Ciudad de Guia (Gran Canaria, Spain)

PermÃtasenos esta breve introducciÃ³n porque es fiel testimonio de lo que se debe hacer para conservar a generaciones futuras testimonios tangibles de la memoria histÃ³ricas de un pueblo. En el inicio de la calle Aramburo de La Habana las autoridades municipales de 1870 conservaron en un muro los restos de lo que habÃa sido, en aquella misma zona, la primera necrÃ³polis construida en la capital cubana por el obispo Juan JosÃ© Espada y que popularmente se conociÃ³ hasta su desapariciÃ³n como "el cementerio Espada".

En el inicio de la calle se conserva una pared con los restos de una de las zonas de nichos que tenÃa aquel viejo primer camposanto que dejaron expresamente como recuerdo de su pasado, segÃºn una de las ilustraciones que acompaÃ±a estas notas. Al construirse en 1870 el actual y monumental cementerio conocido como de ColÃ³n, se urbanizÃ³ la zona del antiguo de Espada pero conservaron una de las paredes con los restos de algunos nichos, sin lÃ¡pidas, claro. A la calle Aramburo se accede a travÃ©s de un pequeÃ±o callejÃ³n llamado popularmente "del poeta" porque allÃ se encuentra tambiÃ©n conservada la lÃ¡pida y sepultura en tierra del poeta alemÃ¡n Georg Weeph fallecido en La Habana el 30 de julio de 1856 . El santanderino Juan JosÃ© Espada Landa fue obispo de La Habana desde febrero de 1802 hasta su fallecimiento en agosto de 1832 y la construcciÃ³n del cementerio que se popularizo con su nombre se produjo coincidiendo, al principio de aquel siglo, con la orden promulgada para todo el territorio espaÃ±ol y las colonias de ultramar de prohibir los enterramientos en las iglesias.

Pero volvamos a GuÃa. Desgraciadamente, la desapariciÃ³n de aquel viejo y primer cementerio nacido igualmente a principios del s. XIX no contÃ³, en enero de 1992 como en la vieja Habana, con la cultura histÃ³rica de quienes regÃan aquel pueblo como mÃ¡ximos responsables municipales de la Ã©poca, que pudieron conservar de este camposanto algunos testimonios "fÃsicos" del pasado guiense. En aquellos aÃ±os de principio de los noventa el ayuntamiento proyectÃ³ la utilizaciÃ³n de aquel espacio para la construcciÃ³n sobre la amplia superficie del viejo camposanto de una plaza olvidando conservar, para el recuerdo y la memoria histÃ³rica sobre uno de sus rincones, algunos vestigios de lo que habÃa sido el espacio en el pasado. Como el pÃ³rtico de entrada enmarcado de canterÃa piconera de GÃ¡ldar, cuyo diseÃ±o estÃ¡ atribuido a LujÃ¡n PÃ©rez --en cuyo sagrado recinto tambiÃ©n seÃ±ala la tradiciÃ³n que fue sepultado en 1815-- con la desafortunada y descontrolada demoliciÃ³n de que fue objeto ejecutada por la piqueta o el tractor. Alertado el cronista, todavÃa a tiempo, por dos amigos de los trabajos que derruÃan los muros que circundaban el recinto y la puerta de su acceso, advirtiÃ³ al mÃ¡ximo responsable municipal la conveniencia de respetar el protocolo seguido en estos casos, que no es otra cosa que numerar las piezas de que se compone su estructura de canterÃa, desmontarla cuidadosamente para su conservaciÃ³n y colocaciÃ³n, si procediese, en lugar adecuado que bien pudo haber sido la propia plaza. Incluso advertimos la idea de denunciar el hecho ante los organismos insulares y autonÃ³micos que cuidan de la conservaciÃ³n del pasado histÃ³rico de las islas. La respuesta recibida fue desafortunadamente airada, Â¿rayando autoritarismo?. No queremos interpretarlo asÃ, pero que no repetimos por respeto al lector. Â¿Y quÃ© fue de aquellos cantos que formaban el pÃ³rtico de entrada?. La desidia de entonces los llevÃ³ descontroladamente quien sabe a dÃ³nde, aunque cierto tiempo despuÃ©s supimos que se encontraban desperdigados en las inmediaciones de lo que habÃa sido el antiguo matadero municipal en el barranco de donde la propia desidia los hizo desaparecer. Â¿O estÃ¡n localizados...?.Nos dicen que no.

Evoquemos con nostalgia que sobre aquella plaza, en uno de sus rincones, bien pudo reconstruirse aquel pÃ³rtico de tradicional paternidad lujaniana construido en 1815, y en el hueco resultante donde habÃa estado la puerta de entrada, parte del frontispicio donde estaban los nichos, sin lÃ¡pidas, que todavÃa quedaba en pie con un texto alusivo y recordatorio de lo que habÃa sido anteriormente el espacio sobre el que se levantÃ³ la plaza, emulando a los habaneros de 1870, aquella misma inquietud cultural de un pueblo.