Existen muchas pruebas de que Luján se sintió siempre
vinculado sentimentalmente a su pueblo natal. Como testimonio definitivo
está esa maestra de afecto contenida en su testimonio: «Declaro, que a
impulsos del amor que profeso al pueblo de Guía, por ser mi patria..
.>>. Pero ese amor no se quedó sólo en sentimiento; fue ligo más. En
muchas ocasiones lo confirmó con hechos de cuyas consecuencias se siguen
beneficiando todavía los habitantes de Guía. Así, por ejemplo, el único
reloj de torre que existe que en aquella ciudad que cuenta y marca el paso
del tiempo, se debe a un rasgo generoso del artista que, a pesar de
hallarse radicado en Las Palmas, siempre vio en los problemas de su pueblo
algo que le atañía muy de cerca.
La manda testamentaria por la que Luján dona el reloj
nos habla con harta elocuencia no solamente de su patrimonio, sino también
de su sincera preocupación por el bienestar de sus paisanos. Porque él no
lega el reloj llevado del deseo vanidoso de ganarse la gratitud de los
guienses o para darle notoriedad a su nombre. «Es mi voluntad
declara- se ponga un reloj en una de las torres de aquella iglesia
parroquial, a fin de que los vecinos disfrutaran de este beneficio y
puedan arreglar las distribuciones de sus aguas, que es de tanto interés
para la agricultura y para no causar disturbios ni desavenencias entre sus
partícipes. Con su regalo contribuía, además, a poner remedio a un estado
de cosas que con frecuencia alteraba la armonía de la pequeña comunidad y,
en más de una ocasión, con alborotos en los que si la sangre no llegó a
las acequias, poco faltó para ello. Para poder colocar el reloj se tuvo
que terminar la segunda torre de la iglesia -pues hasta entonces ésta sólo
tenía la del campanario-, y debido a las penurias de la parroquia y del
ayuntamiento, se recurrió a establecer un impuesto entre los vecinos más
pudientes. Felizmente la torre se pudo acabar; el reloj se adquirió en
Inglaterra, y una vez aquí se instaló coincidiendo con la visita pastoral
que hizo a la entonces villa el obispo don Judas José de Romo, en 1838.
El reloj, sin embargo no estaba completo; le faltaba la
campana, y desde La Habana, donde era canónigo arcediano, don Pedro José
Gordillo hizo posible su adquisición mediante un donativo en dinero. En el
día de la bendición, se le puso a la campana los nombres de María,
por la patrona de Guía y Petra por el donante. Las primeras
campanadas que sonaron, al mediodía, fueron seguidas de dobles en recuerdo
del imaginero, fallecido en 1815.
Hay más pruebas del patriotismo de Luján con respecto a
Guía. Según José Miguel Alzola, las imágenes de la Dolorosa y del Cristo a
la Columna con que cuenta aquella parroquia, se deben a otro rasgo
generoso del escultor. Las había hecho para Telde, pero viendo que se
retrasaba demasiado el cobro de las mismas, una noche, acompañado de
algunos paisanos, se trasladó a la población sureña, las rescató e hizo
que fueran llevadas a su pueblo de nacimiento.
El Señor en el Huerto es otro regalo suyo. La génesis
de esta obra es pintoresca y reveladora de la gran confianza que el
artista tenía en sí mismo. Cuentan que durante una de sus estancias
guienses, le llevaron sus paisanos la talla del Cristo de la Oración que
debía de estar muy deteriorado, porque en un gesto que le retrataba
perfectamente, la partió en dos de un hachazo. Sorprendidos, y seguramente
alarmados ante semejante estropicio, los comisionados hicieron ver al
estatuario que la Semana Santa era inminente y que la efigie destruida
necesariamente habría de salir en procesión. Luján los tranquilizó
diciéndoles: «Váyanse tranquilos, para entonces yo les haré otro mejor». Y
tal como lo prometió lo hizo; aquel año el retablo de la Semana Santa
guiense se enriqueció con otra nueva muestra del arte del gran imaginero.
