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domingo, 10 de agosto de 2008
Presentación del libro “El carnaval de los telurismos” de Carlos Aguiar Marrero

El 12 de agosto de 2008 tuvo lugar en la Casa de la Cultura de Guía la presentación del libro “El carnaval de los telurismos”, el primero -y póstumo- de Carlos Aguiar, editado por Anroart Ediciones. La introducción del acto, brillante y cercana, la realizó el director del Museo Antonio Padrón de Gáldar, y al mismo tiempo ilustrador de la portada del libro de Carlos, César Ubierna. Estuvieron presentes también Mari Carmen Mendoza, Concejala de Cultura, Santiago Gil, amigo de la infancia del autor e impulsor del libro (foto-derecha), Jorge Alberto Liria, director de ANROART EDICIONES (foto-centro), y Osvaldo Rodríguez, catedrático de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, quien fuera profesor y amigo de Carlos, el cual se deshizo en elogios hacia su obra y hacia lo mucho que puede dar de sí lo que ha dejado escrito. El acto fue cerrado por José Aguiar Marrero, hermano de Carlos (foto-izqda) con unas emocionadas palabras y con la presentación en un voluminoso bolso de deporte de toda la obra que dejó escrita Carlos.






GALERÍA DE FOTOS (Pedro Naranjo)








TEXTO DE LA INTERVENCIÓN DE LA CONCEJALA DE CULTURA

Carlos Aguiar Marrero nació en Guía de Gran Canaria el 16 de marzo de 1967 y falleció, también en su ciudad natal, a principios de 2008. A su muerte se han encontrado cientos de hojas escritas que dan fe de su incuestionable talento. La publicación de su primer libro, que lleva por título “El carnaval de los telurismos”, y que ha sido editado por Anroart Ediciones, supone un acto de justicia póstuma y al mismo tiempo literario a su trabajo y a sus esfuerzos. Su escritura es muy arriesgada, con constantes juegos de palabras y con destellos de genialidad casi surrealista. Su primer libro será presentado por dos de sus grandes amigos, y al mismo tiempo impulsores de esta publicación. Tanto el director del Museo Antonio Padrón de Gáldar, César Ubierna, como el escritor y periodista guiense, Santiago Gil, tratarán de acercarnos a la figura de Carlos Aguiar valiéndose de las palabras y de las distintas vivencias compartidas. Junto a ellos estará presente en la presentación del libro el hermano de Carlos, José Aguiar Marrero (foto superior, izquierda). En todo momento, el ayuntamiento de Guía, a través de la Concejalía de Cultura, ha querido estar presente en este reconocimiento, en este caso incluyendo la presentación entre los actos culturales más destacados del programa de las Fiestas de la Virgen.

Mary Carmen Mendoza, Concejala de Cultura de Guía.



TEXTO DE LA INTERVENCIÓN DE SANTIAGO GIL

Todo en la vida es relativo. Y a estas alturas tendríamos que ser muy obtusos para no darnos cuenta de que estamos siempre en manos del azar. Carlos podría ser cualquiera de ustedes y cualquiera de ustedes podría haber sido Carlos. La muerte es un argumento previsible y diario, un cuento en el que ya se sabe desde la primera línea que no habrá un final feliz. Nos morimos todos antes o después, incluso hay muchos que están muertos creyendo estar vivos, y viceversa. Vale que Carlos era joven y que tenía toda la vida por delante. Pero ya digo que todo es relativo y azaroso, y además suscribo la cita de la película Blade Runner que decía que la luz que brilla con doble intensidad dura siempre la mitad de tiempo. Carlos brilló tanto que se quemó como se queman las mariposas cuando se acercan a la luz de una vela pensando que vuelan hacia el sol.

