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miércoles, 08 de diciembre de 2010 |
La bajada
Santiago GilCuando la gente del norte de Gran Canaria viene a la capital siempre habla de bajar a Las Palmas. No hay pendientes ni las carreteras se trazan con esa sensación que luego llevamos al lenguaje. Sin embargo, una y otra vez nos empeñamos en bajar a la capital y en subir de nuevo a casa. Por eso, cuando venÃamos al Insular siendo niños siempre decÃamos que bajábamos al partido. Esa bajada equivalÃa a una fiesta y a alguna noche previa sin dormir si quien venÃa a jugar era el Barça, el Real Madrid o alguna figura como Kempes, Enzo Ferrero o Lobo Diarte cuando estaba en el Zaragoza. No se bajaba nunca solo. En GuÃa se formaban grupos que utilizaban los viejos Peugeot para venir al partido. Los niños venÃamos en la última fila de asientos, y nuestros padres ocupaban apretados todos los restantes. No se llegaba al partido con el tiempo justo. HabÃa que buscar aparcamiento y que tomarse las cosas con calma. SolÃamos llegar una o dos horas antes. Nuestros padres se dirigÃan a echarse los guanijais en los bares de la zona y nosotros aprovechábamos para agenciarnos de golosinas y de estampas en los estancos antes de ponernos morados con los Nik, las Fantas y los Clipper.
Ya en el estadio todo era mágico y luminoso. VeÃas a menos de un metro a todos tus Ãdolos, y en la época que no habÃa vayas podÃas saltar al césped a conseguir un autógrafo de Quini, de Santillana o de Paul Breitner. Generalmente ganábamos los partidos y cantábamos goles prodigiosos. El viaje, la bajada, casi nunca era en balde. Te podÃas comer un corneto que pregonaban al grito inolvidable del Kalise p’a los nervios y si habÃa suerte te llevabas una bandera o un banderÃn del equipo que jugaba contra Las Palmas comprada antes o después del encuentro en función de las alegrÃas de los mayores. A lo mejor no nos enterábamos de casi nada de lo que sucedÃa en el campo. SeguÃamos el balón como hipnotizados y todo se centraba en la emoción de aquellos minutos siempre inolvidables. Luego, una vez terminaba el partido, subÃas en el coche escuchando a los mayores como ahora escuchas una emisora de radio analizando el encuentro. Lo que pasaba es que nuestros padres y nuestros abuelos sabÃan un rato de fútbol, posiblemente mucho más que nosotros, y no los engañaban asà como asÃ. Eran muy exigentes con quienes vestÃan la camiseta amarilla, pero si veÃan que algún jugador heredaba la genialidad de sus antecesores lo defendÃan a carta cabal. Los jugadores eran casi como sus hijos, y la Unión Deportiva no sé si tendrÃa parangón con alguna otra afición en su vida. No eran fanáticos, pero no hubieran entendido la existencia sin aquellos sábados a las ocho y media en el Insular. Cuando ahora voy al estadio y veo aparecer coches procedentes de los pueblos de la isla llenos de niños y de mayores dispuestos a vivir intensamente noventa minutos, recreo aquellos momentos inolvidables que tanto contribuyeron a que mi afición por este equipo esté por encima de categorÃas, contingencias económicas o resultados. La afición se asienta en los recuerdos más cómplices y cercanos, aquellos que compartiste durante años con quienes más admirabas. Un padre y un hijo, cuando ven un partido juntos, olvidan las edades y las jerarquÃas. Da lo mismo que tú entonces fueras un niño y que tu padre tuviera treinta y tantos años; también importa poco que ahora el adulto seas tú y que él ya tenga setenta años. En el momento en que los once jugadores amarillos empiezan a correr detrás de la pelota se detienen los tiempos y las edades. Hasta que termina el partido, todo juega a favor de esas emociones que nos igualan y nos reencuentran.
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ESPECIAL
1811-2011 |
En 1811 regÃa el pueblo, en calidad de Alcalde Real, don José
Almeida DomÃnguez, y destacaban como figuras preeminentes
nacidas en GuÃa tres nombres propios que han pasado a la
historia de Canarias: el escultor José Lujan Pérez, el canónigo
y diputado Pedro José Gordillo, y el militar y poeta Rafael
Bento y Travieso.
Por otro lado, de todas las epidemias que azotaron las islas
Canarias en el siglo XIX, GuÃa sufrió especialmente ese mismo
año una de las que causaron mayores estragos, la fiebre
amarilla.
Y por si fuera poco, en pleno padecimiento de los efectos de la
epidemia apareció una nueva plaga, la de langosta, que arrasó
materialmente todo lo que estaba plantado y que hizo
protagonizar a los vecinos de las medianÃas guienses aquella
famosa promesa de que si les libraba el Cielo de la plaga, cada
año sacarÃan a la Virgen de GuÃa en procesión. Cumplióse el
ruego, llovió tanto en la comarca que las aguas acabaron con la
cigarra y desde entonces en GuÃa se celebra cada septiembre la
votiva y popular Fiesta de "Las MarÃas"
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O P I N I Ó N |
EL VALOR DE LAS COSAS Y EL ESFUERZO DE LAS PERSONAS
Antonio Aguiar
Hoy más que nunca los guienses debemos romper una lanza en favor de lo Público. Corren malos tiempos para la PolÃtica. ¿Serán posibles en el futuro iniciativas públicas como la que ayer hemos presenciado con la reapertura del Teatro-Cine Hespérides? ¿Disfrutarán las futuras generaciones de nuevas infraestructuras colectivas de esta envergadura?
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