Inicio arrow Prosa arrow Reflexiones arrow Firmemos la paz con la naturaleza. Por Javier Estévez Ciudad de Gua, 25 de abril de 2024

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mircoles, 04 de junio de 2008

Firmemos la paz con la naturaleza

Javier Estévez


¿Qué pensarían ustedes si yo afirmara categóricamente que hoy es el día mundial de la miseria pobreza? Pues seguramente rumiarían lo siguiente: o éste está tan despistado como un indio en una película de romanos o es tonto de remate al decir lo mismo de manera consecutiva con diferentes palabras de igual significado. Y lo les pregunto ¿no sucede lo mismo cuando hablamos de medio ambiente? Por ejemplo, ¿qué diferencia hay entre estas dos afirmaciones? asistimos impasibles a la degradación del medio, y asistimos impasibles a la degradación del ambiente. ¿No estoy diciendo lo mismo? ¿No son sinónimos medio y ambiente? Pues bien, hoy toca ser reiterativos porque es el día mundial del Medio Ambiente, o sea, del medio medio o del ambiente ambiente, como a ustedes guste.

Por lo general, me dan urticaria los días mundiales, sean de lo que sean. Me parecen una tremenda estupidez, qué quieren qué les diga, aunque venga el listo de turno a asegurarnos que son una buena excusa para concienciar a la población sobre el tema en ciernes. Dejémonos de una vez de gilipolleces. El ser humano solamente toma concienza de algo por dos rutas: una es la vía del padecimiento, que desgraciadamente es lo habitual; la otra es la vía sensitiva que, o bien es congénita o bien se inocula vía educativa. Y sanseacabó.

Hoy en día, hablar de medioambiente es guay, suena chachi y más si eres voluntario y luces camisetas con eslóganes de salvar hasta la madre que te parió, si hace falta. Y no te digo si estás en la onda algoriana, ese desvergonzado, con antecedentes de poco menos que presidente, que se forra a costa de toda una desgracia.

Porque la degradación de nuestro entorno, del planeta, es la mayor de las desgracias que puede sufrir en la actualidad el género humano. Ahora bien, en esta contaminada sinergia quien pierde únicamente somos nosotros. Si desaparecemos de la faz de la tierra, por nuestra estulticia y sinsentido, que no les quepa la menor duda de que la vida en el planeta continuará. La historia del planeta registra peores cataclismos que el que actualmente nos autoinfligimos y ya ven como la vida se empeña en emigrar de nuevo a los continentes, a  las islas y a los océanos.

El nivel de deterioro ha llegado a tal extremo que ya no valen medias tintas. Ahora sí que nos la jugamos. ¿De qué vale tener un crecimiento anual del 10%, pleno empleo, superávits y que Di Stéfano vuelva a golear en el Bernabeu si no se puede vivir sobre este planeta de tanta mierda que nos ahoga? Si es que respiramos veneno, comemos veneno y cagamos veneno. El ciclo de la vida está intoxicado, emponzoñado. Somos el muladar del sistema solar.

Los avances, las conquistas en el campo de la convivencia y el bienestar resultan innegables, que duda cabe, pero en el balance nunca se ha querido incluir lo que quedó masacrado en el camino. Se debe tener presente que las cuentas están muy mal hechas y que el modelo no puede seguir justificándose por un crecimiento económico tan insostenible como irrelevante, al menos cuando se adjuntan al balance de la contabilidad los costes ambientales.

Debemos firmar la paz con la Naturaleza. Queda mucho camino por recorrer. Debemos llegar hasta donde seamos capaces de entender que los procesos de continua renovación, es decir la archimencionada como desconocida sostenibilidad, son los que permiten perdurar a los vivos. Al respirar transparencia, el aire purificado por la vegetación fecunda la vida en todos los rincones. Al beber limpidez, el agua funda paraísos allí donde le dejamos. Al multiplicarse la multiplicidad juega a ser eterna, a burlar las leyes más constantes del Universo que son precisamente las del desgaste continuo.

Lo escrito anteriormente me ha traído a la memoria el verso explosivo de Pessoa: El verde de los árboles es parte de mi sangre. Lo dicho: debemos firmar la paz con la naturaleza. Vayan pensándolo.



Modificado el ( mircoles, 04 de junio de 2008 )
 

ESPECIAL 1811-2011

En 1811 regía el pueblo, en calidad de Alcalde Real, don José Almeida Domínguez, y destacaban como figuras preeminentes nacidas en Guía tres nombres propios que han pasado a la historia de Canarias: el escultor José Lujan Pérez, el canónigo y diputado Pedro José Gordillo, y el militar y poeta Rafael Bento y Travieso.

Por otro lado, de todas las epidemias que azotaron las islas Canarias en el siglo XIX, Guía sufrió especialmente ese mismo año una de las que causaron mayores estragos, la fiebre amarilla.

Y por si fuera poco, en pleno padecimiento de los efectos de la epidemia apareció una nueva plaga, la de langosta, que arrasó materialmente todo lo que estaba plantado y que hizo protagonizar a los vecinos de las medianías guienses aquella famosa promesa de que si les libraba el Cielo de la plaga, cada año sacarían a la Virgen de Guía en procesión. Cumplióse el ruego, llovió tanto en la comarca que las aguas acabaron con la cigarra y desde entonces en Guía se celebra cada septiembre la votiva y popular Fiesta de "Las Marías"

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O P I N I Ó N


Tradición y folclore se dan la mano en la Fiesta de Las Marías de Guía
por Luis Miguel Arencibia

El tercer fin de semana de septiembre, el pueblo de Santa María de Guía celebra una de fiesta declarada en Canarias como Bien de Interés Cultural: La Rama en Las Marías. Es una “fiesta de agradecimiento” a la Virgen de Guía, que cumple más de dos siglos de vida. Allá, en el año 1811, los agricultores, ganaderos y campesinos de los municipios de Guía, Gáldar y Moya, tras sufrir un sinfín de calamidades (plagas de langosta, la fiebre amarilla, sequía…) subieron a la Montaña de Vergara y prometieron a su Virgen que, si daba fin a todas estas penurias, cada año celebraría una fiesta de agradecimiento por el milagro otorgado. Y, así, generación tras generación, Santa María de Guía celebra estas fiestas en honor a Las Marías, de la mano de los Mayordomos, los responsables de cumplir la tradición, así como de organizar, conservar la pureza y la devoción de este acontecimiento festivo y religioso.

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