Suyo es también el Crucificado que forma parte del
Calvario de la capilla de su nombre en la iglesia de Guía y que ahora sale
en la procesión del Viernes Santo. Lo talló en la tribuna de la entonces
iglesia del Hospicio, y de ello sí que hay constancia documental en los
libros de la Fábrica parroquia1 guiense. Originariamente lo hizo para ser
colocado en el segundo cuerpo del retablo del altar mayor que también es
obra suya- pero después pasó a ser un paso de la Semana Santa. En su lugar
se colocó, y aún está, un no menos admirable Crucificado, obra también
debida a él, pero de su primera etapa. En Guía está también el San
Sebastián que talló para la ermita de su nombre, hoy en el camarín de la
iglesia.
Además, existió en aquella iglesia un tabernáculo en el
altar mayor hasta mediados del siglo XIX, y que tenía un pequeño crucifijo
que hoy está igualmente en el camarín de la Virgen. Este tabernáculo tuvo
también su historia. Quiso el párroco de Guía, don Juan Suárez Aguilar,
colocar en el centro del presbiterio, en el altar mayor, el tabernáculo
encargado por su antecesor, don Francisco Almeida, con limosnas que había
dado doña Ignacia de Silva. Pero se opuso a ello don Blas Sánchez Ochando,
yerno de don Marcos Falcón, militar de aquel Regimiento y figura
preeminente de la localidad, alegando que en ese lugar su familia poseía
en propiedad algunas sepulturas. Ante esta circunstancia, el obispo, don
Manuel Verdugo, pidió a Luján un informe, porque, dice en el escrito,
«bajo su dirección está informado haberse hecho el tabernáculo». La
contestación del imaginero no se hizo esperar y, pese a la amistad con la
familia Sánchez Ochando, Luján firma el siguiente informe: «José Luxán y
Pérez, en vista del informe que se le pide por S.1. dice que es
cierto haberse fabricado el Tabernáculo que se expresa, en tiempo del
Beneficiado don Francisco Almeida con limosna que para ello dejó doña
Ignacia de Silva, bajo la idea de colocarlo en medio de la capilla mayor,
a fin de dar al coro que queda por atrás, la debida extensión y la mejor
vista y comodidad al Pueblo. Porque es indudable que puesto en semejan te
sitio no quedará capilla ni ángulo de la Iglesia desde donde no se
descubra la Realidad, que es lo principal que debe procurarse en los
templos; y de no hacerlo así se faltaría indispensablemente al plan con
que se trazó, y por consiguiente a la comodidad del clero, que se tuvo
presente y a la mejor cabida del Pueblo; pues, mal puede servir de
obstáculo a lo más útil y cómodo al Pueblo, y al clero, el sepulcro de un
particular que según se expresa, no fue concedido sino solamente para don
Marcos Falcón y su consorte, que ya fallecieron y por tanto no debe tener
más uso, especialmente cuando ya en dicha iglesia no se entierra a nadie
de tres años a esta parte, sino en el cementerio que está fuera del
pueblo». La respuesta del prelado fue concluyendo: «-Habiendo visto la
carta y el informe que antecede. Dixo: que se coloque el nuevo tabernáculo
en la iglesia parroquia1 de Guía conforme al Plan con que ha sido
trazado». El tabernáculo, que fue pintado y dorado por José Ossavarry,
permaneció en aquella iglesia hasta mediado el siglo XIX en que se
desmontó para darle al retablo del altar principal mayor vistosidad.
Mientras el tabernáculo estuvo colocado, la imagen de la Patrona, que
actualmente figura en la hornacina central, se exhibía en el altar de la
derecha o de la epístola, hoy conocido como el del Carmen.
