LAS MEMORIAS DE DON BRUNO QUINTANA QUINTANA

PÁRROCO DE GUÍA (1943-1982)

 

UNA ENTREVISTA CON MONSEÑOR SALGARMINAGA

Las dudas de la benefactora y el consejo de monseñor BRUNO QUINTANA QUINTANA

(Por la transcripción: B. de V.)

"Pese a haber sido construido el nuevo edificio que albergaría el Colegio Salesianos, doña Eusebia Armas no había dispuesto todos sus asuntos en orden a la redacción del testamento de todos sus bienes y a la constitución del Patronato que había de regir esta Fundación Benéfica, con gran peligro de que, dada su avanzada edad (más de setenta años), muriese intestable, pues siempre se mostraba reacia a admitir las sugerencias encaminadas -con limpia intención- a que pusiese en regla todas sus cosas para evitar la posibilidad de que sus bienes cayesen en otras manos, frustrando así los beneficios sociales que, de llevarse a cabo la institución, de su gran obra se derivarían. Su resistencia a testar provenía de la equivocada idea que se había forjado en su mente de que, desde el momento que lo hiciera, ya no podría disponer libremente de sus bienes y podría verse, algún día, en la triste situación de vivir de la caridad de los demás, como -decía- le había sucedido a una señora de Las Palmas, al dejar sus bienes cuantiosos a una obra benéfico-religiosa.

Pero, un buen día, encontrándose enferma con muchas molestias corporales, llamó inmediatamente a su médico de cabecera, don Ramón Jiménez Domínguez, quien, al observar su enfermedad, notó que era más bien psíquica que fisiológica, y entonces -me contó ella- diagnosticó:

-Usted no tiene enfermedad alguna, sino una grave preocupación que la está matando. Usted, doña Eusebia, ¿ha arreglado el asunto de sus bienes dejándolos todos legalizados y con el destino que usted quiera darles?

-¡Oh!, no, don Ramón -contestó ella-.

A lo que el médico replicó:

-Pues si usted quiere ponerse buena, arregle lo antes posible el futuro de todas sus riquezas y se pondrá buena.

Ese mismo día, casi inmediatamente a la entrevista con su médico, se presentó doña Eusebia en la Casa Parroquial, muy preocupada, contándome todo lo que le había dicho don Ramón y explicándome que deseaba, cuanto antes, hacer su testamento y arreglar todos sus asuntos en orden a la fundación benéfica. Pero como había muerto su abogado, don Rafael Cabrera, para ella no había otro letrado que le inspirase confianza. Dándome cuenta de la gran trascendencia del momento, pues de él dependía el que se llevase a cabo la obra benéfica proyectada o que todo a su muerte pasase al Tesoro Público del Estado por no tener herederos forzosos y morir intestada, rápidamente le propuse: -¿Quiere usted ir esta tarde mismo a Las Palmas para que un abogado la oriente y empiece a poner todo en regla?

Aunque haya muerto don Rafael Cabrera, hay en Las Palmas muy buenos, sabios y honrados abogados, que saben interpretar y plasmar dentro de los cánones de un testamento sus intenciones y proyectos.

Entre ellos tiene usted a don Antonio Limiñana López, muy católico, inteligente y competente en asuntos eclesiásticos concordados, y que es, además, el abogado del Obispado.

-Pues sí -contestó doña Eusebia-. Vamos esta tarde mismo al despacho de ese abogado, para de una vez salir de este estado de ánimo en que me hallo y vivir tranquila.

Pero antes tengo que hacer constar el propósito firme, inquebrantable, que alimentaba en su mente la señora, de no entregar sus bienes, ni para fines benéficos, a ninguna Congregación religiosa, por el pánico que sentía de verse desatendida como, decía, le había sucedido a una señora de Las Palmas. Aunque yo le decía que sólo era fantasía popular, alegatos de la gente y que nada de eso era cierto, no le convencí y se mantuvo firme en su decisión. También abrigaba el temor de que la Congregación religiosa a la que ella pudiera dejarle todos sus bienes para desarrollar en esta parroquia y las vecinas su obra benéfica en favor de la juventud económicamente humilde, enajenase los mismos para invertir en otras poblaciones, dejando a toda esta comarca privada de tan grandes beneficios.

Por aquellos días había venido a Canarias Sor María del Camino, general de la Congregación religiosa Misioneras Parroquiales, reciente fundación llevada a cabo por el padre Rufino Aldabalde en San Sebastián, la cual, uniéndole gran amistad con doña Eusebia -por haber compartido el inmenso dolor de perder a sus maridos simultáneamente, fusilados por los enemigos de España en 1936 en dicha ciudad vasca-, quiso pasarse ocho días en su compañía, coyuntura que aprovechó doña Eusebia para cambiar impresiones y consultarle cómo había de llevar a cabo la fundación y a nombre de quien habría de dejar todos sus bienes para su sostenimiento.

La citada general, después de retirarse a su habitación para invocar al Espíritu Santo, contestó:

-Yo creo que tú debes hablar con monseñor Salgarminaga, que de regreso de Buenos Aires pasará por Gando en esta semana. Nosotras tenemos que hablar con él y ... siendo muy versado en asuntos de fundaciones benéficas, él te puede orientar e informar con gran precisión.

El día señalado fueron al aeropuerto y doña Eusebia tuvo una entrevista muy cordial con monseñor. Le contó todos sus proyectos y Salgarminaga contestó:

-Usted, señora, deje todos sus bienes en nuda propiedad al Obispado de Canarias con la inherente obligación de llevar a cabo los fines benéficos que usted se propone con la fundación que tiene proyectada, porque el Obispado es la única entidad que permanece estable en medio de los vaivenes de las tempestades sociales o políticas, y en las revoluciones de este estilo en las que suelen usurpar los bienes de la Iglesia. Cuando las cosas vuelven a la normalidad, el Obispado reclama sus bienes usurpados y, por lo general, se los devuelven, pudiendo seguir cumpliendo los fines benéficos para los que fueron legados, cosa que no suele ocurrir con las comunidades religiosas...".

VOLVER AL ÍNDICE DE LAS MEMORIAS