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Épica que nunca fue PDF Imprimir E-Mail
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domingo, 03 de agosto de 2008


Sección dedicada a la poesía escrita por guienses

ÉPICA QUE NUNCA FUE

Épica que nunca fue  es un pequeño poemario de Javier Estévez que reúne versos nacidos  bajo la música homónima de Win Mertens. Aquí se seleccionan y se presentan tres poemas escritos a la sombra del compositor belga que exponen y proyectan su pasión por la naturaleza y sus elementos.


I 

Me basta con cerrar los ojos

para que todo comience de nuevo.

Entonces regreso decidido sobre la isla,

y revivo bajo tu sombra

aquellos días gastados en basalto y mar,

cuando a tu lado

las araucarias me reconocían

por tu condición de selva duplicada

y los laureles y sus raíces arrebatadas

se disputaban y se quebraban

para que todo sucediera,

y todo sucedía,

y yo era feliz,

y mis dedos hablaban sobre nocturnos

que ascendían y descendían por pentagramas

que entonces nadie conocía,

que entonces nadie sospechaba, 

y yo me acercaba al mar,

y el mar me acercaba sus ahogados,

y yo los besaba,

y sólo yo los reconocía y los regresaba,

y extendía sus abrojos y sus escamas de barro olvidado

sobre ciertos tejados,

sobre inciertas azoteas

porque esta ciudad antes de ciudad

fue bosque

porque esta ciudad antes de bosque

fue mar.

 

Me basta con cerrar los ojos

para que la orilla rechazada que la lava sometió

regrese con su olor a sal,

a guijarros,

a tan extensa pleamar

que orille definitivamente aquel bosque suplantado,

aquel cementerio de pétalos,

aquella primavera enloquecida

donde gritaban palmeras de altas soledades,

y copulaban dragos nupciales y ferruginosos

bajo los que nadie volverá a llorar

jamás.

 

II

 

Yo no quiero morir,

aunque se extinga la primavera desahuciada

y el mar se desangre en cada playa

a punto de extenuarse,

solo,

rodeado de silencios elocuentes

que arrugan, por momentos,

mi voz de poeta desnutrido.

 

Yo nací para desangrarme en cada verso,

no para llorar consumido en las esquinas.

 

Me cansan las ausencias.

Me agota la muerte puntual y repetida.

 

Mi verbo no nació para el luto

sino para extender mi condición de enamorado

de los bosques de verde esperma,

con todos sus cálices y sus frutos.

 

Yo me aferro a la vida

como ciertas raíces que horadan la tierra

por su implacable sed de existencia.

 

Necesito de los árboles y su liturgia

para anclarme definitivamente a esta tierra de ausencias.

 

III

 

Me diste tu sonrisa con su arena irremediable,

con su océano abundante que aún no conoce ahogados.

Me diste las sombras para que amara arrebatadamente  los árboles,

Me diste tus libros con sus historias, sus frutos, sus silencios.

Me diste la primavera, la isla con sus orillas

pobladas de hombres, de hojas, de raíces inservibles.

Me diste los caminos, las piedras incomprendidas,

la lluvia recurrente que ya nadie sostiene.

Me diste la flor definitiva,

la sangre vegetal que me hermana con las selvas,

la oscilación de las mareas,

la quietud de ciertas noches de septiembre,

los ripios de mi alma,

alma que la vida abrasa tras su paso incendiario.

Me diste la fraternidad de los poetas

entre los que me siento a llorar desconsolado.

Me diste tu vida y luché cuerpo a cuerpo por entenderla

Pero me quedé sin horizonte, solitario, casi indiferente.

Yo sentí que por tu muerte mi vida fue vencida.

pero ahora sé que, mientras tú morías,

yo nacía para la poesía.

Modificado el ( domingo, 17 de agosto de 2008 )