Guía de Gran Canaria

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MÚSICA DE PAPAGÜEVOS

LOS COLORES DEL AYER

Santiago Gil

Podríamos dejar de escribir para siempre. Dicen los apocalípticos que la escritura y la era Gutemberg está tocando a su fin, que no hay futuro, y que quien se empeñe en seguir emborronando hojas está condenado al olvido, al fracaso, e incluso a la locura. No escribir es no recordar, morir antes de tiempo, perder el norte, no saber de qué va el juego, y por supuesto dejarnos llevar por las inercias de la mediocridad, la monotonía y la estulticia. Por eso me imagino que seguimos escribiendo, y da lo mismo que recordemos o no, o que hagamos literatura del recuerdo confundiendo datos, omitiendo o inventando.

Y cuando digo escribir digo leer, otro ejercicio mental venido a menos y con escaso reconocimiento social en la infantiloide escala de valores que quieren imponernos últimamente. Llega un momento en que sólo nos queda la palabra. No lo digo yo, lo han dicho siempre los poetas. Piensen por un momento en la cantidad de milagros que han tenido que producirse para que llegáramos a inventar un idioma y unas palabras con las que comunicarnos. Ahora imaginen que no quedan palabras, que todo es mímica y silencio, amnesia, incapacidad de identificar objetos con palabras, de nombrar pueblos y barrancos, de mantener vivos los sucesos del ayer y de hacer llegar al futuro los que estamos viviendo ahora mismo.

La mente del ser humano se está acomodando peligrosamente a la pasividad de la imagen, por eso somos cada vez más manipulables y más olvidadizos. Creo que los que nos hemos criado en la cultura de la palabra, la oral y la escrita, tenemos el deber de transmitir su capacidad de milagro para cambiar el mundo y por ende para cambiar nuestro mundo, ese entorno cercano al que no debemos quitarle el ojo de encima en ningún momento para que no se nos escore hacia ningún ismo peligroso y para que no lo manipulen de la forma que hoy tratan de manipularlo algunos. Se lo debemos a nuestros antepasados y a tantos y tantos que soñaron un futuro con cultura e igualdades para todos. No debemos permitir que se camine para atrás o que se siga adelante sin que haya buenos sueños que marquen el rumbo. Por eso es tan importante recordar y no dejar que nos entierren el pasado. Los ecos de las músicas de papagüevos que de vez en cuando me ponen delante del ordenador son un buen motivo para refrescar tantas memorias y tantos acontecimientos olvidados.

Todo lo que se vive de niño es un acontecimiento porque es novedoso y sorprendente. Llevado al argot periodístico todo lo que acontece en la infancia es noticia, y generalmente noticia de primera página. Nuestro mundo se va haciendo con todos esos sucesos consuetudinarios que, como decía Antonio Machado, acontecen en la rúa. Nuestra rúa, nuestra calle, fue Guía, y por eso volvemos a ella cada vez que necesitamos coger resuello o asentar algunos valores fundamentales para no extraviarnos en este mundo de locos que habitamos. La vida era otra cosa más sencilla y más simple que la estamos viviendo ahora mismo. No debemos olvidarlo nunca. Cuando murió en Colliure, recién exiliado tras el triunfo de los facciosos, en la chaqueta de Antonio Machado aparecieron unas palabras muy sencillas, como esa vida que les vengo diciendo que no debemos perder. No hablaba de metafísicas ni era un verso prolijo o enrevesado. Sólo decía esto: "Estos días azules y este sol de mi infancia". Machado también se crió en el Sur, en Sevilla, y al igual que nosotros su descubrimiento de la vida fue azul y luminoso. No perdamos nunca esos colores del ayer. Recuerda siempre que también será el argumento de lo que escribamos nosotros en el último momento.

Septiembre de 2006.

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