lunes, 07 de enero de 2008
"MI SEGUNDA PRIMERA COMUNIÓN"

 Por Braulio García Bautista.

Yo fui uno de los  últimos de mi muchachada en hacer lo que heréticamente se conocía por entonces  como “La Primera Comunión”. Debía de andar entre los quince y los dieciséis años, o sea, que ya hacía como unos ocho que había recibido- vestidito de gris, con un breviario con tapas de imitación de nácar y un rosario enredado en las enguantadas manos- mi “PRIMERA” PRIMERA COMUNIÓN- me refiero a  la de verdad: a la de don Bruno y Don Fernando (los curas Quintana)-.

¿Y entonces, si ya la había hecho a los ocho, por qué repetirla a los 16…? Bueno, todo tiene su explicación: en la primera - después de pasar por la preceptiva catequesis- yo recibí el sacramento de la Eucaristía; y en la segunda- sin cursillo de orientación, sin “catequesis” previa- lo que recibí fue mi bautizo sexual completo… Así de irreverentes éramos por entonces en aquel noroeste agreste y cerril… ¡mira que llamar de esa manera a una “puesta de largo” en tan pecaminosas lides!

Tuve que vender mi mejor “casar” de palomas ladronas para conseguir los 8 duros, cuarenta pesetas de las de entonces, que me costó mi primer encame con una “dama”, porque, aunque ya había tenido algunos balbuceantes escarceos, jamás había coronado… Todas las pibitas con las que había estado, llegado el momento de los toqueteos, te decían muy solemnes: “Del ombligo pa´rriba lo que tú quieras, pero del ombligo pa´bajo ni se te ocurra, lo guardo para el día que me case, ¿oíste?”.

Aunque nunca he sido muy meapilas, confieso que, mientras me acercaba al lugar donde se iba a consumar mi iniciación, me debatía entre el miedo a condenarme para siempre, de arder en las calderas de Pedro Botero por una “ETERNIDAD”- ese era un concepto que por entonces me aterraba, porque no iban a ser 50 años achicharrándome en aceite hirviendo, ni 1250, ni siquiera 6660… estábamos hablando de la jodida E T E R N I D A D- y el deseo natural de conocer hembra; de folgar; de yacer

Los curas, que anatemizaban desde los púlpitos, al calor de aquella posguerra tan favorable, sobre todo lo que significase trasgresión de los rígidos mandamientos de la Iglesia de Roma, le metían a uno el miedo een el cuerpo, pero al final pudo más la sabia naturaleza, el alboroto hormonal y, sobre todo, la curiosidad. Así que, con Roberto Santiago (Gobeto el de Esteban) y Roberto Ayala (el segundo de “los tres locos de Don Rafael”) como padrinos, una noche cualquiera de aquellos tiempos de opresivo oscurantismo, me desvirgaron en el Barranquillo de Gáldar.

Mi introductora en la cosa del ayuntamiento carnal, fue una tal Margarita, apodada -vaya usted a saber por qué- “La Yegua Blanca”. A esta señora probablemente tenga yo que agradecerle el no sufrir ninguno de esos trauma que se originan en los desflores poco placenteros. Fue tan gentil, tan comprensiva y cariñosa, que salí de su catre con la impresión de que había pasado el examen con nota alta, y eso, a tan tierna edad, sirve de mucho para la cosa de la autoestima.

La cueva donde ocurrieron los hechos estaba “albiada” – que no es lo mismo que albeada o enjalbegada, que dicen por el Continente- y sus toscas paredes aparecían llenas de imágenes de santos y fotos coloreadas a mano. Sobre el cabecero de la cama, sin ir más lejos, había un cuadro de Jesús con los brazos abiertos con su corazón en relieve, extracorpóreo y sangrante, ante el que tuve que cerrar los ojos para poder iniciar mi debut carnal.

Previamente, Margarita, mientras se desnudaba, me preguntó que si era mi primera vez, a lo que yo asentí algo avergonzado; después quiso saber si era “caballero cubierto”… y al ver mi cara de estupor al no entender qué me preguntaba, se alongó a través de la cama hasta coger una palmatoria con un cabito de vela que titilaba débilmente sobre una de las cajas de Fundador Domecq que le servían de mesitas de noche, y se dispuso comprobarlo por si misma. Estuvo lo que me pareció una eternidad hurgando en mi zona pudenda y luego, con una satisfecha sonrisa en su boca pintarrajeada, se tendió y me hizo señas para que me acercara a su cuerpo blanquecino y fláccido. 