Nos conocíamos desde siempre. No recuerdo no haberlo conocido. Compartimos toda la EGB en el mismo aula, y también prácticamente todo el Bachillerato. Nos separamos cuando se suelen separar los amigos de la infancia, una vez nos adentramos en la universidad, en el mercado laboral o en una nueva ciudad lejos de la que aprendimos a dar los primeros pasos sobre la tierra. También son los años en los que se descubre el amor y la aventura de viajar y de ir en busca de nuevos horizontes. La historia se repite casi siempre, pero aun así no dejamos de quedarnos para siempre donde vivimos la infancia y donde descubrimos muchas de las cosas que luego han terminado marcando nuestra vida.

Podría decir que Carlos era mi mejor amigo de la infancia. Hubo muchos más con los que compartí momentos memorables, y algunos como Cayetano Mateos con los que me crié puerta con puerta. Pero al paso de los años, de toda aquella pandilla futbolera y escolar, fue con Carlos con quien mantuve más complicidades, sobre todo las complicidades literarias. Estaba dotado para la creación y la literatura, y su sentido del humor era realmente genial y siempre sorprendente. Pasa con las personas más tristes, que suelen ser luego las que mejor ríen y saben sacarle chispa a la casposa realidad cotidiana. Con doce o trece años recuerdo que empezamos a escribir juntos una novela, y que luego fuimos descubriendo a todos los grandes maestros que tanto nos marcaron en aquellos años. Contábamos, además, con las recomendaciones de profesores de Literatura inolvidables como Chano Gordillo, María Teresa Arias, y sobre todo María Teresa Ojeda, a la que tanto y tanto debemos todos los norteños que hemos encaminado nuestros pasos al mundo de la literatura o del periodismo. Antes, ya habíamos tenido a Nicolás Aguiar asentando firmemente las bases de la gramática y de la ortografía. Yo me fui a estudiar Derecho y Carlos, más fiel a la palabra, se decantó por la Filología. Seguíamos leyendo y escribiendo, y teníamos a Joan Manuel Serrat como una especie de padre putativo que nos iba remendando lo desamores o que nos escribía muchas de las respuestas que tanto necesitábamos entonces para no extraviarnos en la depresión o en la  la misantropía.

Carlos, con diecisiete años, ya ganaba algo de dinero con la creación. También era un excelente actor, dotado de una enorme capacidad para transmutarse en otro y hacer creíble los papeles que interpretaba. Recorrió la isla con la compañía que entonces dirigía César Ubierna. Pero, al mismo tiempo, sus guiones llamaron la atención de Miguel Fortuny,  productor en aquellos años de los programas de un incipiente Emilio Aragón. Le ofreció muchas veces irse a Barcelona para que se dedicara profesionalmente a escribir guiones televisivos, pero Carlos no quiso dar el paso.  Entonces empezaba la carrera de Filología, y aquella aventura, a principios de los ochenta, con dos canales televisivos y una industria audiovisual nada desarrollada, no parecía una garantía de mucho futuro. Se quedó. Escribía los guiones de los sketchs del programa Una hora menos de Manolo Vieira, y se diversificó en distintos proyectos, entre otros los geniales pregones que cada año preparaba para los carnavales guienses. No dejó nunca de crear y de pergeñar historias. Me mandaba a Londres o a Dublín las cosas que iba escribiendo, y sobre todo los nombres de los escritores que seguía descubriendo. Pero se cruzó la mala suerte, la maldita ansiedad que no le dejaba ni respirar ni vivir, y una serie de desamores que le fueron desarmando. Empezó el declive y la caída. Le pudo pasar a cualquiera. Nos puede pasar a cualquiera. Sus textos dejaban de ser coherentes, pero siempre seguían siendo geniales. Carlos dominaba la técnica y tenía una voz propia y reconocible, pero no quería conformarse con lo evidente. No le bastaba contar historias y escribir de una forma más o menos aceptable por la mayoría. Ahí empezó su salto al vacío, pero en ese salto nos dejó textos geniales e inolvidables. No se acerquen a estos telurismos pensando que van a encontrar coherencia y orden sistemático. Hay un constante empeño por apelar al humor, a los juegos de palabras y al absurdo. Carlos retrata la realidad desde el absurdo y desde un prisma particular y muy personal. Aparten a un lado lo que habitualmente encuentran en otros textos y déjense seducir por los ritmos, las imágenes y el universo que se abre en cada uno de los renglones de este libro.

