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sábado, 06 de enero de 2007 |
 Música de Papagüevos
Por Santiago Gil
No sé si condiciona o no crecer sin tener cerca una estación de trenes por la que escaparse. Las aventuras son más aventuras cuando se mueven en tren, lo mismo que la marcha en busca de la gloria, o el mismÃsimo regreso cuando volver es un sinónimo de fracaso.
aSasa La vida pasa de otra manera en los trenes, sobre todo en aquellos lejanos de vapor que ya no vimos, pero también en los destartalados, lentos y oscuros que recorrÃan los años sesenta y setenta de la PenÃnsula. Nosotros no tenÃamos trenes a los que subirnos en busca de la gloria o el fracaso. Para escapar tenÃamos que acudir al barco o al avión. La tierra no es nunca lugar de huida para los canarios. Sólo podemos escapar por mar o por aire, de ahà nuestra inevitable melancolÃa y la tendencia que tenemos a escondernos en todas las orillas o en la lejana presencia del cielo y las estrellas. La huida era un sueño que recreábamos siempre mirando las olas de la playa. En otros lados bastaba una mochila y un poco de determinación para saltar a los vagones de un tren, o para subir a una guagua que ayudara a cambiar de destino, de lengua y de mundo. Nuestras guaguas siempre acababan encontrando las playas o los acantilados de la costa, y el avión era caro, caro y poco romántico para marchar llevando sueños volanderos metidos en la cabeza. Los canarios hubiéramos sido distintos de haber tenido tierra para huir. Pero nos tuvimos que quedar, o regresamos con los mismos turistas que vienen aquà como quienes van a Disneylandia. Ahora tampoco los trenes tienen ese halo aventurero, y de hecho son casi iguales a los aviones. Nuestro romanticismo viajero lo encontrábamos en el barco, pero la huida en barco es lenta, pesarosa y dada a la meditación y al arrepentimiento por las muchas horas muertas que tenemos para pensar. El tren, en cambio, va rápido y aleja igual de raudo los paisajes. Casi no nos deja tiempo para la nostalgia. aSasa Nosotros sólo tenÃamos trenes eléctricos para soñar. Nos encantaba estar durante horas siguiendo la agilidad casi felina de la máquina que iba arrastrando sus hierros por los raÃles. Éramos capaces de estar durante horas dejándonos hipnotizar por la velocidad soñadora de los trenes eléctricos. No recuerdo quedarme quieto de niño muchas veces, me aburrÃan los juegos lentos o los que requerÃan pensar más de la cuenta. Tampoco aguantábamos los entretenimientos pasivos. Sin embargo los trenes tenÃan algo que nos paraba y nos hipnotizaba, tardes enteras escuchando el runrún mecánico de una maquinaria coordinada y perfecta, casi mÃtica para nosotros. Los trenes salÃan en las pelÃculas, y como tales se confundÃan con el divismo de las estrellas, con los campos de batalla del Lejano Oeste y con todo ese otro mundo que tantas veces supimos confundir benditamente con la realidad. aSasa No estábamos sobrados de máquinas en los setenta. Recuerdo que de niños sólo habÃa ascensor en el edificio del Banco Hispano Americano. Para nosotros ir a casa de algunos de los amigos que vivÃan en ese edificio era como entrar en algunas de esas pelÃculas de las que les vengo hablando. Nos tirábamos todo el dÃa subiendo y bajando pisos en el ascensor hasta que el bueno de Dominguito el portero era avisado por alguna vecina apurada por no poder subir las escaleras en un medio que era la envidia de todas sus vecinas guienses. Y lo mismo que digo de los ascensores lo podrÃa decir de los coches teledirigidos: entonces los coches que funcionaban con pilas iban a donde ellos les daba la gana. Tú le dabas a una especie de palanca y ellos se desbocaban chocando con las sillas o partiéndose en cuatro trozos al caer por una escalera. La llegada del Mercedes o el Pegaso de Rico fue una gran novedad, casi equiparable a lo que hoy puede ser una videoconsola: esos modelos, y otros semejantes que empezaron a aparecer, venÃan con un cable incorporado y un mando con el que podÃas dirigir los movimientos y la dirección del vehÃculo. Acababas rendido después de estar durante horas siguiendo a menos de medio metro las evoluciones del Mercedes o del Pegaso, pero por lo menos lo hacÃas tuyo y de alguna manera lo controlabas para que no se estrellara contra las paredes y las patas de todas las sillas de la casa. La aparición de los primeros coches teledirigidos ya nos cogió un poco mayores a los de mi generación, pero no por ello dejamos de alucinar con las inmensas posibilidades de los veloces coches que tú dirigÃas tranquilamente desde cualquier banco de la plaza. Eso sólo lo podÃamos hacer nosotros con los bólidos del escalextrix, pero no era lo mismo, entre otras cosas porque el escalextrix era un coñazo cada vez que te ponÃas a armarlo y porque tampoco lo podÃas llevar a la plaza. Los coches teledirigidos llegaron más o menos en los mismos años que las teles en color, y la verdad es que nosotros vimos todo aquello como una consecuencia de la muerte de Franco: atribuÃamos la llegada de las máquinas y los colores a la desaparición de un régimen que sà percibÃamos opresor, mojigato, sombrÃo y sacristanesco sin saber siquiera qué significaban todas esas palabras o la falta de libertad. aSasa Yo los trenes los descubrà en Inglaterra con doce o trece años, y además pude viajar en una de las réplicas de los primeros modelos que inventaron