viernes, 14 de octubre de 2011
GRILLO
Un relato de Braulio A. García

A Grillo lo encontramos Celia- mi pareja de entonces- y yo, en la Carretera de Canillejas a Vicálvaro, un día que salimos con la intención de hacernos con un perrito y estábamos tratando de localizar a una protectora de animales situada en algún lugar entre esos dos barrios madrileños. El pobre estaba junto a un taller mecánico en actitud mendigante, con el rabito metido entre las patas y las orejas gachas. Al interesarnos por él, nos dijeron los del taller que probablemente  alguien lo habría  abandonado y que se mantenía por allí porque ellos le daban un trozo de pan de vez en cuando, que si lo queríamos, nos lo podíamos llevar sin problema, que mejor estaría en nuestra casa que cerca de aquella carretera con tanto tráfico.

Celia lo llamó y, sin abandonar su actitud sumisa, vino trotando ladeado, como lo hacen todos los cachorrillos, hasta nuestro coche. En sus ojillos legañosos traía encendida  la esperanza de haber encontrado a unos buenos samaritanos dispuestos a matarle un poco el hambre. “Pobretico, ¿nos lo llevamos?” – me preguntó la granaína mientras recibía cien mil lametazos del perrillo-. Cuando lo cogí para meterlo en mi Dodge Dart del año catapún, “me di de cuenta” que el pobre esta “lisiadito” de pulgas y  pringado- o emporcado-  de hocico a rabo.

Nada más llegar a casa, lo metimos en la tina y lo bañamos a conciencia para descubrir, después de cuatro o cinco enjabonadas y otros tantos aclarados,  que además de pulgas y de la costra de grasa y tizne del taller,  también portaba un buen número de bien aferradas garrapatas. Lo secamos vigorosamente entre los dos para que se le quitara el tembliqueo- estábamos en invierno- y le arrancamos con unas pinzas, una a una, un par de decenas de esos asquerosos ácaros. Entonces, ¡oh milagro!,  empezó a emerger ante nuestros ojos una preciosidad de unos tres  meses de edad, de color negro azabache, ojos vivaces, y unas  patas enormes que acababan en unas almohadillas también desproporcionadas, lo que me hizo pensar que el jodío iba a ser grandecito. Mientras devoraba con glotonería una escudilla de leche tibiecita con pan en remojo, decidimos llamarlo Grillo, haciendo honor a su color.

icon LEER TEXTO COMPLETO


Modificado el ( domingo, 16 de octubre de 2011 )