesta de "Las Marías"
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V Í D E O S - D E - 2 0 0 8 |
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CRÓNICAS DEL AYER |
A treinta años del fallecimiento de Mr. Leacock
Por Augusto Álamo Suárez, Ingeniero agrícola, y Sergio Aguiar Castellano, Archivero Municipal de Guía Cuando el empresario agrícola, David J. Leacock, popularmente conocido como Mr. Leacock, fallece el 22 de abril de 1980, hace ahora treinta años, desaparece una de las figuras más destacadas y emblemáticas de la historia de la comarca norte de Gran Canaria en el siglo XX.
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 LA MUESTRA ESTARÁ ABIERTA HASTA OCTUBRE Leacock, Harris y Douglas, memoria imborrable de la agricultura canaria
Amado Moreno
Con una singular y lograda exposición abierta anoche en la Casa de la Cultura, el ayuntamiento de Guía rinde justo homenaje estos días a tres destacad,os empresarios ingleses del pasado: David J. Leacock, Douglas Charles Fenoulhet y Anthony Harris. Avanzado el siglo XIX y después en el XX, los tres fueron decisivos en el impulso del cultivo y exportación de plátanos y tomates canarios.
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Centenario del Hospital de San Roque
Pedro González-Sosa Cronista oficial
Se
celebra el lunes 10 de agosto, dentro de los actos del programa preparado
por el ayuntamiento con motivo de sus fiestas patronales, el primer
centenario de la implantación en Guía de Gran Canaria del que constituyó
el también primer hospital allí abierto para el servicio no solo de la
población guiense sino de aquella zona.
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