Hoy me toca hablar de un guíense muy amante de su pueblo, al cual le
revestían una
serie de virtudes de estimadas connotaciones, aunque era algo dado a
practicar el arte
Baco. Su profesión de toda la vida fue la de marchante o tratante de
ganado. Se
recorría las medianías y cumbres de la comarca para comprar reses, que
posteriormente eran sacrificadas en el matadero municipal, poniéndose a
la venta
después en la carnicería que estaba situada detrás de la casa de Miguel
García, donde
últimamente ha vivido la familia Trujillo. Este estimado y querido
personaje era
Antonio Jiménez, conocido por Antonio "Huertas", pseudónimo que le
viene de la
relación con la tal denominada finca propiedad del Condado de la Vega
Grande, y
que regentaba en calidad de arrendataria su hermana Marcelinita, suegra
de
Francisco Miranda Santiago, conocido por Pancho "Serio".
Antonio Huertas, era el sempiterno juerguistas de copas y guitarras,
era muy
extrovertido y simpático hasta la saciedad, especialmente cuanto tenia
más de
una copa. Su bebida predilecta era el ron, siendo muy normal verlo
subir por
la calle Medico Estévez, perfectamente empaquetado con un enorme
pañuelo
rojo en el bolsillo superior de su chaqueta, o una hermosa rosa en su
ojal. El
retorno hacia su casa del siete, -junto a la óptica-, con una "cargasera"
de no
te menees, eso ya era –harina de otro costal-, totalmente desaliñado,
con la camisa
por fuera, la chaqueta mal abrochada los pantalones medio caídos, y del
pañuelo
o de la flor nada de nada. Los que formábamos mi pandilla le dábamos la
lata
y le hicimos más de alguna perrería.
Las juergas de tan elocuente guíense eran de cuatro o cinco días,
localizarlo
era casi imposible, igual estaba en Becerril, la Atalaya o en el
Barranquillo.
Su yerno Pepe Aguiar, se les veía y deseaba para encontrarlo y llevarlo
a
su casa donde le esperaba su hija y su cuñada María Pepa, se había
quedado
viudo relativamente joven. Más tarde se caso con la citada cuñada.
Su gracejo surgía de manera espontánea y la gente que estaba a su
alrededor
sentados en un banco de la plaza o en unos de los bares que
frecuentaba,
tales como el de Pepe Trujillo, el Farol –que era de Alvarito Vega- o
la Golosina,
rompían a reír dada sus elocuentes y graciosas manifestaciones.
En la bifurcación de las calles Medico Estévez y la de la Cárcel,
estaba ubicada
la fonda de Forteza, la misma estaba dirigida por Basilisita, -viuda
del citado señor
Forteza-, padres de Pepe Forteza, insigne miembro de la comunidad
guíense dado
el gran afecto y cariño que siempre mostró hacía Guía, donde desarrollo
una gran
labor social, cultural y deportiva, como Vicepresidente del gran Tirma
C.F. y de la
Rondalla Tirma-Guíense respectivamente. Toda su vida fue un alto
funcionario del
Registro de la Propiedad.
Cuando Antonio Huertas, bajaba por mi calle –la de Medico Estévez-,
bajo los
efectos de una monumental "templaera", sobre las diez u once de la
noche, al pasar
por delante de mi casa, mi madre que como ya manifesté en mi articulo
número 2
de Personajes Populares, disfrutaba haciendo perrerías, -sanas por
supuesto-, le
siseaba –chss…..-, y el bueno de Antonio Huertas casi sin poder
mantener
el equilibrio, se paraba frente a la fonda citada, y comenzaba a
desgranar una
serie de epítetos mal sonantes, -por supuestos-, dirigidos al difunto
Forteza, la
chispa no le permitía discernir, sobre el conocimiento que tenia sobrio
de la
muerte del citado señor, tales como:
"Forteza, h…. de p……, c…….., baja si eres hombre, para que te las veas
con el macho de Antonio Huertas"
Mi madre volvía a sisearle y esto lo ponía más indignado, y aporreando
la
puerta de la fonda, seguía diatribando de manera soez, y cada vez más
fuera
de si. Supongo que algún vecino llamaba a la Guardia Municipal, y
apareciendo por allí una pareja de la misma del servicio de noche que
hacían
los agentes Juan Marques e Hilario Rivero, se lo llevaban a duras a
penas
hasta su casa, para que durmiera la mona.
Por la mañana no se acordaba en absoluto de sus andanzas de la noche
anterior. Resaltar que Antonio Huertas, era un hombre serio, trabajador
y
competente profesional de la marchantería. Jamás observe en el ninguna
palabra mal sonante, era muy respetuoso mientras estaba sobrio, pero
todos
sabemos los efectos que producen la bebida, y cuando se emborrachaba se
disparaba, sin que hubiera forma de pararlo.
En un otoño de la década de los 50, del pasado siglo XX, tuvimos una
invasión
de cigarras, y mientras la gente acudía a los campos ayudar para
espantar a
tales bichos, el borracho como una cuba y con una guitarrilla que tenia
sentado en Plaza Grande cantaba y alegraba su espíritu, totalmente
ajeno a cuanto
estaba sucediendo. Fue un extraordinario personaje del cual guardo
muchos y
gratos recuerdos. Antonio Huertas fue todo un icono entre la gente
popular de
Guía.
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