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domingo, 17 de febrero de 2008

Cómo ganarse la vida con la literatura de Santiago Gil

Por Federico J. Silva
 

Obra tras obra, sin denuedo, Santiago Gil sigue empeñado en demostrarnos que se puede vivir para la Literatura sin traicionarla, sin traicionarse y sin traicionar a los selectos lectores que aún aman la buena escritura. Diez obras avalan a nuestro autor y ninguna de mis palabras podrán mejorarlas.

Hoy comentamos el último de los libros salidos de la factoría Gil: un supuesto manual [1]para vivir de la literatura, mas como toda persona bien informada debe saber, el yo de un poema o de cualquier obra literaria no coincide necesariamente con el del autor.

Digámoslo ya, quien escribe este vademecum para chulear la literatura, para trampear con las palabras y recurrir una y otra vez, a los mismos trucos y chanchullos, y al autoplagio ad nauseam, no es Santiago Gil. “Este libro –leemos- ayudará a los que quieran ganarse la vida con la literatura. (p. 15). No obstante, previamente se nos había advertido que “Esto, al fin y al cabo, es literatura, otra literatura, pero literatura” (p. 14).

Una vez que aceptamos esta convención literaria, podremos comprobar que estamos ante un novela, torrencial, nerviosa, intensa, de ineludible lectura, especialmente en la segunda parte, una vez que el personaje, porque se trata de un personaje (y no de Santiago Gil), toma conciencia de su devenir final.

¿No les recuerda esta novela a su Por si amanece y no me encuentras[2]? ¿Qué es Cómo ganarse la vida con la literatura sino un monólogo interior ininterrumpido para retratar a un personaje a través de los propios mecanismos de su pensamiento? ¿No aparece ante nuestros ojos el protagonista de Los años baldíos[3],  cuando el personaje narra sus inicios románticos en la literatura, trabajando de guía turístico, en lo que califica de “oficio de mierda” y “aguantando (la) incultura, la mala educación” de los turistas, “sólo para poder escribir” (p.36) porque “(lo) salvaba la literatura que pensaba escribir cuando llegara al apartamento”? (pp 31-32).

Claro que el autor, con suma maestría, va deslizando pequeñas advertencias para el lector atento: “A veces ponen en mi boca declaraciones que yo no hubiera dicho ni borracho ni traicionando todavía más todos mis principios éticos (p. 70). Igualmente, más adelante podemos leer un irónico guiño: “El mejor ejercicio práctico para no olvidar las consignas de este libro es la lectura de la obra completa de quien lo escribió” (p. 77).

    Una breve relectura de los nueve libros publicados anteriormente por Santiago Gil echa por tierra la afirmación capital del personaje de esta novela (“Hace tiempo que no escribo una sola línea sin pensar en su rentabilidad económica”), que por fortuna no se corresponde con la praxis literaria y vital de Santiago Gil

Por más que el protagonista asegure -en lo que es un muestrario de contradicciones, que lo configuran acertadamente como un personaje redondo, con una complejidad psicológica que va evolucionando a lo largo de la novela- que “no vale la pena el esfuerzo” (p.13), también afirma que “lo mejor es escribir muy de mañana” (p. 18). ¿No es un canto al serio trabajo creativo cuando asegura que “si lo hemos entrenado correctamente, el propio cerebro se encargará de sacar los cinco o seis folios diarios adelante” (p. 20) o cuando sentencia que “hay que documentarse, saber de qué se quiere escribir y pergeñar una historia con interés para el lector. Después hay que trabajar y echarle horas al asunto” (p. 37).

El mismo personaje, un bluff a sueldo de sí mismo, pese a ser presentado por el autor como la caricatura de lo más cínico y ególatra que existe en la república corrupta de las letras, capaz de creerse envidiado por los que no celebran sus trapicheos, expresa ideas que sólo las suscribiría la conciencia literaria autentica de Gil.

Cuando la vida pone al personaje en una tesitura decisiva, éste comienza a dar sanos contraconsejos a los jóvenes autores que quieren vivir de la literatura. “Lo importante no es llegar sino no traicionarse. (p. 142); “lo que sí que no deben hacer nunca es pactar con la mediocridad. El artista que lo hace está perdido para siempre. La mediocridad es todo aquello que no tiene que ver con la literatura (...) Cuando se escribe por obligación o por dinero todo nace muerto. (p. 157).

    Concluimos: Queda claro que Santiago Gil no ha escrito un manual para vivir del cuento, un manual para tahúres de la literatura. En todo caso, ha escrito, con “la necesaria voz propia”, un manual que podría titularse “Cómo vivir para la literatura”. Hace unos meses escribí: “Nueve libros después, con una trayectoria firme, con las cosas claras, sin trampas ni apaños, Santiago Gil sigue apostando por la literatura, por la palabra bien dicha, por la historia bien contada, por la dignidad, convencido de que éste no es el único mundo posible”[4]. Ahora añado que Gil también está convencido de que la literatura de usar y tirar, de que la literatura basura, sea prosa o verso, no es la única posible para que dentro de cuarenta o cincuenta años haya alguien que lea. Gracias también a que hay un editor que comparte esa convicción.


[1] Santiago Gil, Cómo ganarse la vida con la literatura, Las Palmas de Gran Canaria, Anroart Ediciones, 2008.

[2] Santiago Gil, Por si amanece y no me encuentras, Las Palmas de Gran Canaria, Anroart Ediciones, 2005.

[3] Santiago Gil, Los años baldíos, Las Palmas de Gran Canaria, Anroart Ediciones, 2005.

[4] Federico J. Silva, “Un huracán llamado Santiago Gill” en Revista Contemporánea nº 6, Las Palmas de Gran Canaria, Cabildo de Gran Canaria, 2007.



Modificado el ( domingo, 17 de febrero de 2008 )
 

ESPECIAL 1811-2011

En 1811 regía el pueblo, en calidad de Alcalde Real, don José Almeida Domínguez, y destacaban como figuras preeminentes nacidas en Guía tres nombres propios que han pasado a la historia de Canarias: el escultor José Lujan Pérez, el canónigo y diputado Pedro José Gordillo, y el militar y poeta Rafael Bento y Travieso.

Por otro lado, de todas las epidemias que azotaron las islas Canarias en el siglo XIX, Guía sufrió especialmente ese mismo año una de las que causaron mayores estragos, la fiebre amarilla.

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