Inicio arrow Crónicas del Ayer arrow Música de papaguevos arrow Monaguillo rojo Ciudad de Gua, 25 de abril de 2024

Monaguillo rojo PDF Imprimir E-Mail
Calificacin del usuario: / 2
MaloBueno 
mircoles, 18 de abril de 2007

Música de Papagüevos

Por Santiago Gil

La infancia es una patria surrealista. Todo podía pasar. Éramos crédulos y fantasiosos, bullangueros, y devotos de las tradiciones cuando en éstas se cruzaban los disfraces, los protagonismos o las devociones. 

Nuestro objetivo era llevar la camiseta del Guía en un partido de alevines, meternos debajo de los papagüevos, improvisar disfraces o salir a las calles vestidos de monaguillos. A mí lo de monaguillo en la iglesia no me iba mucho. Alguna vez ejercí, pero me aburría sobremanera, y no compensaba el toque de la campanilla cuando llegaba el momento de las bendiciones los sermones interminables de don Bruno. Lo de monaguillo era algo fetén cuando salías a la calle, sobre todo cargando con el incensiario o con aquellas palmatorias que abrían las procesiones. No era fácil conseguir ropa de monaguillo. Pasaba como con los papagüevos, que al final eran los más galletones y los pelotas los que imponían su ley (la infancia es como la vida: casi siempre ganan los más fuertes o los petimetres que halagan y pelotean a quien haga falta para no perder chance). A lo mejor te dejaban la ropa para una procesión menor entre semana, pero no para el día de la Virgen, para Corpus o para el Viernes Santo. La decepción y la impotencia me llevaron a pedirle a mi madre que me comprara una ropa de monaguillo. No era lo mismo que conseguirla en la iglesia, pero al menos no tendría que mirar la procesión desde la acera. Me prepararon una ropa de monaguillo roja y blanca para Corpus. Yo salí muy ufano pisando las alfombras junto a los monaguillos oficiales. No llevaba nada pero estaba en el centro de la fiesta, y además en Corpus, que tenía el plus añadido de pisar el serrín, las chiripitas y los dibujos de sal primero que nadie. Don Bruno hacía la vista gorda a mi apócrifa presencia. Se veía que no le gustaba mucho que yo viniera con el uniforme desde mi casa, pero como éramos pocos claudicaba y nos dejaba salir en procesión. Al Corpus supongo que le siguió el Corazón de Jesús, la Virgen de Guía, San Roque, Santa Lucía y San Sebastián. Ya se habían acostumbrado a mi presencia rojiblanca y me dejaban llevar parte del atrezzo procesional, incluido el incensario que daba gloria bendita olerlo de cerca. Todo fue bien hasta la primera Semana Santa. Me estaba reservando para el día grande. No quise salir ni el martes con el Cristo de la Columna ni el miércoles con la procesión del Encuentro. Yo tenía todas las miras puestas en el Viernes Santo. Los jueves era otro cantar, y la lucha por el protagonismo y por una moneda de diez duros se libraba en el interior de la iglesia: había que estar desde las dos o las tres de la tarde haciendo méritos para ser uno de los doce elegidos en el lavatorio de pies: me tocó alguna vez, y de hecho creo que fue el primer trabajo remunerado de mi vida, para que luego digan que la iglesia no alienta el capitalismo y la mercadotecnia: nos daban diez duros a cada uno de los doce apóstoles y salíamos escopeteados al quiosco a ponernos hasta arriba de golosinas. Pero ya digo que el día grande era el Viernes Santo con todas las imágenes de Luján Pérez en la calle. Yo tenía previsto colocarme entre el Sepulcro y la Dolorosa, que eran las dos representaciones más solemnes del paso procesional. Ya me veía con mi flamante ropa de monaguillo encarnada en medio de la banda y las autoridades, serio pero pendiente de las bromas de los amigos que se quedaran fuera de la fiesta en las aceras. No le dije nada a nadie y me fui a mi casa sobre las cinco de la tarde a ponerme la ropa. Ya cuando bajaba por la calle del Agua noté algunas miradas irónicas y más de una sonrisa. Nadie me dijo nada. Atravesé la entrada de la iglesia ya atestada de gente. Todos iban enlutados, negros o grises, con compungidos gestos, y no había más color que el cielo azul y mi radiante ropa festera de monaguillo encarnado. Aún recuerdo la cara de don Bruno cuando me vio colocarme al lado de la Dolorosa de Luján un par de minutos antes de que bajara las escalinatas de la iglesia. No sé si me llegó a dar algún tirón de orejas, pero sí me acuerdo de su iracundo cabreo por pensar que un chiquillo de siete u ocho años se estaba burlando de la muerte de Cristo. Me mandó a mi casa con cajas destempladas. Yo no entendí lo que pasó hasta muchos años después. No sabía por qué no valía la misma ropa que había llevado ya en varias procesiones ante la mirada pía de los feligreses y la aceptación del sacerdocio oficial de mi pueblo. No recuerdo tarde tan triste como aquélla en la que subía las cuestas camino de San Roque como un Adán recién expulsado del paraíso; de hecho la famosa imagen de Adán y Eva que aparecía en los libros de religión siempre me recordó a mí mismo aquella tarde aciaga de primavera recorriendo las calles que en unos minutos pisarían los santos y los monaguillos blanquinegros. Una vez me cambié de ropa y salí a la calle a ver la procesión desde la acera todos me preguntaban que cómo se me había ocurrido vestirme con colores alegres, y encima de rojo, para asistir al entierro de Jesucristo. Puede que yo dijera que no iba a ningún entierro sino a una procesión, aunque creo que lo único que hacía era quedarme pasmado delante de los integristas que recriminaban mis buenas intenciones piadosas. Desde ese día renuncié a mi vocación de monaguillo y de paso a querer ser cura. Me quedé con la parafernalia siempre colorista y festiva del fútbol o de los carnavales, y con los juegos en la calle. La iglesia siempre fue sinónimo de obligación y de solemnidades que quedaban fuera del conocimiento y de la bonhomía; por eso desde que pude salí corriendo.