Yo sabía que estaba ahí, a tiro de piedra, pero, como pasa siempre, crees que vas a tener a la gente eternamente al otro lado del teléfono. En los últimos diez años apenas nos vimos un par de veces. Me mandaba textos al periódico que íbamos publicando en los distintos suplementos culturales y de vez en cuando coincidíamos en algún acto o algún compromiso social. La última vez que nos vimos fue justo un día como ayer de hace un año, cuando yo venía a presentar a Guía Música de papagüevos. Se quedó hasta el final y estuvimos recordando algunas de las anécdotas que aparecen en el libro. Ya se le notaba herido y muy triste. A mí me descorazonaba su mala suerte y su aspecto. No tenía nada que ver con el Carlos que yo conocí y que tanto traté. Pero uno sabía que debajo de esa mirada había un tipo genial, culto, muy leído, y con un demoledor sentido del humor. Nos llegamos a reír, por supuesto, pero no era la risa de antaño. Había mucha sombra negra a su alrededor y muchos golpes del tiempo nublando los horizontes. La siguiente noticia que recibí de Carlos fue en los primeros días de este año. Me llamó Saulo para decirme lo que acababa de pasar. Aun sabiendo que ese desenlace entraba dentro de lo previsible uno se negaba y se niega a creerlo. Aún estoy desolado por su ausencia. La de Carlos es una de esas muertes que te acompañan para siempre recordándote lo poco que vale todo, lo estúpido de la vanidad, y lo importante que es disfrutar intensamente de cada segundo de salud y armonía que uno encuentre sobre la tierra.

Pasaron los días y recibí una llamada de César Ubierna. Hacía unos diez años Carlos le había pasado unos textos para le ilustrara la portada – esa misma portada que ahora tienen delante- y para que intentara su publicación. No es fácil publicar un libro, y aún lo era menos hace diez años. A mí entonces también me rechazaban una y otra vez los distintos proyectos que presentaba a las editoriales. Quedamos en que me pasaría los textos y que, en caso de que me gustaran, los intentaría mover en Anroart Ediciones, la editorial en la que habitualmente he venido publicando la mayor parte de mis libros. No sé que pasó, pero César se demoraba en el envío. De repente, al mirar mi correo el domingo 16 de marzo me encontré los telurismos. Me enganché a ellos desde primera hora de la mañana, y, sobre la marcha, reenvié el archivo adjunto a la editorial. Hablé con su director, Jorge Alberto Liria, y, en principio, confiando en mi opinión, me daba bastantes posibilidades de publicarlos. Todo eso había pasado el día en que Carlos habría cumplido 41 años. No lo sabía César cuando envío el archivo de madrugada, ni yo me di cuenta hasta el día siguiente, cuando fui a poner la fecha en una nota de prensa. Era el mejor regalo de cumpleaños que le podíamos haber hecho, y al mismo tiempo un guiño del destino que nos animaba a cumplir con su voluntad. Hoy se concreta el milagro, con todos sus amigos, sus familiares y con muchos guienses que seguro que no sabían que ese hombre triste que veían caminar solitario por las calles era un magnífico y original escritor. Carlos dejó más de mil páginas escritas. Ahora viene un trabajo de lectura y valoración. No manifestó su voluntad expresa, como en este caso, para que se publicaran todos esos textos diseminados en archivos de ordenador y carpetas desordenadas. En este caso, sí estamos haciendo lo que él quería. Es el mejor homenaje que le podemos hacer los que le queríamos. Me gustaría destacar el apoyo que desde un primer momento hemos encontrado en el ayuntamiento, tanto en la persona de Fernando Bañolas, compañero de correrías de todos nosotros, y de la Concejal de Cultura, Mary Carmen Mendoza, a quien me gustaría agradecer personalmente todos los detalles que ha tenido para la celebración de este acto, y para que el mismo integrara el programa principal de las fiestas de Guía de 2008.

