jueves, 22 de noviembre de 2007 | |
Esperanza en el cambio (reflexión) Si supiera que el mundo se ha de acabar mañana, yo hoy aún plantaría un árbol. Mientras los científicos del Panel Intergubernamental de Cambio Climático debatían el pasado fin de
semana en Valencia las conclusiones del documento final que expondría su
diagnóstico y pronóstico del clima, un joven, ansioso ante tanta destrucción e
indiferencia, gritaba a través de un graffiti una duda que le angustiaba
terriblemente: ¿Hay vida antes de la muerte? El
informe de los expertos no deja resquicio ni instante para el debate pues el
tiempo se agota: o empezamos a reducir las emisiones de gases que provocan el
ilustre efecto invernadero o nuestra injerencia sobre la dinámica natural del
clima tendrá unas repercusiones pavorosas e irreversibles. Hace
unos días un amigo me comentaba con la mano en el corazón que iniciativas como
el insuficiente Protocolo de Kyoto le sonaban a galaxia lejana. De igual modo,
me afirmaba que él no se sentía culpable de todo este desaguisado, y señalaba
exclusivamente a los grandes lobbies empresariales y a los irresponsables
estamentos políticos, subordinados y subyugados siempre por el avaricioso
apetito del capital. ¿Para qué cambiar nuestros pequeños hábitos de consumo si
quienes realmente ostentan el poder no piensan cambiar, pues siguen
comportándose exactamente igual? El
filósofo José Antonio Marina, en su magnífico ensayo “Anatomía del miedo” apunta cuatro posibles respuestas del ser
humano ante el miedo: la huida, la lucha, la inmovilidad y la sumisión. Y es
posible que ante el reto de frenar el cambio climático, el ser humano, como
individuo, se minusvalore. Cada uno de nosotros tiene en sus manos más poder
del que se imagina. Nuestro planeta necesita que recuperemos nuestra fe como individuos
que deciden libremente. El poder de decisión es un poder ilimitado. Yo compro
lo que quiero, dónde sólo yo deseo; sólo yo decido cómo voy a trabajar, a quién
votaré, cómo será mi casa. Y como yo, todos y cada uno de nosotros. Si entre
todos exigimos otras actitudes, otros productos, otra realidad, gobiernos y
multinacionales se plegarán a nuestros deseos. El
problema del agujero de la capa de ozono, desde que se suspendió la producción
de gases clorofluorocarbonatados (CFC), desapareció, y el pasado lunes pude
leer por fin una buena noticia sobre el sida: la ONU ha revisado sus datos y ha
descubierto que la expansión de la epidemia se está frenando. Como ven,
aún hay margen para la esperanza, para la confianza y el optimismo. Cada
hogar nuestro es capaz de producir hasta cinco toneladas de CO2 al año. Sin embargo, hay un dato fundamental
para frenar el cambio climático: por término medio, un solo árbol absorbe una
tonelada de dióxido de carbono a lo largo de su vida. Para una existencia
equilibrada y responsable, cada uno de nosotros debería plantar, al menos, 125
árboles durante su vida. En
Andalucía, un pequeño pueblo, el de Alcaraz, ha comprometido a su ayuntamiento
a plantar un árbol por cada vecino. Si en Guía arrancáramos nosotros un compromiso
similar, estaríamos hablando de más de 14.000 árboles en nuestro municipio. No
es más que un nuevo sentido común que apuesta por un cambio necesario. |
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Modificado el ( martes, 27 de noviembre de 2007 ) |