los ingleses, con aquella famosa máquina de un tal Watt (me suena eso de la máquina de vapor del inglés Watt como una retahÃla de las muchas que nos metieron en la sesera en los años de colegio). Como siempre ocurre en la vida, la experiencia fue muy gratificante pero no se asemejó en nada a lo que yo habÃa soñado durante años. Estaba el traqueteo y el paisaje verde que siempre iba quedando atrás. Y también la sensación de que tú te movÃas más rápido que la tierra. Estaba bien, pero no era lo que yo habÃa recreado cuando seguÃa los movimientos de los trenes eléctricos de mi infancia. Claro que eran reales, y que habÃa raÃles, y que las estaciones, aún hoy, siguen teniendo ese encanto que nunca encontraremos en los aeropuertos o las paradas de guaguas. Tal vez lo que me ocurrÃa es que los trenes no recorrÃan los paisajes de nuestra isla, que es lo que soñábamos nosotros todo el rato. Incluso me acuerdo de unos raÃles que estaban por la Avenida MarÃtima y la carretera del Sur por los que supuestamente tenÃa que circular un tren que yo nunca vi. Siempre preguntábamos y nos quedábamos mirando aquellos raÃles surrealistas que cortaban el horizonte capitalino, pero nos contestaban con evasivas o no tenÃan respuestas. Nunca vi el famoso tren, aunque creo recordar que contemplé algunas fotos en los archivos del periódico con el susodicho recorriendo la Avenida MarÃtima por aquellas aberrantes y antiestéticas vÃas. aSasa Seguimos sin poder huir en tren; y a lo mejor por eso nos quedamos y nos vamos quedando. Hace años también nos bastaban cuatro latas amarradas con una soga para soñar con la escapada y la aventura. La imaginación era el raÃl por el que discurrÃa el traqueteo de la máquina de nuestros sueños más volanderos. No habÃa estaciones ni factores, pero parte de nuestra infancia quedó varada entre zigzagueantes trenes eléctricos que todavÃa hoy somos capaces de escuchar entrecortadamente cuando necesitamos aventuras para poder seguir sobreviviendo. aSasa Marzo de 2007. 
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Modificado el ( martes, 03 de abril de 2007 )
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 PELOS CON HISTORIA Por Santiago Gil
Yo de niño no sabÃa que el pelo crecÃa casi al ritmo de
la luna. Era pelo y habÃa que cortarlo cada cierto tiempo. Esa era
nuestra única certeza. Ahora me he vuelto más metafÃsico y en cada pelo
que pierdo, además de la congoja por una posible calvicie, hay mucha
reflexión sobre el paso el paso del tiempo y sobre lo que vamos dejando
atrás. |
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ESPECIAL
1811-2011 |
En 1811 regÃa el pueblo, en calidad de Alcalde Real, don José
Almeida DomÃnguez, y destacaban como figuras preeminentes
nacidas en GuÃa tres nombres propios que han pasado a la
historia de Canarias: el escultor José Lujan Pérez, el canónigo
y diputado Pedro José Gordillo, y el militar y poeta Rafael
Bento y Travieso.
Por otro lado, de todas las epidemias que azotaron las islas
Canarias en el siglo XIX, GuÃa sufrió especialmente ese mismo
año una de las que causaron mayores estragos, la fiebre
amarilla.
Y por si fuera poco, en pleno padecimiento de los efectos de la
epidemia apareció una nueva plaga, la de langosta, que arrasó
materialmente todo lo que estaba plantado y que hizo
protagonizar a los vecinos de las medianÃas guienses aquella
famosa promesa de que si les libraba el Cielo de la plaga, cada
año sacarÃan a la Virgen de GuÃa en procesión. Cumplióse el
ruego, llovió tanto en la comarca que las aguas acabaron con la
cigarra y desde entonces en GuÃa se celebra cada septiembre la
votiva y popular Fiesta de "Las MarÃas"
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reportaje >> |
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V Ã D E O S - D E - 2 0 0 8 |
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CRÓNICAS DEL AYER |
A treinta años del fallecimiento de Mr. Leacock
Por Augusto Ãlamo Suárez, Ingeniero agrÃcola, y Sergio Aguiar Castellano, Archivero Municipal de GuÃa Cuando el empresario agrÃcola, David J. Leacock, popularmente conocido como Mr. Leacock, fallece el 22 de abril de 1980, hace ahora treinta años, desaparece una de las figuras más destacadas y emblemáticas de la historia de la comarca norte de Gran Canaria en el siglo XX.
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 LA MUESTRA ESTARÃ ABIERTA HASTA OCTUBRE Leacock, Harris y Douglas, memoria imborrable de la agricultura canaria
Amado Moreno
Con una singular y lograda exposición abierta anoche en la Casa de la Cultura, el ayuntamiento de GuÃa rinde justo homenaje estos dÃas a tres destacad,os empresarios ingleses del pasado: David J. Leacock, Douglas Charles Fenoulhet y Anthony Harris. Avanzado el siglo XIX y después en el XX, los tres fueron decisivos en el impulso del cultivo y exportación de plátanos y tomates canarios.
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Centenario del Hospital de San Roque
Pedro González-Sosa Cronista oficial
Se
celebra el lunes 10 de agosto, dentro de los actos del programa preparado
por el ayuntamiento con motivo de sus fiestas patronales, el primer
centenario de la implantación en GuÃa de Gran Canaria del que constituyó
el también primer hospital allà abierto para el servicio no solo de la
población guiense sino de aquella zona.
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