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mircoles, 09 de abril de 2008

Viento

Javier Estévez

Aristóteles, bebiendo de la teoría de las cuatro raíces de Empédocles, redujo la realidad a tan sólo cuatro elementos: el agua, el fuego, la tierra y el aire. De estos cuatro elementos, solamente el aire permanece indomable a las ansias de dominación humana. El resto, hace siglos que fueron sometidos. El viento es la única forma que tiene el aire de manifestar su albedrío; por eso el viento es el elemento que mejor representa la libertad.

Dejemos hablar al viento, Onetti, con su peculiar lenguaje. El viento en las ventanas gime, insiste, empuja, ulula. Emite un sonido bronco y profundo. El paisaje muestra una coreografía que desata el miedo en los humanos: el mar pespunteado, los árboles desdoblados, la hojarasca improvisada que se mueve sobre los adoquines como las olas avanzan y retroceden sobre la orilla. Las nubes desfilan en el cielo abierto al igual que los  pensamientos cruzan nuestra cabeza. El viento bien nos libera bien nos atemoriza, como los dioses.

Mientras que muchos religiosos históricamente amedrentaron a los hombres citándoles al demonio a través de sus variadas denominaciones, la razón de muchos de ellos les liberó de las tinieblas a través de los miles de apelativos que tiene el viento: alisios, tramontano, mistral, cierzo, galerna, lebeche, poniente, siroco, simún. El viento es más conocido que el demontre. Yo imagino a Eolo como un dios celoso y traicionero. Su celo atacó a otros dioses que vegetaban sobre el garoé herreño, en el pino extático de Teror o en el drago inverosímil del jardín de Franchy. De igual manera segó el dedo de un dios basáltico que los humanos habían idolatrado a pesar de su manifestada y presumida condición pagana.

El mismo viento que impulsó a veleros y fragatas, el que ataca los nervios, trae y lleva indistintamente alegrías y tristezas. Las palabras ascienden con el viento y con las hojas que secuestra a los árboles taciturnos y caducos. Si hoy arriban a nuestros oídos voces sugerentes e inesperadas, probablemente no fueron pronunciadas teniéndonos a nosotros como destino. Hablar con este viento es como soltar una botella al mar con un mensaje desesperado en su interior: no sabremos nunca que orilla la recibirá. Y mientras el viento desnortado despeina un fragmento del planeta, los astros permanecen en el firmamento ajenos a toda esta bulla terrenal. Una última curiosidad: mientras finalizaba estas letras ha sonado en el dial la célebre canción de Dylan: blowing in the wind, y es que la última palabra, en estos casos, siempre la lleva el viento.



Modificado el ( mircoles, 04 de junio de 2008 )