Carlos y yo cantamos muchas canciones en noches de farra adolescente. Junto a nosotros formaban coro todos los que saben que están detrás de cada una de las palabras que han ido hablando de él en este acto. Hoy estamos haciendo justicia, en este caso justicia poética, a alguien a quien queríamos y a quien admirábamos. Ya estos telurismos quedan en manos del azar y del tiempo. Lo decía Serrat: decir amigo es decir lejos, y antes fue decir adiós. Creo que a Carlos le hubiera gustado que nos despidiéramos de él dejando vivos los sueños que él quiso plasmar para siempre en el negro sobre blanco de la palabra impresa.

Santiago Gil.

 TEXTO DE LA INTERVENCIÓN DE OSVALDO RODRÍGUEZ

El homenaje a Carlos Aguiar que le rinde la comunidad de Guía a uno de sus hijos predilectos, Carlos Aguiar, no puede ser sino un acto celebratorio que va más allá de la presentación de su libro de relatos "El carnaval de los telurismos". Celebramos el legado de este autor entrañable, su escritura, concebida como todo hecho artístico en la íntima soledad creativa y que en esta ocasión se abre a nosotros como un legado de indudable valor estético y humano. Este conjunto de relatos sorprendentes por su modernidad pone de relieve no solo la capacidad literaria del autor, siempre reacio a mostrar sus escritos, sino también su mundo interior, su personal imagen de la realidad y su particular imaginario frente al absurdo de la existencia humana.

Son relatos quizás concebidos para sí mismo, en su mundo interior, cuya lectura nos permite recrear su particular visión de mundo, sus sueños y frustraciones a través de un discurso donde se impone la ironía y el humor rupturista como antídoto frente al desencanto. Me ha emocionado leer el libro de Carlos, no sólo por haber tenido el privilegio de leer algunos de sus escritos hace más de 20 años atrás cuando coicidimos en el Colegio Universitario de Las Palmas (CULP), él como alumno y yo como profesor que recién había llegado a Canarias, sino porque la lectura de este libro me ha permitido el reencuentro con su autor, con el joven inquieto y soñador que fue, que ha sido y sigue siento a través de su escritura. Lo recuerdo en aquellas improvisadas tertulias, a la salida de clases o al término de nuestros sudorosos partidos de fútbol en la cancha de un Instituto de Guía, como el muchacho retraido pero siempre curioso, con ansias de aprender siempre más, por su afán de cuestionarse la vida y el arte, por su obsesión de enfrentarse a las contradicciones de la existencia, para terminar siempre con interrogantes que culminaban en silencios.

No es extraño, por tanto, que este amigo, en ocasiones replegado sobre sí mismo hasta el ensimismamiento nos sorprenda con este conjunto de relatos, plagados de oxímoron de efecto humorístico que ponen de relieve las contradicciones de la realidad y de la vida, a lo que se une el notable uso de neologismos que enriquecen la expresividad narrativa. Con referencias a espacio es y tiempos equívocos de efecto des-realizador, pero con el humor negro, casi sarcástico, con que el autor se enfrenta a la realidad desde su mundo interior, y que se resuelven, como hemos dicho, en interrogantes sin respuesta ante el sinsentido de la existencia humana.

Osvaldo Rodríguez


ARCHIVO

CARLOS AGUIAR

Música de Papagüevos II


Por Santiago Gil

     
      
Ayer perdí al mejor amigo de mis primeros veinte años de vida. Hubo otros, como fue Tano Mateos, con los que también aprendí a descubrir el mundo antes de que pasaran los años y cambiaran los escenarios de mi vida cotidiana. Pero no pasó eso con Carlos Aguiar. Justo entre los catorce y los veinte años fue cuando más unidos estuvimos, y también cuando empezamos a encontrar nuestros referentes comunes. Siempre estaba Serrat. Ahí fui yo el que me adelanté y el que con mi tozudez y mi fanatismo casi logré imponerlo para que escribiera la banda sonora de aquellos años.

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GALERÍA DE FOTOS (Pedro Naranjo)




Modificado el ( jueves, 14 de agosto de 2008 )