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Santiago García,

"El Charlot de Las Palmas"

Por Santiago Gil

Santiago García Díaz, el Charlot de Las Palmas, fue todo un personaje. Era hijo de Zenobio García Bautista y de Bárbara Díaz Moreno, hermano de Tomasín, y amigo de muchos grancanarios que le acompañaron en uno de los entierros más festivos, surrealistas y curiosos que se hayan visto jamás en Gran Canaria. Cuando Santiago murió, justo un par de días después de haber terminado los carnavales de 2001, se dieron cita en el cementerio de San Lázaro de Las Palmas de Gran Canaria todas las murgas, comparsas y carnavaleros de pro vestidos con sus trajes de gala y con toda la parafernalia festiva, colorista y bullanguera que les acompaña siempre. Lo había pedido mil veces: "quiero que me entierren vestido de Charlot y que mi entierro sea una fiesta llena de carnavaleros con ganas a divertirse". Así fue, y las numerosas personas que acudieron la tarde de aquel domingo de marzo en que lo enterramos pueden dar fe de ello.

Podría decir que era un hombre polifacético y sorprendente. Fue practicante, cirujano callista y enfermero, estudió en Madrid, pero desde que pudo se escapó del frío y se vino a ejercer a Gran Canaria, en donde estuvo en diferentes destinos, sobre todo en Tamaraceite, en el antiguo Hospital del Pino y en Prudencio Guzmán, además de mantener siempre su consulta particular de callista (nunca nadie pudo convencerlo para que pusiera podólogo en la placa, que es como se les llama hoy en día). Tuvo 8 hijos. Era el animador de todas las fiestas, y su humor certero, socarrón y atinado le convertía en el gran protagonista de cualquier encuentro de amigos.

Santiago había nacido en Guía de Gran Canaria en 1928 y el destino quiso que muchos años después, cuando salía de una entrevista en Radio Mirador, en el edificio donde en su día estuvo el Banco Hispano Americano, también fuera en su pueblo natal donde encontrara la muerte una malhadada tarde del mes de marzo de 2001. Siempre fue un carnavalero incorregible. Incluso en los años del franquismo en que estuvieron prohibidas las carnestolendas se las arreglaba para disfrazarse y para escaparse a las pocas fiestas que había en La Isleta, en Agüimes o en Agaete.

Lo de Charlot le vino por la pasión que sentía por el personaje que interpretara magistralmente Charles Chaplin. Santiago se identificaba con la ternura, la ironía y la humanidad del personaje. Por eso, según se permitió la celebración de los primeros carnavales en los albores de la democracia, dedicó varias horas al día a visionar las películas de su alter ego y a caminar por las calles de Las Palmas, una vez salía de su consulta en González Roca, imitando los andares y los movimientos de Charlot. Santiago, sin embargo, le puso su sello particular, la ternura que él sabía sacar de sí mismo para ponerla en la mirada y en los gestos del personaje. Se sentía Charlot, y hubiera querido vivir toda su vida en la piel de su inocencia y su bonhomía.

Su espíritu festero también le convertía en un personaje habitual de la Romería de Las Marías de Guía, una cita a la que no faltaba así estuviera con cuarenta de fiebre o tuviera que recuperar horas durante varios meses en sus trabajos. En el cuarto de los trastos de la casa de su madre en Las Barreras, a buen recaudo bajo la vigilancia de Tomasín, Santiago guardaba una guitarra ajada y media desconchada cuyas cuerdas eran liñas de las que se usan para tender la ropa. Con esa guitarra y convenientemente ataviado de canario se perdía por las calles de Guía acompañando las interpretaciones de timple y las folías, seguidillas y saltonas que iba improvisando un eufórico Tomasín al que Santiago sabía sacarle lo mejor de sí mismo. Sabía ponerse al nivel de su inocencia, de su ternura y de su forma de entender el mundo y a sus gentes. Con Tomasín ya había sido Charlot antes de empezar a encarnar al personaje, y claro, lo de Tomás con él era auténtico locura, y casi me atrevería a afirmar que su hermano Santiago era la persona que más quería y con la que más a gusto se encontraba. Había una complicidad de miradas y de gestos como pocas veces he vuelto a encontrar entre dos seres humanos. A los dos los encontramos ahora inmortalizados en sus respectivos monumentos por las calles de Guía, uno en la plaza de San Roque, siendo como era, y el otro llegando a la casa de su madre en Las Barreras, siendo como siempre quiso haber sido, de Charlot.

Los homenajes a Santiago han sido múltiples, no sólo por los carnavaleros. Fue un hombre que dejó una huella imborrable entre quienes tuvieron la suerte de tratarlo y de compartir con él buenos momentos de parranda y diversión o conversaciones salpicadas de genialidades permanentes. Nos queda el recuerdo y las miles de anécdotas e instantáneas que aparecen apenas cerramos los ojos. Creo que los guienses sentimos un orgullo muy especial por haber tenido a Santiago tan cerca y por haber podido disfrutar de su forma de entender la vida.

La gente de su generación te para y te cuenta las muchas historias que protagonizó el bueno de Santiago García Díaz durante su vida. En Guía era conocido como Santiago el de Zenobito, y por mucha fama que le diera lo de Charlot los de su pueblo nunca le dejaron de llamar como le habían conocido desde que siendo niño ya se le veía venir toda la fiesta y toda la ternura que llevaba encima. Un placer haberte conocido, Santiago. El Charlot que todos llevamos dentro sigue compartiendo contigo buenos e inolvidables momentos.

CARTEL DEL CARNAVAL 2007

 

Santiago Gil 

Noviembre de 2006.

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