domingo, 02 de diciembre de 2007
Reencuentro con Guía de Gran Canaria

Antonio María González Padrón

La semana pasada, concretamente el martes 13 de noviembre, fui invitado a participar como ponente en un curso de protocolo, disertando sobre La nobleza en el Archipiélago Canario ante un más que interesado auditorio. Aunque la conferencia estaba programada para las siete y cuarto, llegué a Guía sobre las cinco y media de la tarde. Caía el sol y lo hacía con una variopinta paleta de colores en donde los ocres y anaranjados tomaban para sí todo el protagonismo. Muy prontamente la claridad huyó por el oeste y, poco a poco, una tenue oscuridad se hizo con el paisaje urbano. Era la hora mágica en que todo se embarga en una melancolía, no exenta de paz y sosiego. La ciudad, otrora villa, desde su fundación por Sancho de Vargas y Machuca hasta los buenos oficios de Fernando de León y Castillo, se mostraba coqueta que no esquiva, y así cada calle nos ofrecía iconos arquitectónicos dignos de guardar en nuestra retina.

Semejante visión se me antojaba como una sugerente bailarina del vientre, que al ritmo de la música de mis pasos se iba despojando, lentamente, una y otra vez de los velos de la Historia. También, bien pudiera parecerse esta hospitalaria urbe a una notable miscelánea en donde hubiesen quedado plasmadas vivencias de tiempos pretéritos.

Una observación detenida y casi perimetral de su augusto templo matriz, dedicado a la Santísima Virgen, bajo la advocación de Santa María de Guía o de la Guía, nos trajo a la memoria a aquel extraordinario tallista-escultor nacido en la cercana calle de en medio: José de Luján Pérez, verdadero renovador de ese noble arte en nuestro archipiélago; pero también se hizo presente el verbo apasionado y apasionante del canónigo Gordillo, ilustre parlamentario allá en el Cádiz patriótico de 1812. Además de las célebres misiones de Antonio María Claret, quien recorriera la Gran Canaria toda en aquellos meses de 1848.

Muchas y muy profundas rememoraciones anidaron, no sé bien a ciencia cierta si en mi corazón o en mi mente. Allí, encontré de nuevo el genio chispeante de Néstor Álamo preñado de grancanariedad, la “retranca” intelectual de su hermana Augusto, íntimo amigo de guerra y paz de mi padre; también Juan Ramón, mi condiscípulo en las aulas de la Salle aruquense, que tenía nombre de poeta, y como no, mi querido amigo y compañero en estos avatares de cronista Pedro González Sosa, reconocido hombre de letras de certeros estudios sobre su ciudad y sus gentes.

Después de perderme una y mil veces por calles y callejones, páginas escritas a golpe de trabajos sobre cantería y mampuesto, llegué a la ruidosa del Marqués del Muni, y allí ante la escultura en bronce de don Fernando de León y Castillo, teldense de nacimiento y guiense por vocación política, pude admirar de nuevo la obra de mi entrañable y siempre fraternal Luis Arencibia Betancort.

Guía me transportó a otra bella villa-ciudad de Canarias, concretamente a la Orotava. El extenso platanal de una y otra, hoy cada vez más ocupado por construcciones de dudosa filiación arquitectónica, pero ascendiendo desde el barrio noble hasta las alturas de una inclinada loma se desarrolla una y otra en una urdimbre de calles y plazas custodiadas a diestra y siniestra por edificios de los siglos en que las Islas han creado su Historia.

Mucho y bueno se puede decir de lo guiense y los guienses, pero me temo que la brevedad impuesta por un artículo de estas características lo haga inviable. Sólo apuntar aquí y ahora que de todos los múltiples rincones realmente bellos de la ciudad norteña, siempre he admirado la pequeña y angosta calle de San José. Su número 3 es una delicia del buen quehacer de nuestros artesanos, en ella se muestra la sencillez extrema con la que los canarios solíamos dotar a las construcciones de los siglos XVI, XVII y parte del XVIII. Justo a su vera un soberbio edificio de trazas modernistas, adornado en su epidermis con los llamado azulejos belgas, que tanto abundaron en nuestras construcciones del primer tercio del siglo XX. Y en la esquina de arriba la casa en donde viese la luz por primera vez ese otro Néstor, que en su tumba capitalina nos manda a callar para que recemos.

Guía de Gran Canaria posee en su zona fundacional tantos ejemplos de maestría arquitectónica que en nada debe envidiar a otras ciudades de la Isla o del Archipiélago, muy comparable con San Cristóbal de La Laguna, la anteriormente mentada Orotava, Santa Cruz de La Palma o Arucas. Ya quisiera yo para mi Telde una zona calle de nuestra ciudad norteña. Desde aquí animo a los grancanarios que tanto nos gusta conocer otros lares que visitemos Guía, seguro que quedarán enamorados de por vida. Su gastronomía, entre la que destaca como elemento esencial el archifamoso queso de flor, es un aliciente más que completará sobremanera esa experiencia turístico-cultural.

Antonio María González Padrón
Cronista Oficial de la Ciudad de Telde
Director-Conservador de la Casa Museo León y Castillo
Miembro de la Junta de Gobierno de I.C.O.M. – España



FUENTE: INFONORTEDIGITAL.COM (
Jueves 22 de Noviembre de 2007), excepto la foto.
Modificado el ( domingo, 02 de diciembre de 2007 )