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miércoles, 18 de abril de 2007 |
Música de Papagüevos
Por Santiago Gil
Hay fotos que nos presentan horteras. En los setenta hubo una
estética muy chirriante y muy dada a los colorines. A nosotros nos vistieron
también con esa estática y todos tenemos fotografÃas que dan fe de ese escarnio
al buen gusto y a la armonÃa.
Éramos divertidos pero no nos caracterizábamos precisamente por la pulcritud o el pijerÃo de nuestras vestimentas. Nos ponÃamos cualquier cosa y nos largábamos a la calle a corretear y a ver mundo, todo ese mundo tan cercano y al mismo tiempo tan aventurero que vivÃamos entonces. Uno cierra los ojos y recuerda las ropas que llevábamos a misa los domingos y la verdad es que dan ganas de llorar. No sé si se acuerdan de los zapatos charolados, de los pantalones de campanas, de los pulóver de cuello alto con colores que mejor no reseñar o de aquellos enormes cinturones tachonados que parecÃan recién sacados de un spaghetti western cutre. Y luego estaban los peinados, a lo que saliera, o queriendo formar rizos con el pelo mojado y una sacudida capilar. No habÃa mucho más donde elegir y uno, la verdad, tampoco reparaba entonces en esas menudencias del vestir y la buena presencia. De hecho las restricciones del agua jugaban a nuestro favor y sólo nos obligaban a pasar por la ducha o la bañera un par de veces a la semana. Entonces se acababa el agua cada dos por tres. Parece mentira que eso ocurriera hace tan pocos años, pero lo normal era que nos quedáramos sin agua varios dÃas y que nuestra obsesión fuera el sonido de las tuberÃas o el del bidón llenándose en la azotea. Nos criamos valorando el agua como el oro, y aún hoy creo que la gente de mi generación es incapaz de ver cómo se malgasta y quedarse como si tal cosa. El agua es la vida, y en aquellos años tuvimos ocasión de aprenderlo. Por eso nos encantaba tanto la piscina, y por eso supuso lo que supuso la apertura de las piscinas en el barranco: aquello era para nosotros como una especie de parque temático para los niños de hoy, agua por todas partes y a todas horas, un mundo de sensaciones maravillosas cuando margullábamos o nos tirábamos el dÃa entero zascandileando entre las corcheas y los sumideros, siempre a la vera del bueno de Benino o se Suso el campanera, dos seres emblemáticos y queridos donde los haya para los niños de los setenta.
Nunca dejaré de quedarme alelado mirando y oyendo los motores de la piscina del barranco: era como bajar a la bodega de los grandes trasatlánticos, y luego estaba el olor, esa mezcla de cloro y desinfectantes que hacÃa que el agua perdiera su condición inodora y quedara asociada para siempre con la aventura y el verano. No era como el mar, no digo que ni mejor ni peor, pero eran otros baños y otras formas de entender la cercanÃa del agua. Fuimos felices en esas piscinas, felices y también horteras con aquellos zuecos que se pusieron de moda una época y que todavÃa hoy no sé cómo diablos éramos capaces de calzar a todas horas. Menos mal que entonces apenas habÃa cámaras, y que cuando nos cogÃa Paco Rivero solÃa ser peinaditos y arreglados en los cumpleaños o en las fiestas de guardar. Si entonces hubiera las posibilidades de inmortalización inmediata que tenemos hoy en dÃa estarÃamos realmente aviados.
El culmen de las horteradas de esos años eran las Scalas en Hi Fi. Cada fiesta que se preciara tenÃa que tener entre sus atractivos un festival de imitaciones musicales en condiciones. HabÃa verdaderos clásicos que interpretaban distintos amigos del pueblo. No voy a decir nombres por no afrentar a nadie, pero aún soy capaz de recrear como si los estuviera viendo ahora mismo a quienes imitaban a los Village People con el famoso In the Navy o a los que se transmutaban en Tequila para dar vida a Ariel Rot y compañÃa en el Rock de la Cárcel. Esos podrÃamos decir que eran los grandes clásicos junto con las imitaciones de John Travolta y Olivia Newton Yong en Fiebre del Sábado Noche o Grease, o la de los Bee Gees con aquel Tragedy que levantaba a la gente de sus asientos. Cada grupo tenÃa su público, lo mismo que los imitadores, y aún recuerdo el terrero de luchas hasta la bandera siguiendo los movimientos, espamódicos y epilépticos, y las imitaciones de los travoltines guienses. Por eso digo que éramos un poco cutres, pero habrÃa que aclarar que quedaban muchos años para que llegara el karaoke, y que lo más vanguardista que tenÃamos entonces era el programa Aplauso con la Juventud Baila y todos aquellos friquis que reinaban en las discotecas de sus respectivos pueblos.
