Hace
unos días, rastreando en el Google Earth latrayectoria de un viejo camino de herradura que cruzaba una parte
significativa de las medianías guienses, me encontré sobrevolando una masa
arbórea inédita y significativa en extensión que me era totalmente desconocida.
Emplazada entre feroces terrenos de cultivo, sobrevivía una extensión de
árboles equivalente a dos fanegadas que, a tenor de los diferentes tonos de
verde que exhibían sus copas, encerraba una diversidad de especies cuanto menos
interesante. En ese momento, aún no sabía que había encontrado el jardín más hermoso y desconocido de Guía.
José
Agustín Álamo Molina, matemático de profesión y botánico de corazón, fue mi
compañero en esta expedición. Si bien él conocía el topónimo y el lugar con
anterioridad a la visita, no tenía constancia, al igual que yo, de la
existencia de ese rodal hacia el que nos dirigíamos con juvenil expectación la tarde del viernes pasado.
Tan
sólo unos minutos después de apearnos del jeep y caminar por un encharcado
camino de impronta netamente invernal, aparecía tras un recodo del mismo, la buscada
arboleda. Desde el primer golpe de vista sentimos conjuntamente que estábamos
ante un espacio singular por el formidable volumen de la floresta. Inmediatamente
hicimos el primer inventario desde la lejanía: tres araucarias
considerables,varios pinos piñoneros de
copa hermosamente aparasolada, unas encinas que nos sorprendieron por su
presencia y unos barbusanos que, debido la escasez de ejemplares de esta
especie en la isla y por la aparente altura que mostraron ante nuestra inspección,
fueron los primeros ejemplares en recibir nuestros elogios.