Hay palabras que uno utiliza sin pararse a pensar en su
origen, en su sonido o en la magia que encierra su etimología o su
evolución. Nosotros tenemos muchas vocablos que sacados de la isla, y en
muchos casos de nuestra comarca, se convierten en galimatías y arcanos
para quienes los escuchan. Una de esas palabras podría ser chirote. Me he
ido al diccionario de la Real Academia y al María Moliner y en ninguno de
los dos aparece con la acepción que yo siempre le escuchaba a mi abuela, a
mi madre o a todos los vecinos y amigos de Guía. Según los diccionarios
esta palabra significa hermoso en Costa Rica, bobo o torpe en Perú, o bien
sirve para nombrar a un pájaro en Ecuador y Perú. Lo único evidente es que
es un término que como tantos otros nos hermana con el continente
americano, pero no con la acepción que nosotros estilamos. El chirote era
en mi infancia, y me imagino que lo seguirá siendo, el viento frío que te
cortaba la piel como una cuchilla. Venía del Teide nevado o de las cumbres
y se colaba por debajo de las puertas o por los huecos de las ventanas
helando todo aquello que cogiera por delante. Nos tenía todo el día con la
boca cerrada. Ibas al cine o a misa y lo primero que te decía tu madre es
que cerraras la boca cuando salieras a la calle porque hacía chirote. La
verdad es que es una palabra que suena divinamente y que en su sonido
recoge el ulular del viento frío que nos dejaba tiesos desde que nos
parábamos entre dos puertas o dos ventanas abiertas. A lo mejor también
era el cómplice de nuestra imaginación volandera, el que hacía que
tuviéramos la cabeza despejada desde primera hora de la mañana para soñar
e inventar juegos a todas horas. Con el chirote o te movías o te podías
quedar paralizado de por vida como aquellos viejos que se sentaban en un
banco de plaza y que yo creo que no se levantaban durante horas por
haberse quedado congelados por culpa del mentado viento. Nosotros
luchábamos contra el chirote corriendo como posesos por todo el pueblo, de
ahí que nuestro concepto del juego, o por ejemplo del fútbol, se alejara
tanto de lo estático y lo contemplativo y optara por la acción y el
movimiento trepidante. Nuestras abuelas estaban obsesionadas con ese aire
helado, y como fuéramos con ellas por la calle estaban todo el rato
tapándonos la boca para no nos llegara a la garganta, "no hables, tápate
la boca, no cojas frío", y nosotros, acojonados con tanta previsión y
tanta insistencia, no separábamos la mano de los labios, o nos colocábamos
la rebeca o el kubala de turno alrededor del cuello. Luego, ya liberados
de la vigilancia, éramos capaces de tomarnos el chirote a morro y de
respirarlo como osados aventureros acostumbrados a hacer justo lo
contrario de lo que nos ordenaban. Otra cosa eran las consecuencias de
aquel espíritu rebelde: pronto aprendimos que nuestras abuelas tenían
razón y que jugar con el chirote de las narices sólo podía contribuir a
terminar en la cama aburridos y con fiebre durante varios días. Y no había
nada peor que no salir a la calle. Incluso preferíamos ir al colegio antes
que quedarnos en casa sin ver a nuestros amigos y sin poder gozar de la
vida plenamente: la vida sólo la concebíamos de puertas afuera, no nos
valían los libros, la tele casi no existía, y los juegos caseros nos
acababan aburriendo antes de las dos primeras horas. En el fondo éramos
igual de correosos y de libres que el chirote que tanto asustaba a
nuestros ancestros.
Yo ya hace tiempo que no escucho esa palabra tan
eufónica y sugerente. De alguna forma dejamos muchos de nuestros recuerdos
y nuestras vivencias más intensas grabadas en la palabra chirote. Por eso
nos espabila tanto el aire frío que a veces nos sorprende entre las calles
del pueblo. Sin que apenas nos demos cuenta volvemos a cerrar la boca tal
como siempre nos dijeron nuestras abuelas que hiciéramos. Y nos
descubrimos tan niños como entonces con la mano cubriendo nuestros labios.
El chirote seguirá recordando el roce de nuestra piel cuando ya no andemos
respirando por estos lares. Ese aire que sigue soplando por las calles y
los barrancos de nuestra infancia lleva mucho de nosotros. De alguna
manera nos hemos quedado siendo chirote en aquellos lugares a los que ya
no podemos volver con el mismo aire del pasado. En Costa Rica dicen que es
algo hermoso y grande. Creo que los costarricenses han sabido extraerle a
esta palabra su verdadero significado. Realmente el chirote es algo
hermoso, grande, y a estas alturas de nuestra existencia también vital e
imprescindible. No sé qué diablos haríamos nosotros si dejara de soplar a
la salida del cine o cuando andamos despistados por las calles y logra
devolvernos ese aire lejano que mantiene viva nuestra infancia. Hay algo
alquímico, esotérico y milagroso en el chirote, como si llevara el
espíritu de nuestro pasado y de todos los pasados de quienes nos
precedieron. Por eso quizá nuestras abuelas luchaban tanto para que no se
nos metiera por la boca. Trataban de evitar que algún día fuéramos olvido.
Febrero de 2007.