Guía ahuyenta las cigarras
El
casco de Guía se convirtió ayer en un hervidero de tradiciones
centenarias, en el que participaron más de 4.000 vecinos ataviados a la
antigua usanza. El repique de cajas de guerra, como los organizadores de
estos fastos llaman a los tambores, y el bullicio de caracolas se
convirtieron en la llamada de los guienses a sus costumbres más
ancestrales.
No solo "la Virgen les oyó", como ocurrió hace casi dos siglos en la Montaña de Vergara. El estrépito sonido de caracolas y tambores, emitido ayer por más de 4.000 romeros en las calles del casco histórico de Guía, tuvo que escucharse en más de un pueblo del norte de Gran Canaria. Con ramas de eucalipto en las manos, "por eso de que las hierbas ahuyentan los males", los vecinos revivieron su ofrenda a la imagen, que liberó a la comarca de una plaga de cigarras en 1811. La familia Arencibia encarna cuatro generaciones de mayordomos en la Fiesta de Las Marías.
Fernando de León, más conocido como el hombre del pan de a perra en San Roque, por vender este alimento en su comercio de Guía, se convirtió en mayordomo de la Fiesta de Las Marías allá por finales del siglo XIX. "Era un hombre muy dado con la gente y vivía la fiesta muy intensamente", rescató su nieto Manuel Arencibia, ayer, en pleno bullicio de caracolas y repique de tambores, que anunciaban la salida de la Virgen al frontis de la iglesia pasado el mediodía. A pesar de que ninguno de sus hijos heredó ese afán por rescatar y cuidar con mimo las tradiciones de la zona alta del municipio, su yerno, Juan Arencibia, adquirió su cargo. "Fue entonces cuando mi padre, maestro de escuela, comenzó a contagiarnos del espíritu de estas fiestas: los preparativos de la romería, las rifas, la bajada de la rama... hasta hoy, que seguimos al pie del cañón", adelanta Manuel.
Sin embargo, esta vocación por "revivir las costumbres" no ha sido siempre un camino de rosas para quienes han estado al frente de la fiestas. A principios de la década de los sesenta, la participación de los vecinos en los fastos disminuyó considerablemente. "Había que buscar la fórmula de recuperar los ánimos y a mis hermanos y a mí se nos ocurrió bajar de las montañas de Guía un rebaño de ovejas, ataviados por supuesto como auténticos pastores", recuerda Manuel. Fue entonces cuando los seis hijos de Juan Arencibia comenzaron a colaborar de forma más activa en las fiestas. Los hermanos comenzaron a ir a Vergara a cortar ramas días antes de la romería, aunque en alguna que otra ocasión alguno de ellos se hizo el remolón. "Recuerdo que una vez nos pasamos toda una tarde buscando por el campo a uno de mis hermanos. Preguntamos a la gente que estaba cortando ramas con nosotros por la zona y nadie lo había visto. Unas horas más tarde lo encontramos durmiendo la mona junto a una botella de ron en uno de los camiones donde depositábamos las ramas", espeta con una carcajada Manuel. Con el pasar de los años, Manuel trasladó su residencia a Madrid y fue su hermano Luis Miguel el que finalmente adquirió el título de mayordomo en su familia. En la actualidad es la cabeza visible de la veintena de hombres que conforman la junta de la organización de Las Marías.
"Cuando me casé con él ya sabía en qué me metía. Es su pasión y, con el tiempo se ha convertido también en la de todos", sostiene la mujer de Luis Miguel, Ricarda Aguilar, quien lució mantilla durante la procesión de la Virgen junto a su cuñada Lucía. El manto de esta última tiene un siglo y medio de antigüedad, "herencia de su tatarabuela", por lo que constituye todo un tesoro en el legado de los Arencibia. "Hoy es un día muy especial para mi, porque la procesión de Las Marías la he vivido en mi casa con mucha ilusión desde que era pequeña, cosa que intento transmitírselo a mis nietos, que también me acompañan hoy [por ayer]", desvela Lucía, quien junto a otras siete mujeres de mantilla blanca agasajaron a la imagen en su recorrido por las principales calles del casco.
A su paso por la calle San José, justo en frente de la casa donde nació el artista Néstor Álamo, el desfile de la patrona del municipio tomó un carácter especialmente emotivo. Desde su ventana y con una mirada más que estremecedora, la camarera de la Virgen, Esther Estévez, no pudo contener las lágrimas cuando la imagen paró junto a su casa. Los pocos minutos que se sucedieron en silencio hasta que los devotos comenzaron a entonar folías a la divinidad, se hicieron eternos. "Le debo mucho a la Virgen. Por lo que siento un sentimiento muy profundo, que no se puede explicar con palabras, al verla de cerca", confiesa Esther desde las alturas de su vivienda una vez que la procesión ya había alcanzado la calle Médico Estévez.
Entre vítores espontáneos y el sonido dispar de bucios, como telón de fondo, la marcha religiosa ganaba a cada esquina nuevos feligreses.
"Vengo en representación de los usuarios del centro de día", anuncia Nacho Guillén. Sobre su espalda portaba un mato de ramas adornadas con "pimientos, piñas y dátiles" sacados de la nevera del establecimiento en el que trabaja desde hace más de una década como monitor. "Los abuelos se dedicaron durante más de una semana a decorar la rama, por lo que hoy tengo la obligación de estar aquí, en nombre de todos ellos", matizó.
A escasos metros de distancia, las matas de eucalipto adquieren una dimensión mayor. En concreto, pueden llegar a pesar hasta 30 kilos. "Primero se cuelga la fruta, que me dan algunos familiares, y luego se sujetan a la pita con una soga. Hay quien adorna la rama con cencerros de cabras, pero yo creo que ya pesa bastante con todo lo que lleva", señala Juan Castellano, de 70 años edad, de los cuales ha dedicado 40 a la organización de la fiesta. "Yo empecé a venir a esta romería con una carretilla de una rueda, de aquellas que se utilizaban antiguamente en la labranza", destaca el mayordomo con entusiasmo y a la vez agrega: "Mira, que no ha llovido desde entonces".
Las 15 carretas, que participaron en la romería, comenzaron a rodar desde la carretera general cuando la imagen llegó al pórtico de la iglesia.
"Aquí todo va seguidito para que nadie se aburra", comenta Claudio Benítez, desde la carroza Los Molineros. Para la ocasión, este vecino del barrio Divina Pastora, en Las Palmas de Gran Canaria, trajo una lechera confeccionada por el artesano guiense Pedro Déniz en 1992. A modo de homenaje a su madre Lolita, que vendía el litro de leche a una peseta de casa en casa, Benítez repartió entre sus compañeros de jolgorio los 50 litros de mojito que había preparado para la romería. "Aún recuerdo ese sabor único de la leche que vendía mi madre, con una ralita de gofio por encima de vez en cuando...eso sí que era energía en estado puro", exclama el visitante.
A paso lento, "pero seguro", llegó la ofrenda a la Plaza Grande. Algunos con resaca acumulada de la noche anterior, "de la romería de Valsequillo", según señaló la ganadera Loli Hernández, y otros con energías suficientes "como para alargar la fiesta hasta el lunes, si hace falta". El desfile de romeros y el baile de casi una decena de agrupaciones folclóricas de toda la Isla acabaron con un "gran concierto" de tambores y caracolas en el interior del templo.
FUENTE: La Provincia
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