La Scala en Hi Fi tenÃa un punto rancio que visto desde la distancia puede que fuera precisamente lo que la hacÃa atractiva; ese aire y el sempiterno deseo de ser otro. En eso creo que nos hemos ido superando. Pero de vez en cuando tengo pesadillas y todavÃa me veo metido en una Scala en Hi Fi como las de aquellos años: me sorprendo moviendo la boca e imitando lo que viven otros. Como para disimular que yo soy realmente yo y que controlo mi vida y mis circunstancias orteguianas, hago como que todo va bien y sonrÃo siempre que tengo ocasión, pero tengo miedo a que termine la música y se acabe la magia. En esos sueños, que en el fondo no son más que trasuntos de nuestras propias vidas, nos vemos seguros e importantes sólo por el hecho de estar vivos. Caminamos, amamos, comemos y de vez en cuando nos damos un baño en la playa. Y a lo mejor no estamos haciendo más que una scala en hi fi de la vida de otro, y finalmente todo es mentira. Entonces era más o menos igual, pero para los que imitaban y para los que veÃamos el espectáculo desde las gradas todo aquello formaba parte de una verdad irrefutable, tan verdad como lo pueda ser hoy nuestra propia vida. O tan mentira. Nunca se sabe. Pero por si acaso dejemos que siga sonando la música. De papagüevos, por supuesto.
Abril de 2007.
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Modificado el ( sábado, 05 de mayo de 2007 )
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EL CARRUSEL DE LOS LUNESPor Santiago Gil
Cuando se escribe se quiere detener el tiempo. Pero por
más comas que le pongamos al texto el tiempo ni se detiene ni deja de
dibujar sus rastros en nosotros y en todas las cosas que nos rodean. Ya
lo decÃa el poeta: nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Otra cosa son los fogonazos que nos permiten husmear las brasas casi
apagadas de otros tiempos. |
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MÚSICA DE PAPAGÜEVOS (1) |
Música de Papagüevos
Por Santiago Gil
Supongo
que escribimos porque lo que encontramos en la calle no satisface
nuestros deseos de vivir intensamente. Por eso a veces nos refugiamos
en una habitación y empezamos a darle vueltas a nuestros recuerdos y a
nuestra imaginación más o menos volandera..
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B I B L I O G R A F Ã A |
Reseña del libro de Javier Estévez "DÃas de paso"
Santiago Gil
Javier
Estévez acaba de publicar su primera novela. Para cualquier escritor
ese momento es inolvidable. No es su primer libro publicado, pero sà el
primero en el que la ficción trata de contar lo que a veces no
conseguimos entender por más que tengamos las respuestas delante de
nuestros propios ojos.
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EL JUEVES 24 A LAS 20:30 HORAS
Presentación de la primera novela de Javier Estévez
El
próximo jueves 24 de abril será presentada la primera novela de Javier
Estévez DomÃnguez, acto que tendrá lugar en el Teatro Cine Hespérides
de la ciudad de GuÃa de Gran Canaria. Ese dÃa el autor estará acompañado
de Gloria Betancor y Pedro DomÃnguez que hablarán del autor y
presentarán la novela al público.
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EN FORMATO ELECTRÓNICO "El destino de las palabras", de Santiago Gil, puede adquirirse en Amazon
Attikus
Editores acaba de editar la novela escrita por Santiago Gil, El destino
de las palabras. El nuevo proyecto editorial comandado por Guadalupe
MartÃn Santana inaugura con este tÃtulo su catálogo de propuestas
literarias.
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