Cuando estaba tendido a su lado, antes de entrar en faena, me espetó con cierta brusquedad: “¿Y de quién sos tú, bichillo?”, yo le dije que era de Guía, pero que mi tío, Carlos Bautista (q.e.p.d.) era el alcalde de Gáldar, lo que, aparentemente, no le impresionó en lo más mínimo.

Después del rápido “bautizo”, Margarita tomó un caldero desconchado, vertió agua en una palangana y procedió a lavarme cuidadosamente. Luego, de un montoncito apilado en una de las “mesitas de noche”, cogió un pañito de “toballa”, de aquellos que usaban las féminas cuando aun no habían llegado las compresas y los tampaxs, y me secó con el mismo esmero conque me había lavado.

Una vez vestido, se asomó a la puerta de la cueva, descalza, en “combinación” y con una pañoleta por los hombros, para asegurarse de que no habían moros en la costa, y, dándome una nalgadita, me dijo ”Vuelve cuando quieras, mi niño”, mientras me franqueaba la salida a la fresca noche y al mundo de los pecadores.

Esa primera visita a una casa “de lenocinio y perdición” –como decían los predicadores que venían desde fuera a despertar las conciencias dormidas de los del pueblo- tuvo algunas consecuencias: alguien le fue con el cuento a mi madre y esta le pidió a mi padre que “me sentara” y me hablara “seriamente”. Ya yo los había oído cuchichear en la habitación de al lado, así que cuando mi padre se inclinó sobre mi cama, ya sabía de que iba la cosa y, previendo lo peor, me hice el dormido. El viejo me sacudió suavemente y cuando “desperté”, me preguntó mirándome inquisitivamente a los ojos: “¿Dónde estuviste el domingo por la noche?”… “Fui al cine Guayres a ver una película de Cantinflas”- le respondí-… ¿Y como volviste de Gáldar a Guía, caminando?... “Sí, caminando”… “¿Por la carretera o por el barranco?”... “Por el barranco”- le respondí con un hilo de voz-… (SILENCIO)… “¿Y pasaste por el Barranquillo…?” No me atreví a contestar a esa pregunta, me limité a asentir levemente con la cabeza… (SILENCIO MÁS LARGO)… “¿Y te “ocupaste”…?”... -me preguntó Antoñito el del Molino, intensificando la mirada escrutadora que tenía puesta sobre mis desorbitados ojos-. Yo, asustado, me limité a repetir el mudo asentimiento… “¿Y con quién te ocupaste, si puede saberse…?”... “Con una que se llama Margarita”- le dije esperando el guantazo en cualquier momento- … “¿Con la Yegua Blanca?- indagó incrédulo mi padre- y al yo asentir otra vez con la cabeza, exclamó: “Pero coño, si esa tiene más años que Matusalén… si puede ser tu abuela, carajo… Bueno mira: tu madre está muy preocupada, porque no sé si sabes que puedes trancar un montón de enfermedades en esos sitios, así que la próxima vez, si me entero que has estado putiando, vamos a tener un problema… estás muy joven tú como para que te me conviertas en un putañero… ¿estamos?”... ( SILENCIO) “Ah, - me dijo mientras abría la puerta del cuarto, sin volverse- si te sientes picores o cualquier cosa “por ahí debajo” me lo dices, ¿eh?... para llevarte corriendo a casa de Don Ramón el médico y a casa Chanito pa que te inyecte unos cuantos millones de unidades de peninsilina” y eso fue TODO.

Tengo la impresión de que mi padre me lanzó esta suave amenaza porque mi vieja lo estaba oyendo todo desde la otra habitación, porque ni su semblante ni su voz mostraban cólera… Creo que hasta, en el fondo, se alegró de mi iniciación, de mi desembarco en el mundo de los machitos- o en la jarca de los pequeños crápulas, como diría cualquiera de aquellos santos varones de la Adoración Nocturna-.

Ha dicho


Modificado el ( mircoles, 31 de diciembre de 2008 )