Guía de Gran Canaria

 Revista digital sobre el municipio de Guía de Gran Canaria (ESPAÑA)    

PORTADA ACTUALIDAD HEMEROTECA

NOMBRES PROPIOS

CRÓNICA DE GUÍA

QUIENES SOMOS

 MAPA DEL WEB

 
Mp

MÚSICA DE PAPAGÜEVOS

FENÓMENOS PARANORMALES

Santiago Gil

La verdad es que nosotros entonces éramos unos tipos curiosos. No digo raros, ni excéntricos, pero sí curiosos y con muchas inclinaciones hacia lo esotérico y los avistamientos de Objetos Voladores No Identificados. Me imagino que influiría el hecho de que Paco Julio el médico y Paquito el taxista se convirtieran en protagonistas de uno de los avistamientos OVNIS que más ha dado que hablar en la historia de la ufología. Yo era muy amigo de los hijos de Paco Julio, sobre todo de Julio y de Rubén, y por tanto tuve información de primera mano del avistamiento de su padre y de las posteriores consecuencias del mismo cuando intervino la cúpula militar exigiendo silencios y discreciones obligadas a los protagonistas. No sé qué sería aquello que vieron en el campo de cebollas de Piso Firme, pero los colores que quedaron en la tierra y las descripciones de los testigos ponían los pelos de punta al más pintado. Hablamos, no lo olviden, de unos años en los que no había Internet ni tantos efectos especiales en las películas. Cuatro luces que brillaran en el mar o cerca del Pico de La Atalaya se convertían sobre la marcha en OVNIS. Todos entendíamos de OVNIS; todos asegurábamos haber visto un OVNI alguna vez. Si nos atuviéramos a las afirmaciones de aquellos años uno podría llegar a pensar que entonces éramos poco menos que el centro del universo, el lugar donde confluían los extraterrestres de todas partes para echarse un enyesque y tomarnos un rato el pelo. Entre nosotros, y ahora que no nos escucha nadie, sí creo que todas aquellas luces no eran más que maniobras clandestinas de la OTAN o de los integrantes del Pacto de Varsovia en nuestras aguas, y que desde que entramos, muy a nuestro pesar y en nuestra contra, en la Organización de los Países del Atlántico Norte, que a ver qué diablos tenemos que ver nosotros con el Atántico Norte, se acabaron los avistamientos, los misterios y todas las luces de colorines que aparecían a cualquier hora por tierra, mar o aire. Ahora las maniobras son a plena luz del día y se cargan decenas de delfines de una forma rastrera con sus jueguitos de guerra simulada.

La entrada en la OTAN y la llegada de la Perestroika hicieron desaparecer toda la ufología de nuestro entorno. Pero esos aconteceres históricos y socioeconómicos sucedieron cuando ya nosotros habíamos salido de la infancia. Antes, cuando andábamos con la guerra fría y todas aquellas charranadas de espionajes, es cierto que había mucho más juego para la imaginación.

Los avistamientos en nuestra comarca trajeron hasta Guía al mismísimo doctor Jiménez del Oso, el de Más Allá. Todos creíamos lo que salía en Más Allá, digamos que era la mecha que nos faltaba para que sucumbiéramos definitivamente a todo lo misterioso. Jiménez del Oso estuvo en el colegio del Barranco dando una charla y no sé cómo diablos me tocó ir a buscarlo en nombre de los alumnos del colegio al bar del albergue donde estaba comiendo. Impresionaban sus ojeras y su aspecto tétrico, todo vestido de negro, y sobre todo te acojonaba aquella voz que parecía de ultratumba y que el tipo modulaba adaptándola a lo que esperábamos de su papel. En el colegio hasta le enseñaron fotos con supuestos platillos volantes. Nos contó la historia de muchos avistamientos y ya desde que aquel día raro era que no viéramos un OVNI cuando mirábamos hacia el Teide o subíamos por la noche la calle del Agua. Había OVNIS y extraterrestres por todas partes, y estos últimos podían ser infiltrados, fantasmales, invisibles, sombreados o de colorines. Todos nosotros jurábamos haber visto uno o varios tipos con antenas como los que decían que se había encontrado Paco Julio. Con los años me encontraba a Jiménez del Oso casi todos los días en el barrio de Malasaña de Madrid. Vivíamos muy cerca el uno y del otro, y alguna vez estuve a punto de pararlo para preguntarle si todo aquello que nos contó en el colegio era realmente cierto, o si formaba parte de una broma o un montaje para mantener la audiencia de Más Allá y nuestra inocencia paranormal. No me atreví a preguntarle. Nos decíamos buenos días o buenas tardes y cada cual seguía a lo suyo, él me imagino que con sus marcianos y sus espíritus burlones y yo tratando de buscarme la vida como buenamente podía.

Pero la fiebre de los avistamientos se extendía a otras ramas esotéricas. Siempre había quien tenía una tía o una abuela que había visto desaparecer un gato negro como por ensalmo, o quien decía que otro familiar, cuando no él mismo, se había tropezado con un fantasma o un antepasado muerto. No es que te lo creyeras, es que no te atrevías a poner en duda nada por si acaso, no se fueran mosquear los gatos negros o los fantasmas y te hicieran alguna trastada cuando te quedaras solo en la habitación o te cayera la noche bajando de La Presa o haciendo el gamberro por el barranco o la Vega. Nos creíamos todo lo que nos echaban, desde los Apocalipsis de don Bruno y don Fernando en aquellas misas soporíferas hasta las leyendas más herejes y endemoniadas. Antes también nos habíamos creído lo del Hombre del Saco o las historias de los locos que te podían coger y meterte cuatro pedradas por un quítame allá esas pajas o simplemente por maldad, por ver cómo te desangrabas o llamabas a gritos a tu padre o al primo más membrudo y fortachón.

También nos creíamos lo de la capacidad de succión del agua de los estanques y otros fenómenos de física apócrifa en los que yo sigo creyendo todavía, o por lo menos sería incapaz de tirarme ahora mismo en un estanque y no tener en la cabeza la imagen de aquel niño succionado por las aguas con el que siempre nos metían miedo para que no nos bañáramos en medio de los batracios y las chiribitas.

Entre la poca iluminación que había entonces por las calles y esa tendencia al tremendismo había noches en que llegabas a tu casa acongojado y muerto de miedo. Los OVNIS y esas apariciones estaban bien para verlas o para imaginarlas entre amigos, envalentonándonos unos a otros y poniendo caras de siete machos y de tíos duros. Otra cosa era luego la oscuridad de la habitación y de las calles. Supongo que era parte del juego y de la imaginación de la infancia. Pero lo que sí me ha dado siempre mucho que pensar es que hasta el mismísimo Jiménez del Oso viniera a Guía a interesarse por nosotros y por todos esos fenómenos paranormales que sucedían en la zona. A lo mejor somos una especia de enviados, unos tipos influenciados por las energías y los colorines de todos aquellos marcianos que aparecían varias veces por semana en todos los horizontes. Ya Jiménez del Oso no está entre nosotros para preguntarle a conciencia, de hombre a hombre, hasta qué punto era verdad aquella milonga. En Madrid no me atreví a hacerlo las veces que me lo encontré por la calle, aunque sí es cierto que me miraba medio raro, como si me reconociera o viera en mí los vestigios de esos mundos que él supuestamente visitaba de vez en cuando. ¡A ver si al final va a resultar que los de Guía tenemos poderes y no nos hemos dado cuenta hasta ahora!

Septiembre de 2006.

info@guiadegrancanaria.org

REGRESAR A LA PORTADA