martes, 22 de abril de 2008
Los albores del futbol base en el UD GUÍA

Hermógenes Gordillo Díaz



Remontarme a esta época de finales de los cincuenta y principios de los sesenta es para mí, a la vez que grato y honroso, muy comprometido por la escasez de datos significativos y aclaratorios de una época maravillosa que vivimos muchos que, como yo, asistíamos regularmente a la Escuela Pública de Guía. No me atrevo a dar nombres por temor a dejar alguno en el olvido, ya que todos éramos importantísimos; éramos El Equipo. Si puedo recordar que algunos, los menos, asistían a algún otro colegio que no era el nuestro.

Nuestra semilla futbolística empezó a germinar en aquel Centro donde acudíamos diariamente. Más de un cachetón y algún que otro palo nos llevamos de los maestros, al comprobar estos, que en vez del problema o el dictado, lo que había en la libreta era la alineación que para el recreo habíamos confeccionado. Aquella Calle del Agua se convertía entonces en un verdadero estadio, donde nos jugábamos el honor, el prestigio y algún que otro enfado.
   
Cuestión aparte y de máximo significado eran los jueves, cuando íbamos al campo de fútbol del Barranco. Allí, se disputaban verdaderos partidos; de lado a lado. Qué satisfechos quedábamos cuando faltaba alguno y éramos alineados, aunque fuese, en el puesto menos deseado.
   
Ya pronto, unas con permiso y otras escapados, regularmente todas las tardes nos veíamos en El Barranco. Allí, a lo ancho, donde hoy la cancha, con porterías de piedra y pelotas de papel o trapo, disputábamos épicas y gloriosas finales:

   -¿Quiénes juegan?
   -San Roque contra La Plaza.
   
Al terminar, fuese cual fuese el resultado, regreso en silencio hasta el Callejón de León o de Mariquita la Títara, para allí empezar a cantar alborozados el riqui raca y así, llegar a nuestras casas extenuados.
   
Muchas fueron las reuniones que hicimos para intentar comprarnos unas camisetas. Muchos y muy variados los esfuerzos realizados para pretender reunir algún dinerillo con el que financiarnos la compra. Desde juntar botellas para vendérselas a Paquito el del Parralillo; botellas que le habíamos sustraído la noche anterior y guardado un poco más abajo. Acumular el plomo que traían algunas botellas para vendérselo a Pedrito Déniz; plomo que al derretirlo, le metíamos trozos de hierro en el interior. O bien, recogiendo cochinilla para venderla a una señora en el Ingenio Blanco; cochinilla que, previamente, habíamos mojado para que pesase más. Pero claro, siempre se rompía el cántaro, cuando el recaudador de turno, decidía darse un festín con el fruto de nuestro trabajo.
   
Y así, poco a poco y siendo muy felices, fuimos creciendo y nuestra semillita brotando.

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Modificado el ( martes, 22 de abril de 2008 )