jueves, 16 de agosto de 2007 | |
CUESTIÓN DE FE Relatos cortos (6) Erasmo Quintana El Supremo Hacedor de todas las cosas, sin que yo haga nada para merecerlo, ha sido sumamente bondadoso conmigo: Me ha dado una excelente compañera de fatigas y cuatro hijos que me han hecho ser más responsable de lo que era cuando no estaban en este mundo. Siendo aún pequeños solía disponer el tiempo necesario para dedicarlo enteramente a ellos, y, acompañados su madre, dábamos por ahí con relativa frecuencia paseos en nuestro coche para que se me oxigenaran, cosa que les hacía mucha ilusión. Uno de esos días, mi hija la menor, con ocho años no cumplidos y en esos momentos preparándose para la primera comunión, con el desparpajo propio de sus pocos años me sorprendió haciendo la siguiente pregunta mientras el autor de sus días iba atento al volante: -Papá, ¿por qué yo no veo a Dios? A lo cual contesté: - Dios no es visible a nuestros ojos, pero sí podemos adivinarlo, o verlo si tú quieres, a través de su inmensa e inalcanzable obra; Dios está en todas partes, y el lugar donde se le va a rezar y a pedirle algo importante es en las iglesias. Mientras esto como pude contestaba (que es lo que siempre me enseñaron), comprendí que no iba a bastarle. En efecto no quedó su curiosidad infantil del todo satisfecha, porque inmediatamente me espetó algo contrariada: - Yo no lo veo en ninguna parte, papá, y en las iglesias, son estatuas las que hay, o cuadros, representándolo. Insistí diciéndole que en las iglesias hay una lamparita siempre encendida, que es el Santísimo, y allí está Él continuamente presente; y que cada vez que se celebra una misa entrega su cuerpo y su sangre, todo por su infinito amor a nosotros. De soslayo y por el retrovisor pude observar que hacía un mohín que la delataba, por lo que pude adivinar en ella una cierta reacción mezcla de frustración y desencanto, a lo que me dije para lo cóncavo de mi corazón: - ¡Es mucho para sus pocos años! Desde aquel día no hice sino desear que cuando tuviera más edad, pueda ver a Dios en la ola que rompe en la roca; en la brisa que mueve la hoja; en la mariposa que va, coqueta, posándose leve de ésta a aquella rosa. En el pinzón azul, que azaroso, protege su nido; en la cara del niño en su cuna dormido. En el abuelo contemplativo y paciente esperando su “hora”; en el joven, que inflamado de ilusión temblorosa, requiebra a la moza. En la alegría, la pena tenebrosa; en las esperanzas rotas. En esos por-qué, para-qué, a-dónde de nuestra existencia. En el desaliento, en fin, y la euforia loca, y en esos insondables abismos del alma quiero que vea a Dios, como su padre. Erasmo Quintana Ruiz agosto-2007 |
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Modificado el ( mircoles, 31 de diciembre de 2008 ) |