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martes, 18 de septiembre de 2007
Epílogo espontáneo de Las Marías 2007


Por Javier Estévez.

Hasta hace unos 5 millones de años, durante el Mioceno, donde hoy resiste el Conjunto Histórico de Guía, se explayaba la costa norte de la isla; tal es así, que los riscos de la Montaña de Guía eran prodigiosos acantilados batidos por un mar inconcebible y donde se concentraba un rumor extinguido de olas quebradas. Tras la pacífica y contundente retirada del océano miocénico y hasta hace unos 500 años, donde hoy se yergue un ordenado amasijo de carne y piedra declarado Conjunto Histórico Artístico Nacional, campeaba un soberano bosque de palmas, acebuches, almácigos, dragos y sabinas. Desde hace 196 años, cada tercer domingo de septiembre vuelven a encontrarse en sus antiguos dominios, mar y monte, bucio y rama, mioceno y holoceno.

Si Guía tuviese tiempo propio, calendario municipal, el primer día del año estaría reservado para el lunes siguiente a las Marías. Sería inevitable. De este modo, hoy los guienses estaríamos inaugurando el año 197 de nuestro particular discurso temporal.

Tengo que confesar que nunca me han gustado los lunes en los que desembocan inexorablemente Las Marías. Me producen una aguda desazón y hasta cierta desorientación. Son terribles. Sufre el pueblo una invasión poderosa de silencio y resaca, que acosa y derrumba todas las horas consumidas durante el fin de semana, como si fuese la reparación justa y necesaria por interrumpir los humanos los dominios seculares del sigilo.

La 196a edición del voto de Vergara contó, por primera vez, con una representación institucional de Gáldar, primera y última capital de la antigua Canaria. Es de celebrar, que duda cabe, pues el voto original, el de la Montaña que alguien en los programas de las fiestas está empeñado en alomar, contó con las lágrimas y la esperanza de los paisanos, azorados por la ansiosa langosta, de Caideros, Saucillo, Fagagesto, Luzana y otros caseríos de las medianías galdenses. A la 196a edición de Las Marías no acudió, como siempre, el alisio, escondido perennemente en septiembre tras las colinas amarillas y agostadas de los cortijos. Su ausencia refuerza su condición de viento ateo y haragán.

Sin un viento que lleve en sus manos viajeras los vítores, agradecimientos y reconocimientos a quien se le atribuye el insecticidio milagroso y liberador, no queda más remedio que conjugar pulmón y bucio y extraer ese sonido tan marítimo que hasta los barcos lo imitan cuando parten hacia la nostalgia y el olvido.

Tanto sonaron este fin de semana las caracolas que por las calles circuló un viento anónimo con olor a mar remoto y pródigo. Uno cierra los ojos y aún puede escuchar el fragor marino de las caracolas, oler conjuntamente los abrojos submarinos y el aroma violento y pulmonar que desprenden las ramas desgarradas de los eucaliptos sin patria. Yo cierro los ojos y aún vuelvo a ver la silueta de mi padre insuflando arrebatadamente huracanes y tempestades a una caracola tan vieja y ruda como el mar que la parió.

Pocas fiestas son tan rústicas como las Marías. La ciudad se sacude su condición urbana para que el campo irrumpa brutalmente en su geografía. De repente, brotan árboles frutalmente adornados de entre los adoquines, los balcones son sembrados con tal profusión que se confunden con huertos imposibles y cercados verticales y  Nicasio Guerra seduce delicadamente a la primavera para que durante unas horas haga con la fachada de la iglesia lo que en abril hace con los ciruelos. Con el permiso de un verano moribundo, los ripios, las cornisas y los paramentos estériles se transforman en valles fértiles donde despuntan arrebatados plumachos, descolladas esterlicias, quiméricas flores de mundo, anturios de rojo fluorescente y helechos del precámbrico por su dimensión. Más que un templo parece un jardín sin gravedad.

A mí me da igual que La Rama, la fiesta de los Ramos, las Marías, o la extendida Fiesta de la Rama en las Marías sea más antigua, más reciente o más populosa que otras celebraciones de guardar. A mi me seduce por su sencillez rural, por su poética emotividad, por su paisaje delicado, por sus olores, por sus sonidos y por las lágrimas que arrebata del alma basáltica de muchos guienses de votiva confesión.

Que la vida los bendiga. Hasta el año que viene y… ¡Feliz 197 a todos!


 
Modificado el ( martes, 18 de septiembre de 2007 )