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El Circo

Santiago Gil

Cada día resulta más difícil ser niño. Se entiende que al niño que fuimos lo llevamos siempre encima, y que además contamos con la experiencia de los años en que gozamos de aquel enano que pedaleaba por las plazas y osaba desafiar los mandatos y las obligaciones apelando al instinto de la diversión y de las emociones intensas. Rilke decía que en la infancia se vive y que después lo único que hacemos es ir sobreviviendo como buenamente podemos.

Creo que tenía mucha razón el poeta checo, sobre todo cuando nos vemos envueltos en la vorágine diaria de los trabajos y de todos esos compromisos que nos roban los días, los meses y los años sin que nos demos cuenta. Cuando éramos niños el tiempo pasaba más despacio porque todo era más intenso. Ahora, a poco que nos descuidamos vemos que han pasado diez o quince años sin que casi nos hayamos enterado. Como decía otro gran poeta, Jaime Gil de Biedma, de casi todo hace ya más de veinte años. Por eso nos aferramos a todos los asideros que nos lleven de vez en cuando a la infancia, que sólo así se entiende nuestra pasión por el fútbol.

En este caso yo quería hablarles del circo, y en concreto del Gran Circo Mundial que está estos días en nuestra capital. Digamos que fui poco predispuesto a la magia, y ya avisado de baldíos intentos anteriores con animales desnutridos y grotescos aprendices de aquellos malabaristas o funambulistas que uno guarda en el recuerdo de sus circos infantiles.

En este caso sí volví a ser niño. Si pueden vayan y no dejen pasar la oportunidad de vivir el circo en todo su esplendor y con todas esas emociones que soñábamos de pequeño. Desde los malabares hasta los payasos, desde los leones a los elefantes, y por supuesto contando con acróbatas y magos que logran lo imposible, todo lo que uno se encuentra en ese maravilloso espectáculo se hermana con la mejor de las tradiciones circenses de muchos siglos de historias fantásticas y memorables. Tiene ese halo cinematográfico y literario que uno va echando de menos en esos espectáculos con efectos especiales y estética algo pueril, y muy en la línea de lo que se lleva en los deportes de Estados Unidos. Esto es distinto, es real y está vivo, y encima tiene el riesgo constante del directo. Y además es mágico, desde que entras hasta que sales de la carpa vives inmerso en un mundo de sueños y de remembranzas infantiles. No pierdan la ocasión de disfrutarlo.

Publicado en La Provincia en mayo de 2006

 

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