lunes, 20 de noviembre de 2006

La batalla de los quesos

Leyenda que recoge García de la Torre, en un libro titulado “Nuevas Leyendas Guanches”, publicado en Barcelona en 1969

ImageNos cuentan las crónicas,  que después de la primera batalla de Tirajana, las huestes de Pedro de Vera intentaron acorralar de nuevo al ejército guanche, que acaudillado por Doramas y Taxarte, había cobrado nuevos bríos con aquella primera victoria. Fue tan intensa y tan duradera la ofensiva, que las piedras comenzaban a menudear y los hombres de Vera, protegiéndose tras sus escudos y rodelas, gateando peligrosamente iban progresando vertiente arriba, pegados al terreno cual si de él formaran parte. Alguien dio la orden de utilizar los grandes y endurecidos quesos que se guardaban en las profundas cuevas del cenobio, para lanzarlos contra los agresores.

Esta famosa batalla que se dio realmente, ha sido y continúa siendo objeto de empecinada controversia no por lo que a su existencia se refiere, que como decimos es aceptada por la mayoría de los especializados en estas cuestiones, sino por su ubicación, ya que es imposible llegar a un acuerdo en cuanto al tiempo en que dicha batalla debió celebrarse con exactitud y el lugar concreto donde pudo haber tenido lugar.
En si, la batalla como tal y el hecho de ser apellidada “de los quesos”, nada tiene de particular ni ofrece motivo alguno para que pueda ser puesta en tela de juicio. En realidad lo que en ella sucedió, no fue ni más ni menos que lo que puede ocurrir en un caso semejante en cualquier hueco de la historia bélica del hombre.

Nos cuentan las crónicas, que en esto de chismografía siempre parecen estar muy adelantadas y no sabemos como, pero bien informadas, que después de la primera batalla de Tirajana, las huestes de Pedro de Vera intentaron acorralar de nuevo al ejército guanche, que acaudillado por Doramas y Taxarte, había cobrado nuevos bríos con aquella primera victoria. Tampoco en esto están de acuerdo los historiadores.
 
Es curioso observar estas discrepancias ante hechos que tuvieron que sucederse inexorablemente, discrepancia que nos habla de la profunda debilidad del juicio crítico del hombre como historiador. Si la Historia fuera escrita por mujeres, de nada podríamos extrañarnos si llegáramos a sorprender tal cual inexactitud, en la seguridad de que ello siempre se debería a una participación apasionada del inalienable sentimentalismo femenino, que como es lógico, tiene que deformar a través del prisma caleidoscópico del sentimiento, la fría escueta realidad objetiva.
Mas en este caso de la batalla de los quesos la confusión resulta completa.
 
Hay quienes la achacan al caudillo guanche Ventagay, al que ya conocemos como intérprete de otros interesante pasajes dela epopeya canaria y un estratega brillante de su pueblo. Sin embargo, por razones físicas y metafísicas, preferimos la primera versión y seguimos a las huestes de ambos ejércitos jugando a la guerra por las cumbres isleñas, en donde vemos a Pedro de Vera empeñado en cortar la retirada de los guanches, para impedirles su acceso a Tejeda.

Parece ser que para la época de esta batalla, ya el rey de Gáldar, Egonayga Semidan, se había convertido al catolicismo y a la causa hispana, con el nombre de Fernando Guanarteme y era utilizado por Pedro de Vera, Gobernador a la sazón de Gran Canaria para intermediar con los indómitos nativos que no querían aceptar la definitiva sumisión a la nueva Corona. En uno de estos riscos, rodeados de profundos valles y cañadas, se atrincheraron los canarios, seguidos muy de cerca por las tropas de Vera, quien antes de dar batalla, puso en práctica su método disuasivo utilizando para ello los servicios de don Fernando.

Los canarios se hicieron fuertes en torno a unas cuevas y construcciones de pastores, próximas a un retirado Cenobio que albergaba un número que la historia no precisa, de “magadas” dedicadas al culto y a la meditación. Al requerir Don Fernando a los rebeldes y exhortarles a la pacífica entrega de sus armas, deponiendo para siempre de su hostil actitud hacia la causa invasora, aprovechan los historiadores tal coyuntura, para poner en boca de Doramas una de las más hermosas y floridas piezas de la oratorio dramática de la epopeya guanche.
 
Afeo en efecto Doramas al Guanarteme su carácter de sometido intermediario, con estas palabras:
 
-Mucho me afrenta y avergüenza que un hombre de tu estirpe, apellidado hermano de raza y mi pariente, a quien un día he servido como fiel vasallo, haya traicionado nuestra causa, claudicando cobardemente ante el invasor. “Vuélvete con tus aliados si de verdad quieres ponerte de nuevo al frente de los tuyos, ya que estamos dispuestos a luchar hasta la muerte. “¡Que lejana tu conducta y tu imagen de mi abuelo y gran Rey Artemis Semidan, que cayó luchando por su tierra y por los suyos! ¡Imposible me resulta creer que seas hijo de tan grande hombre!