Abril de 2007.






IR A LA WEB DE SANTIAGO GIL

Modificado el ( jueves, 19 de abril de 2007 )
 


LOS CAMINOS DE LA AVENTURA
Por Santiago Gil

Nuestros pasos más aventureros nos conducían siempre hacia las montañas. Delante estaba el mar, pero el mar frenaba nuestros pasos. Sugería otros mundos y otros escenarios, pero quedaban lejos y jamás se veían desde la orilla.
Leer ms...
 

ESPECIAL 1811-2011

En 1811 regía el pueblo, en calidad de Alcalde Real, don José Almeida Domínguez, y destacaban como figuras preeminentes nacidas en Guía tres nombres propios que han pasado a la historia de Canarias: el escultor José Lujan Pérez, el canónigo y diputado Pedro José Gordillo, y el militar y poeta Rafael Bento y Travieso.

Por otro lado, de todas las epidemias que azotaron las islas Canarias en el siglo XIX, Guía sufrió especialmente ese mismo año una de las que causaron mayores estragos, la fiebre amarilla.

Y por si fuera poco, en pleno padecimiento de los efectos de la epidemia apareció una nueva plaga, la de langosta, que arrasó materialmente todo lo que estaba plantado y que hizo protagonizar a los vecinos de las medianías guienses aquella famosa promesa de que si les libraba el Cielo de la plaga, cada año sacarían a la Virgen de Guía en procesión. Cumplióse el ruego, llovió tanto en la comarca que las aguas acabaron con la cigarra y desde entonces en Guía se celebra cada septiembre la votiva y popular Fiesta de "Las Marías"

Ver reportaje >>


V Í D E O S - D E - 2 0 0 8
 
CRÓNICAS DEL AYER
A treinta años del fallecimiento de Mr. Leacock

Por Augusto Álamo Suárez, Ingeniero agrícola, y Sergio Aguiar Castellano, Archivero Municipal de Guía

Cuando el empresario agrícola, David J. Leacock, popularmente conocido como Mr. Leacock, fallece el 22 de abril de 1980, hace ahora treinta años, desaparece una de las figuras más destacadas y emblemáticas de la historia de la comarca norte de Gran Canaria en el siglo XX.

Leer ms...
 

LA MUESTRA ESTARÁ ABIERTA HASTA OCTUBRE
Leacock, Harris y Douglas, memoria imborrable de la agricultura canaria

Amado Moreno

Con una singular y lograda exposición abierta anoche en la Casa de la Cultura, el ayuntamiento de Guía rinde justo homenaje estos días a tres destacad,os empresarios ingleses del pasado: David J. Leacock, Douglas Charles Fenoulhet y Anthony Harris. Avanzado el siglo XIX y después en el XX, los tres fueron decisivos en el impulso del cultivo y exportación de plátanos y tomates canarios.
Leer ms...
 
Centenario del Hospital de San Roque

Pedro González-Sosa
Cronista oficial

Se celebra el lunes 10 de agosto, dentro de los actos del programa preparado por el ayuntamiento con motivo de sus fiestas patronales, el primer centenario de la implantación en Guía de Gran Canaria del que constituyó el también primer hospital allí abierto para el servicio no solo de la población guiense sino de aquella zona.
Leer ms...