Luján
Pérez ante la encrucijada de la restauración de la iglesia
de Teror Julio
Sánchez Rodríguez Sacerdote
y escritor
Luján
Pérez es conocido, sobre todo, por su obra escultórica. Pero
también ejerció la arquitectura. A la muerte de Diego Nicolás
Eduardo en 1898, el obispo Verdugo y el cabildo catedralicio
encargaron a Luján la dirección de las obras de la finalización de
la catedral de Santa Ana. También contó con él para que hiciese un
informe sobre el estado ruinoso de la iglesia de Nuestra Señora del
Pino de Teror. El obispo Antonio Tavira, en su visita a Teror en
agosto de 1793, ya había alertado de aquella situación. Escribió
el prelado: “Nos ha causado la mayor pena que una iglesia acabada
de fabricar a tanta costa y que su disposición, regularidad y
decencia es tan recomendable, se halle expuesta a una ruina sin que
pasen muchos años...” Verdugo se propuso encontrar una solución
definitiva, acudiendo a maestros, arquitectos e ingenieros para que
informasen de su estado y remedio. Para esta tarea fueron llamados
Luján Pérez, en calidad de arquitecto en ejercicio, el maestro de
carpintería Antonio Juan Cabral y el maestro albañil Agustín
Martín. Estos
tres presentaron sus informes en 1801. Luego, el obispo acudió al
ingeniero tinerfeño Gonzalo Lorenzo Cáceres que presentó su
estudio en agosto de 1803 y un proyecto de reconstrucción de elevado
coste. Todos coincidieron en que el estado del templo era ruinoso y
aconsejaron cerrar temporalmente el recinto hasta que se restaurase
totalmente o se demoliese. Incluso, el ingeniero Cáceres aconsejó
como solución más económica y duradera, derribar el edificio y
construirlo en otro solar donde la tierra fuese firme y sólida, sin
infiltraciones de agua ni humedades. Se propuso trasladar la iglesia
a San Matías, iniciativa apoyada por el mayordomo principal don
Antonio María de Lugo, prebendado de la catedral, y por el mayordomo
segundo el terorense Carlos María de Quintana.
Luján
Pérez no llegó tan lejos, pero sí fue muy claro al afirmar que el
edificio “no alcanza ningún remedio”. Transcribo algunos de los
párrafos más interesantes del informe de Luján: “Reconocidos los
basamentos de todas sus columnas así asentadas como arrimadas se
notó que todas aquellas arrimadas al testero que miran al barranco
empiezan a bajar de nivel en la capilla colateral del crucero la
cantidad de dos pulgadas, y corriendo por este testero hasta la
puerta del baptisterio se va aumentando la caída en cada una de las
bases hasta llegar a cuatro pulgadas en la puerta referida... En
algunas de las juntas se ven las claves algo flojas y desencajadas de
su sitio sostenidas al presente a fuerza de cuña y pellas de cal
como se ve en la puerta mayor en que no sólo la clave sino otros
muchos cantos que están junto a ella, padecieron este detrimento y
han sido vueltos a su lugar asegurados de esta suerte para evitar la
ruina de este cerrado, cuyo remedio a mi juicio es muy pasajero y de
poca duración... Se ha visto lo mismo en la puerta que está junto a
la torre que a pesar de las diligencias que de este modo se
practicaron para asegurar su adintelado que amenazaba ruina, se
vieron a tierra dos cantos de su capialzado siendo como prodigio no
haberse venido todo el cerrado...Todos los arcos de este edificio se
ven al presente bien asegurados sin manifestar aun la menor flaqueza,
a excepción de los dos que cruzan la nave mayor y sostienen parte de
la media naranja, aunque estos solos bastan para amenazar la ruina
del templo. El que mira a la puerta mayor de donde está pendiente la
lámpara se ve sostenido como por milagro...Las maderas de los techos
que al parecer cubren una nueva y segura faz se hallan en su lugar
mantenidas como por milagro...”
Concluye
Luján con este pesimista juicio: “Todos estos daños que advierto
no quiere decir que carezcan enteramente de remedio, pero el único
que yo contemplo, después de ser muy costoso, no puedo decir que
durara más de lo que ha durado la obra, porque no alcanzo ningún
remedio contra la insubsistencia del piso que es el origen de la
ruina principalmente siendo
más fuertes sus impulsos de tres años a esta parte”.