Pero todo fue en vano y la batalla dio comienzo. La lucha fue desesperada y cada hueco del terreno, cada piedra, servía para ocultarse y defenderse tenazmente de los bien preparados y aguerridos atacantes, secundados además por un nutrido de nativos muy conocedores de aquellos parajes. La pelea se alargaba porque Pedro de Vera con objeto de evitar un mayor derramamiento de sangre, influido por los ruegos de Don Fernando, pretendía sitiar por hambre al ejército canario , en la seguridad de que en un corto plazo tendrían que deponer necesariamente sus armas, al carecer de alimentos.
 
Y aquí es donde entra en juego la tan señalada importancia de estos cenobios o monasterios en los que las personas encargadas del culto, generalmente sacerdotisas acompañadas por mujeres ancianas de la familia que las ayudaban en sus menesteres, iban acumulando objetos y alimentos que en épocas adversas y de malas cosechas, se repartían entre l población vecina, y a su vez contribuía de algún modo, al mantenimiento de dichos cenobios. En esta oportunidad la circunstancia de tal almacenamiento no solo sirvió par prolongar la resistencia de la gente canaria, sino que, como vamos a ver, parte de estos recursos fueron utilizados como verdaderas armas contra los soldados españoles.
Como pasaron los días y Pedro de Vera no viera señales de debilidad en el bando contrario, encontró la explicación al problema, por lo cual ordenó concentrar los esfuerzos de sus hombres hacia el agreste lugar en donde estaba enclavado el cenobio.
El paraje no podía ser más escabroso.
 
Construido en una pequeña plataforma que quedaba libre sobre el saliente de un farallón, el cenobio resultaba casi inexpugnable y los hombres que lo defendían, tenían suficiente tarea con echar a rodar ladera abajo gruesas piedras que hacían verdaderos estragos entre la tropa atacante.
Pero fue tan intensa y tan duradera la ofensiva, que las piedras comenzaban a menudear y los hombres de Vera, protegiéndose tras sus escudos y rodelas, gateando peligrosamente iban progresando vertiente arriba, pegados al terreno cual si de él formaran parte. Detrás los arqueros con sus venablos trataban de proteger este avance de la infantería, con buenos resultados.

Por parte de los guanches, todo el mundo tomaba parte en la batalla. Grandes y chicos. Hombres y mujeres. Jóvenes y ancianos. Pero la desazón y el cansancio si iban apoderando de la gente. Todo comenzaba a escasear y los heridos mezclaban sus lamentos con los gritos de los combatientes y el fragor de piedras y venablos chocando estrepitosamente.

Alguien dio la orden de utilizar los grandes y endurecidos quesos que se guardaban en las profundas cuevas del cenobio, para lanzarlos contra los agresores. Por un momento, trabajando con ahínco mujeres, niños y ancianos,, los defensores pudieron disponer de nuevo material arrojadizo que utilizaban con verdadera maestría.
 
Los quesos, en forma de grandes bolas, eran echados a rodar por la pendiente, alcanzando directamente a los que con tanta tenacidad trataban de cercarse. ¿Cuál fue el resultado de tan singular operación? En principio los cosas parecían marchar satisfactoriamente. Sin embargo, como dice el refrán, “en el pecado se llevó la penitencia”, porque los quesos al deshacerse, llamaron l atención de los atacantes, uno de los cuales por pura curiosidad, se llevo a la boca un trozo de aquella materia blancuzca, observando con sorpresa, no exenta de satisfacción, que se trataba de balas comestibles.

Y esta fue la perdición de los canarios, ya que sin pretenderlo contribuyeron a alimentar generosamente sus adversarios.
Ya se habrá imaginado el lector que este queso para los sitiados ofrecía pocas posibilidades de ayuda alimenticia ya que faltos de agua, su ingestión mas bien les producía molestias que beneficio, convirtiéndose así este alimento en el tan conocido “ahoga-gatos”, que muchos lectores habrán conocido en sus respectivas regiones. Sin embargo, los atacantes, con mas libertad de movimientos y mejor pertrechados, encontraron en estos quesos la providencialidad de un nuevo maná.

Como era de esperar la batalla terminó con la rendición de la gente canaria que probablemente con tan infausto motivo y ante tan adversos resultados obtenidos con el queso de marras, se formaría el propósito de permanecer sin probar este alimento durante una buena temporada.
Modificado el ( mircoles, 31 de diciembre de 2008 )