Los datos que ha facilitado estos últimos días la asociación El Refugio son escalofriantes: en 2005 se recogieron cien mil perros abandonados en toda España, "pero los abandonados fueron muchísimos más". Salgamos de las cifras y vayamos cuanto antes a la mirada y a la pena de cada uno de esos cien mil perros tirados en las cunetas, engañados vilmente en mitad de un bosque o dejados a su suerte en el caos de una gran ciudad. Claro que él no lo haría, cómo lo iba a hacer si sería capaz de dar la vida por ti.

Los que tenemos o hemos tenido perros sabemos de su lealtad y de su agradecimiento. No entendemos cómo puede haber gente, se supone que con un ADN similar al nuestro, que puede abandonarlos a las primeras de cambio porque rayan el parqué, ladran mucho o son una carga para salir tranquilamente de vacaciones. Nadie les obligó a llevarlos a su casa. Por eso escribo estas líneas, para que estos días de locuras consumistas que se avecinan no regalen un perro como si fuera una Nancy o una corbata de marca. De esos irracionales impulsos navideños vienen luego los perros que vemos desorientados en las cunetas cuando llega julio y hay que ir programando las vacaciones. Y si te apetece regalar un perro porque ya has analizado los pros y los contras de su llegada, no olvides que en el albergue de Bañaderos están aquéllos que dejaron los que se movieron por el capricho, o los que quedaron desasistidos al morir su dueño, o todos esos que nacen en las calles a merced de una suerte que casi nunca juega a favor de quienes andan a la intemperie.

Acercarse a un perro es acercarse aún más a la vida, entender que no por humanos somos lo más fetén de la creación. Pero si lo haces demuestra que efectivamente eres un animal racional. No los confundas con las bolas del árbol de Navidad ni con los muñecos que funcionan con pilas.

Artículo publicado en La Provincia el 9 de diciembre de 2006