Ante
el peligro de ruina y derrumbamiento de parte del templo, para evitar
desgracias personales, en agosto de 1801 se decide acondicionar
la sala de la Cilla de la Casa de la Diputación para dedicarla al
culto temporalmente.
Esta
obra se encargó a Luján Pérez. Faltaba solo un mes para la
celebración, el 8 de septiembre, de la festividad de Nuestra Señora
del Pino. Luján escribió al arcediano don Luis de la Encina
exponiéndole lo siguiente: “Teror, agosto 2 de 1801. Muy sr. mío:
Si del todo debe estar concluida la sala destinada para parroquia el
día 8 de septiembre me parece indispensable echar mano de las
losetas de la iglesia para acabar el piso, pues dudo que los canteros
de Arucas a quienes están encargados 200 y más varas de ellas,
puedan dar cumplimiento con tan poco tiempo, pero si para hacer este
día la función con más comodidad quisieren que sea en la iglesia,
para que estén libres de todo recelo convendría poner en el arco
mayor una cimbre en conformidad, que su armazón no incomodara; y
puesto que ello se ha de poner para la composición, ya estaba eso
andando...” Por esta última frase deducimos que, a pesar de todo,
Luján no descartaba la reconstrucción de la iglesia.
En
enero de 1803 ya estaba terminada el adecentamiento de la sala. El
obispo Verdugo ordenó cerrar el templo y trasladar el Santísimo y
la imagen de Nuestra Señora del Pino a dicha sala capilla. Pero
las obras de reconstrucción del templo no se iniciaron. El
descontento del pueblo se acrecentaba por días y pronto los
acontecimientos más lamentables e inesperados se precipitaron.
En
1805 se conoció el proyecto de construir un nuevo templo en San
Matías, lejos del lugar donde había estado el pino sagrado de la
aparición de la Virgen. En julio de 1808 la imagen de la Virgen fue
trasladada a la catedral para impetrar rogativas por el rey Fernando
VII, retenido en Burdeos por los franceses. Pero la estancia en Las
Palmas se prolongó más de lo debido. Llegó el 8 de septiembre,
festividad de la Patrona, y continuaba su imagen en la ciudad.
El
pueblo de Teror fue un clamor exigiendo el regreso de la sagrada
imagen, que por fin se hizo el 27 de septiembre. No se calmaron las
protestas. Todo lo contrario. Se exigía el comienzo inmediato de las
obras de reconstrucción del templo. Las manifestaciones y tumultos
se sucedieron, participando también destacados vecinos de Valleseco.
El
párroco, don Juan Gabriel González, amenazado, tuvo que abandonar
el pueblo. Se produjo luego
la intervención de cinco divisiones de las milicias, la detención
de los principales cabecillas del motín y la restitución del
párroco a su iglesia. Finalmente, se llegó a un acuerdo pacífico,
gracias a la resolución de la Audiencia, que el 13 de julio de 1809
ordenó que se ejecutase la reedificación de la iglesia de Teror.
Verdugo rectificó y ordenó el comienzo de las obras. Estas obras
duraron solo siete meses, entre marzo y octubre de 1810. La
reconciliación del obispo y el pueblo se hizo patente al año
siguiente. La Virgen bajó nuevamente a Las Palmas el 24 de agosto de
1811 en rogativas por la fiebre amarilla y en acción de gracias por
las victorias del ejército español contra los invasores franceses.
El día 28 Verdugo acudió a la villa mariana e hizo el traslado
solemne del Santísimo al templo reconstruido. La imagen regresó a
su altar el 12 de marzo de 1812, una vez desaparecida la fiebre
amarilla y el peligro de contagio.
Comenta
don Antonio Rumeu de Armas que “el santuario de Teror está en pie
por la fe y la sublime tozudez de sus moradores. Y se yergue altivo
sobre el pino sagrado. Ni más acá ni más allá”. A veces, las
decisiones de los gobernantes, de los sabios y de los profesionales
chocan frontalmente con los sentimientos de los pueblos, contra “las
razones” del corazón.
Publicado
en La Provincia,
el martes 19 de mayo de 2015
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