La verdad es que nosotros entonces
éramos unos tipos curiosos. No digo raros, ni excéntricos, pero sí
curiosos y con muchas inclinaciones hacia lo esotérico y los avistamientos
de Objetos Voladores No Identificados. Me imagino que influiría el hecho
de que Paco Julio el médico y Paquito el taxista se convirtieran en
protagonistas de uno de los avistamientos OVNIS que más ha dado que hablar
en la historia de la ufología. Yo era muy amigo de los hijos de Paco
Julio, sobre todo de Julio y de Rubén, y por tanto tuve información de
primera mano del avistamiento de su padre y de las posteriores
consecuencias del mismo cuando intervino la cúpula militar exigiendo
silencios y discreciones obligadas a los protagonistas. No sé qué sería
aquello que vieron en el campo de cebollas de Piso Firme, pero los colores
que quedaron en la tierra y las descripciones de los testigos ponían los
pelos de punta al más pintado. Hablamos, no lo olviden, de unos años en
los que no había Internet ni tantos efectos especiales en las películas.
Cuatro luces que brillaran en el mar o cerca del Pico de La Atalaya se
convertían sobre la marcha en OVNIS. Todos entendíamos de OVNIS; todos
asegurábamos haber visto un OVNI alguna vez. Si nos atuviéramos a las
afirmaciones de aquellos años uno podría llegar a pensar que entonces
éramos poco menos que el centro del universo, el lugar donde confluían los
extraterrestres de todas partes para echarse un enyesque y tomarnos un
rato el pelo. Entre nosotros, y ahora que no nos escucha nadie, sí creo
que todas aquellas luces no eran más que maniobras clandestinas de la OTAN
o de los integrantes del Pacto de Varsovia en nuestras aguas, y que desde
que entramos, muy a nuestro pesar y en nuestra contra, en la Organización
de los Países del Atlántico Norte, que a ver qué diablos tenemos que ver
nosotros con el Atántico Norte, se acabaron los avistamientos, los
misterios y todas las luces de colorines que aparecían a cualquier hora
por tierra, mar o aire. Ahora las maniobras son a plena luz del día y se
cargan decenas de delfines de una forma rastrera con sus jueguitos de
guerra simulada.
La entrada en la OTAN y la llegada
de la Perestroika hicieron desaparecer toda la ufología de nuestro
entorno. Pero esos aconteceres históricos y socioeconómicos sucedieron
cuando ya nosotros habíamos salido de la infancia. Antes, cuando andábamos
con la guerra fría y todas aquellas charranadas de espionajes, es cierto
que había mucho más juego para la imaginación.
Los avistamientos en nuestra
comarca trajeron hasta Guía al mismísimo doctor Jiménez del Oso, el de Más
Allá. Todos creíamos lo que salía en Más Allá, digamos que era la mecha
que nos faltaba para que sucumbiéramos definitivamente a todo lo
misterioso. Jiménez del Oso estuvo en el colegio del Barranco dando una
charla y no sé cómo diablos me tocó ir a buscarlo en nombre de los alumnos
del colegio al bar del albergue donde estaba comiendo. Impresionaban sus
ojeras y su aspecto tétrico, todo vestido de negro, y sobre todo te
acojonaba aquella voz que parecía de ultratumba y que el tipo modulaba
adaptándola a lo que esperábamos de su papel. En el colegio hasta le
enseñaron fotos con supuestos platillos volantes. Nos contó la historia de
muchos avistamientos y ya desde que aquel día raro era que no viéramos un
OVNI cuando mirábamos hacia el Teide o subíamos por la noche la calle del
Agua. Había OVNIS y extraterrestres por todas partes, y estos últimos
podían ser infiltrados, fantasmales, invisibles, sombreados o de colorines.
Todos nosotros jurábamos haber visto uno o varios tipos con antenas como
los que decían que se había encontrado Paco Julio. Con los años me
encontraba a Jiménez del Oso casi todos los días en el barrio de Malasaña
de Madrid. Vivíamos muy cerca el uno y del otro, y alguna vez estuve a
punto de pararlo para preguntarle si todo aquello que nos contó en el
colegio era realmente cierto, o si formaba parte de una broma o un montaje
para mantener la audiencia de Más Allá y nuestra inocencia paranormal. No
me atreví a preguntarle. Nos decíamos buenos días o buenas tardes y cada
cual seguía a lo suyo, él me imagino que con sus marcianos y sus espíritus
burlones y yo tratando de buscarme la vida como buenamente podía.
Pero la fiebre de los
avistamientos se extendía a otras ramas esotéricas. Siempre había quien
tenía una tía o una abuela que había visto desaparecer un gato negro como
por ensalmo, o quien decía que otro familiar, cuando no él mismo, se había
tropezado con un fantasma o un antepasado muerto. No es que te lo
creyeras, es que no te atrevías a poner en duda nada por si acaso, no se
fueran mosquear los gatos negros o los fantasmas y te hicieran alguna
trastada cuando te quedaras solo en la habitación o te cayera la noche
bajando de La Presa o haciendo el gamberro por el barranco o la Vega. Nos
creíamos todo lo que nos echaban, desde los Apocalipsis de don Bruno y don
Fernando en aquellas misas soporíferas hasta las leyendas más herejes y
endemoniadas. Antes también nos habíamos creído lo del Hombre del Saco o
las historias de los locos que te podían coger y meterte cuatro pedradas
por un quítame allá esas pajas o simplemente por maldad, por ver cómo te
desangrabas o llamabas a gritos a tu padre o al primo más membrudo y
fortachón.
También nos creíamos lo de la
capacidad de succión del agua de los estanques y otros fenómenos de física
apócrifa en los que yo sigo creyendo todavía, o por lo menos sería incapaz
de tirarme ahora mismo en un estanque y no tener en la cabeza la imagen de
aquel niño succionado por las aguas con el que siempre nos metían miedo
para que no nos bañáramos en medio de los batracios y las chiribitas.
Entre la poca iluminación que
había entonces por las calles y esa tendencia al tremendismo había noches
en que llegabas a tu casa acongojado y muerto de miedo. Los OVNIS y esas
apariciones estaban bien para verlas o para imaginarlas entre amigos,
envalentonándonos unos a otros y poniendo caras de siete machos y de tíos
duros. Otra cosa era luego la oscuridad de la habitación y de las calles.
Supongo que era parte del juego y de la imaginación de la infancia. Pero
lo que sí me ha dado siempre mucho que pensar es que hasta el mismísimo
Jiménez del Oso viniera a Guía a interesarse por nosotros y por todos esos
fenómenos paranormales que sucedían en la zona. A lo mejor somos una
especia de enviados, unos tipos influenciados por las energías y los
colorines de todos aquellos marcianos que aparecían varias veces por
semana en todos los horizontes. Ya Jiménez del Oso no está entre nosotros
para preguntarle a conciencia, de hombre a hombre, hasta qué punto era
verdad aquella milonga. En Madrid no me atreví a hacerlo las veces que me
lo encontré por la calle, aunque sí es cierto que me miraba medio raro,
como si me reconociera o viera en mí los vestigios de esos mundos que él
supuestamente visitaba de vez en cuando. ¡A ver si al final va a resultar
que los de Guía tenemos poderes y no nos hemos dado cuenta hasta ahora!