Recordar a los personajes que marcaron un hito histórico en los
aconteceres de Guía, es para mi todo un honor, y para ello debo rebuscar
en mi mente y esforzarme, para intentar recordar fechas, –aproximadas-, y
en muchos casos enjuiciar, en que consistió fundamentalmente la
especialidad o el lógico comportamiento del personaje a analizar.
He hablado de seres cuyas peculiaridades han sido motivo de mofa, que
por su constatada incapacidad han desarrollado episodios de elocuente
gracia y simpatía, otros por su destacada labor deportiva, intelectual, o
meramente por haberle donado a Guía favores que jamás le han sido
reconocidos.
Salvador Díaz, conocido por Boro simplemente, y en el argot luchístico
por el Pollo de Anzo, escribió una etapa gloriosa en nuestro deporte
vernáculo, destacando con extraordinaria elocuencia en el mismo desde muy
temprana edad, en el Ajodar de Guía formaba el tandem perfecto con el
Guajiro, ya que les unía fuera y dentro del terrero una amistad
grandilocuente. Aparte de ser un gran ejecutante, era el típico estudioso
que tumbado en la arena antes de entrar en el terrero de brega, observaba
a sus posibles contrincantes, para conocer sus mañas y así poder
determinar la forma de atacarle.
Recuerdo una luchada que se celebro contra un equipo de Las Palmas,
creo que llamado Tumbador, en el teatro Viejo, con motivo de las fiestas
de la Virgen de Guía, donde el actúo como uno de los puntales del equipo
de Guía, posiblemente en el año 1946, donde se erigió como el triunfador
de la tarde derrotando a seis contrarios y dando por consiguiente el
triunfo al Ajodar. Era también un buen saxofonista y formaba parte de la
Banda Municipal de Guía, dirigida en aquellos tiempos por Don Virgilio
Hernández (hijo). Una vez terminada la luchada exhibió sus conocimientos
musicales desde el tabladillo en el concierto que la misma ejecutó. Era
una tarde-noche del 15 de agosto de año citado.
Algunos años más tarde y por motivos profesionales, -era
tornero-fresador-, hubo de trasladarse a Las Palmas a trabajar en los
talleres de la fabrica de cigarrillos Rumbo, pasando a formar parte del
gran equipo de luchas que la citada fabrica tenía. En el mismo siguió
destacando como el extraordinario atleta que era. Sus agarradas con otro
insigne luchador de la época, llamado Abel Cardenes fueron épicas y
marcaron un antes y un después en este noble deporte que tenía el
elocuente significado de ser en su esencia más de artistitíco que
deportivo. Las mañas utilizadas por tan emblemáticos gladiadores tenían
unas connotaciones de enorme belleza donde la fuerza, -aun siendo
determinante-, no implicaba mayor transcedencía y como dice la canción "el
chico gano el grande perdió como ganaron Verdellá, Angelito, Palmero y
Camurria frente a rivales de peso mayor…….".
Boro, era un luchador muy versátil, entre sus mañas, destacaban, la
burra, la pardelera, el desvió, la levantada, el traspiés, el toque por
dentro y otras más.
En su época gloriosa como eminente luchador dio en tierra con lo más
"más granado" que había en el archipiélago canario en tal especialidad
deportiva. Ante el sucumbieron, luchadores de la talla del ya citado Abel
Cardenes, Hermenegildo Ramírez, Candido Matoso, Heraclío Niz –Pollo de
Arrecife-, Marón, Inocencio de la Rosa, Ramallo, Capitanito, Felipe del
Castillo, Camurria, José Araña, Manolín y Lito Suárez, Orlando Sanchez –el
Estudiante-, El Palmero y tantos otros.
Boro se retiro de la competición relativamente joven y poco después
falleció repentinamente aquejado al parecer de una repentina insuficiencia
cardiaca. Posiblemente el esfuerzo que durante su vida de luchador llevo a
cabo incidiera en esa aparición espontánea de tan señalada patología que
termino con su vida.
Boro Díaz, fue todo un caballero dentro y fuera del terrero, era una
persona que revelaba un comportamiento intachable, su humildad era muy
significativa y como tal la vivió. Su prestancia le hacia ser mirado con
admiración por las mujeres, aunque siempre fue fiel en su comportamiento a
la que fue toda la vida su novia y esposa. Boro siempre te recordare y
estimo que al igual que yo Guía debería reconocerte los meritos por ti
contraidos con tu pueblo, que me consta al que siempre quisiste y
admiraste. Estimo que el debito de nuestro terruño hacía ti debía ser
demostrado, aunque fuera citando tu extraordinario comportamiento como
persona y luchador en los terreros de nuestra ciudad.
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