EL OTRO LUJÁN
Por Javier Estevez
¡Qué curioso!, esto es como el cometa Halley que nos visita cada 70 y tantos
años; en unos pocos metros cuadrados tenemos dos lujanes Si, si, que ya sé que
el viejo se muda para la Casa de La Cultura, pero, por ahora, el paisaje es el
que es, ¿o no? Sinceramente, a mí me gusta muchísimo el nuevo Luján, moderno,
con cierto aire altivo, de genio; este luján tiene alma, personalidad,
geito, como dirían los nuestros, descansando en una equilibrada peana
de acero cortén, aprovechando la base de cantería de la vieja e ignota fuente.
Lástima la piedra blanca. Recuerdo que hace unos años hubo césped, un prado de
gramíneas vegetando en medio de la piedra gris y fría de basalto. Un bonito
contraste. Una lástima que no se conservara hasta la actualidad. Además, la
situación es perfecta: mirando al reloj, su dádiva al pueblo de Guía, y al
Templo parroquial como si quisiera velar noche y día, invierno y verano, por sus
esculturas que viven en el interior. Ya me imagino la próxima semana santa, el
reencuentro de Luján frente a frente,cara a cara, con su Dolorosa, con su Cristo
atado a la columna, con su Cristo del Huerto, tras una separación de casi dos
siglos...
Un secreto: me dará cierta tristeza perder de vista al viejo
Colón, qué digo, Luján. (el subconsciente me falla, lo siento). En cierto modo,
es un hito inexcusable de mi paisaje vital. ¡Je!, ahora flota en mi memoria
aquel episodio en el que un viejo amigo (entenderán el anonimato), borracho como
una cuba, se subió hasta el busto de Luján y sentose a horcajadas frente a él.
La postura era un poco provocativa, la verdad, pero el viejo Luján,
afortunadamente, es de piedra en todos los sentidos. Lo gracioso fue que estuvo
más de una hora platicando con él. Bueno, bueno, más que conversación fue
soliloquio. O cuando juntábamos, durante las largas y frías noches guienses, dos
o tres bancos en torno al viejo busto y nos daban las mil y quinientas hablando
y hablando sobre cosas intrascendentales, imprecisas y perecederas. Mientras, el
único sonido era el ulular del alisio subiendo y bajando calles, el mesurado y
blando tañido de las campanas que nos recordaba, a modo de pepito grillo.
nuestra indolencia por regresar; pero siempre seguíamos allí, enfrascados en el
rítmico chasquido que producían las pipas al liberarlas con nuestros dientes de
su salada carcasa, y el grillo, que en su eterna esquina cantaba su eléctrica y
monótona canción (que se llama soledad...)
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