La Virgen de las Mercedes, tenida como una de sus más
bellas obras y tallada en un solo tronco de madera de cedro, la hizo por
encargo de don Lorenzo Montesdeoca, uno de los hermanos Montesdeoca, los
ilustres clérigos guienses que fueron fraternales amigos del escultor. Fue
bendecida el 24 de septiembre de 1802, el día de su fiesta litúrgica.
Aunque Tejera afirma en su biografía de Luján que con esta imagen se
instauró en Guía el culto a la advocación mariana de La Merced, lo cierto
es que tal devoción ya tenía su tradición, como lo demuestra el que en un
inventario de 1782 se hable de «una imagen de las Mercedes, que está en su
altar, frente al de ánimas>>.
Finalmente, es bastante presumible que algunas de las
imágenes con que cuenta Guía -y alguna otra localidad del Norte de la
isla- las tallara Luján en un hipotético taller que la tradición oral dice
que tuvo en el llamado callejón de León. Hace años, una persona de mi
familia, ya desaparecida, me contaba una anécdota sobre Luján que parece
abonar vagamente esa suposición. En cierta ocasión dos carboneros que
pasaban por el callejón de León, se detuvieron ante la puerta del estudio
de Luján para contemplar al artista, que trabajaba en una obrecilla que,
según la versión más generalizada, representaba un pájaro posado sobre una
espiga completamente ‘erguida. Después de admirar por un momento la
destreza del escultor, uno de los carboneros comentó algo al oído de su
compañero y éste, de pronto, soltó ruidosamente una carcajada que de
inmediato contagió al otro maúro. Sorprendido, casi molesto, Luján
preguntó a los carboneros la razón de tanto regocijo. «Es que nos
hace mucha gracia que una espiga no se cambe con el peso del
pájaro», contestaron.
El maestro, reconociendo lo atinado de la observación
de los palurdos, acabó por arrojar la figurita contra el suelo. Hasta aquí
el cuento, que tiene todas las apariencias de ser una leyenda aplicada a
nuestro artista. De todas formas, no queda más remedio que reconocer que
el epílogo de la anécdota tiene la impronta del carácter de Luján Pérez,
que, a juzgar por otras cosas que de él sabemos, además de un genio, debió
de ser bastante genioso.
Respecto a que Luján fuera el autor de los planos del
frontis de la iglesia de Guía, uno tiene la sospecha de que se trata de
una atribución infundada, aunque en papeles impresos conste esta
pretendida paternidad. En contra de la atribución aducida, se sabe que la
fecha de los planos data de 1780, época en la que el artista apenas si
tenía 24 años de edad, y en la que, por consiguiente, y a menos que se
haga más luz sobre su etapa formativa, no se hallaba en condiciones de
realizar un trabajo del mérito de éste, aunque ya después, muy
posteriormente, sus trabajos de arquitectura en otros templos (el
principal, la conclusión de la catedral de Las Palmas) lo califiquen
también como un consumado arquitecto. Acaso, y en eso coincidimos con el
desaparecido profesor de Historia de Arte, Miguel Tarquis, Luján Pérez
fuera autor tan sólo del proyecto del cuerpo superior de la parte central
del frontis, ya que la torre del reloj se concluyó ya muerto el artista,
en 1838.
Finalmente, existe una prueba más del amor del
imaginero por su tierra natal. Y está recogida -como la manda para la
compra del reloj- en su testamento. Se refiere a su declaración sobre lo
prevenido respecto al fin de sus bienes si, llegado el momento, hubieran
fallecido todos sus herederos directos; esto es, sus hermanos y sus hijos.
Sus bienes, entonces, quedarían para la dotación de
cuna Escuela de primeras letras en la villa de Guía, con cargo de dar
papel y demás a los niños pobres, costa de bancos, etc.»
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TEXTO EXTRAÍDO DEL LIBRO DE PEDRO GONZÁLEZ-SOSA "EL
IMAGINERO JOSÉ LUJÁN PÉREZ, NOTICIAS PARA UNA BIOGRAFÍA DEL HOMBRE. 1990".