El fallecimiento de Tomasín ha
producido en la isla de Gran Canaria una especie de conato o brote extraño
de una enfermedad que nada tiene que ver con la muerte. La noticia de su
desaparición llegó a todas partes como un reguero de pólvora en cuestión
de horas, pero las reacciones a la misma llegaron a mosquear a los
mismísimos dioses. De las lágrimas y los dolores iniciales se pasaba, casi
de inmediato, a la risa y al recorrido de un anecdotario que para sí lo
quisieran los más grandes cómicos de la historia.
Tomasín, como dicen por Guía, fue
mucho Tomasín, y a lo largo de su existencia dio sobradas muestras del
porqué de esta coletilla que te espetan según lo nombras por el noroeste
grancanario. Una vez lo llamaron de la Caja de Reclutas y armó una
carajera de la que sólo se libró por padecer el síndrome de Down, pero eso
no quita para que fuera el primer gran insumiso de la isla. Cuando le
preguntabas que qué había sucedido en la calle Reyes Católicos, él, antes
de echarse a reír como un descosido, te decía que había ido "con Ramón
Pérez, Manolo el zapatero y con un bobo del campo", que por supuesto no
era él. Pero no contaba lo otro, lo de cómo le quitó la gorra a un
comandante de los entonces y la que se armó con su presencia de minutos
entre los de caqui.
Murió con 59 años, una edad que
entre quienes padecen su enfermedad equivale casi a los cien años de los
llamados "normales". En vida recibió siempre todo el cariño de su familia
y de sus vecinos, e incluso el municipio guiense, por mediación de la
Asociación de la Fiesta del Queso, le levantó un busto de bronce en la
Plaza de San Roque. ¡Y la que se armaba si allí meaba un niño o cagaba una
paloma! Para Tomás García Díaz el que estaba en la estatua –Tomasín- era
como Dios, y cuando él pasaba delante de sí mismo se detenía, se
santiguaba y si venía al caso le pedía algún milagro o algún favorcillo
más terrenal y posible; si le cagaban las palomas no dudaba en bajar con
un paño y un bote de Pronto que le diera brillo y lustre a su
inmortalizado.
Era, como dice Braulio en su
canción, el primero en todos los entierros, bodas y bautizos, y tanto
ejercía de guardia municipal, como de cantante, de cura o de puntal de
lucha canaria. De último ejerció de médico del seguro, para lo que dicen
los que le conocieron que tenía mano de santo. Cuando era puntal del
equipo de lucha de Guía siempre lo echaban al terrero contra uno de Gáldar
más fuerte que él ante el que perdía todas las agarradas, pero eso en el
terrero, porque fuera de él se las ganaba todas con picardía y listeza.
Mientras el triunfador se quedaba en la arena recibiendo las ovaciones,
Tomás, tan cuico como siempre, se subía a las gradas a pedirles el dinero
a unos sorprendidos espectadores que rompiendo la tradición de nuestro
deporte vernáculo se veían entregándole los duros al derrotado.
Tras la muerte de su madre, Bárbara
Díaz Moreno, Tomasín llevaba cuatro años montando su despacho de médico en
la casa de cada una de las hermanas y hermanos que se hicieron cargo de
él. Por eso no fue de extrañar que junto a la corona del ayuntamiento de
Guía, aparecieran las de Agaete y las de otros puntos de la isla tan
distantes del lugar de sus andanzas más sonadas. Precisamente el alcalde
de su pueblo, Fernando Bañolas Bolaños, fue de los primeros que se
movieron para que su "ciudadano más popular" fuera velado y tratado con
honores de prohombre en su ciudad natal.
Fue enterrado, como no podía ser
menos, el día de Reyes, el más mágico y más inocente de todo el año, y su
muerte, al paso de las tristezas iniciales, sólo ha dejado recuerdos,
sonrisas y un anecdotario de coñas con el que se podrían escribir hasta
tesis doctorales, pero lo bueno de Tomasín es que las anécdotas las dejó
todas escritas en las víctimas de sus sanas maldades y, sobre todo, en los
afortunados receptores de sus ternuras y sus cariños mas sinceros.
Una canción para el recuerdo.
Braulio no faltó al entierro de
Tomasín. Desde primera hora de la mañana hasta el momento del adiós
definitivo en el cementerio, el cantante guiense estuvo junto a su amigo
como en los buenos tiempos, cuando Tomás, espoleado por el gracejo y la
picardía del artista, no dejaba títere con cabeza.
Braulio repetía una y otra vez que
el entierro de Tomasín tenía que haber sido el más multitudinario y
participativo de la historia de su pueblo, y aunque se le justificaba la
falta de algunos por la gran tromba de agua que estaba cayendo, el
cantante, defendiendo siempre la integridad de su amigo, repetía que eran
miles las visitas que le debían en Guía a quien durante décadas abría el
cortejo de todos los entierros sin distingo alguno, que en eso de las
clases sociales y las distinciones más o menos oficiales fue Tomasín muy
suyo, y lo mismo le daba un alcalde que un pobre paria tirado en la calle.
Braulio, junto a parte de su "tropa
barranquera" de la infancia, una tropa en la que Tomasín actuaba de
general o de gran maestro de ceremonias, contaba entre la lágrima y la
sonrisa las andanzas de un amigo que ayer le dejó un poco más huérfano de
cachondeos y bondades. La canción que él le dedicara hace tiempo, y que
presentó en las piscinas municipales de Guía a principios de los setenta
con Tomasín a su lado, queda como el mejor y más sincero testimonio de
alguien que pasó por estos pagos sólo para hacer feliz a la gente:
"Tomasín, personaje popular donde los haya, general que nada sabe de
batallas, orador que a todo el pueblo hace reír…"
Guía, a 9 de enero de
2000
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