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sbado, 15 de septiembre de 2007
Un nuevo manto verde para la Virgen de Las Marías

Por Bruno Quintana

Había también en el desván de la Iglesia (lo que hoy es el bellísimo Camarín) una arqueta de gran tamaño adosada a la pared. Preguntaba yo qué cosa podía guardarse en ella y me respondían siempre que en su interior había un manto viejo de la Virgen, pero jamás se me ocurría abrirla, aunque fuese por curiosidad de ver si tenía valor o no y también porque me parecía que no era yo el llamado a comprobar lo que allí se guardaba, o porque suponía que tal manto sería de poco o ningún valor. Así pasaron veinticinco años sin saber el valor que pudiera tener el manto, que tan bien guardado estaba.

Pero como la Providencia Divina lo tiene todo dispuesto -orden, medida y para el tiempo que tiene determinado en sus designios eternos, llegó el día en que por un arrebato de interés me hice acompañar de don Miguel Gordillo Díaz, profesor de EGB, y nos dirigimos a las "Catacumbas", nombre que recibía la parte baja de la antigua casa de doña Eusebia Armas, donde estaba depositada la arqueta por haberse iniciado ya las obras de renovación del Camarín. Entre los dos sacamos la arqueta al patio y, tras abrirla, nos quedamos asombrados y sobrecogidos de admiración al encontrar un auténtico y valiosísimo tesoro, encerrado durante tantos años. Yo, que ya me había dado cuenta de que la Santísima Virgen sólo tenía un sencillo y pobre manto y traje de color verde para revestirla en las fiestas de Las Marías y las Ramas vi la posibilidad de encargar la confección de un nuevo manto y traje verde, enriquecido por todo aquel lujuriante oro de muchas y variadas formas.

Por eso, al domingo siguiente, fui informando a los fieles en todas las misas. Les comenté el hallazgo de un tesoro encontrado en un manto de tisú de plata completamente raído y, por lo tanto, inservible; manifestándoles al mismo tiempo mi propósito de encargar su confección y traspasar a un nuevo manto verde todos los bordados y tejidos de oro, para que lo usara la Virgen en la fiesta de Las Ramas, porque el que tenía era muy pobre y estaba desteñido por la acción inexorable de la luz. Insistí en que sólo hacía falta una persona pudiente y devota de la Virgen que sufragara los cuantiosos gastos que tal trabajo suponía.

Y aquí llega el momento, el día y la hora que el Señor y su Santísima Madre tenían determinado para el descubrimiento de tal tesoro y el destino que se le habría de dar. Terminada la misa de las diez de la mañana y estando ya en la sacristía, llegó la señorita María Torrent Galván manifestándome que doña Milagros Rodríguez Bolaños de Mauricio, que se hallaba en el templo, le encargó que me comunicase que ella se haría cargo de sufragar todos los gastos que el nuevo manto ocasionara.

En aquella misma semana envié a dicha señora el manto viejo y raído con todo el oro que contenía para que lo viese y se hiciese cargo de la belleza y el valor del mismo. Pocos días después me dirigí a su domicilio para agradecerle su generoso ofrecimiento, tener un cambio de impresiones y determinar la comunidad religiosa a la que había de dirigirse para solicitar de la misma, mediante contrato, la confección del manto verde y traspasar al mismo todo el oro encontrado.

Dicha señora, en un gesto de sinceridad, me declaró que el día que yo anuncié el hallazgo y solicitaba algún "mecenas" para sufragar la reconstrucción, ella estaba pensando en su asiento, en la entrada de la Capilla del Calvario, qué cosa, que obsequio ofrecería a la Virgen de Guía para hacerle pública manifestación por un gran favor que, por su mediación, había recibido en aquellos días anteriores. Al oír mi alocución, exclamó en su interior: "¡Eso se lo ha inspirado la Virgen; eso es lo que Ella quiere para que manifieste públicamente mi gratitud por ese gran favor que me ha obtenido! Por eso, inmediatamente se lo comuniqué para su conocimiento y satisfacción".

Días después, aquella señora, acompañada de doña Francisca Estévez Pérez de Mauricio, viajó al Císter de Teror para entrevistarse con la abadesa del mismo y exponerle su propósito de que en dicho convento se confeccionase el traje. La entrevista se llevó a cabo y, por un malentendido o por temor a un trabajo intenso, manifestaron que tardaría en hacerlo años.

Dichas señoras regresaron a Guía desalentadas. Extrañado por tal negativa, les dije que me encargaría de hablar con las monjas y esperaba que aceptaran el encargo.

El 15 de noviembre de 1969 invité a don Fortunato Estévez Galván para que me acompañase a Teror para la entrevista con la abadesa. Concedida la misma, a través del locutorio le expusimos nuestro objetivo, dándole cuenta de la anterior visita, de sus resultados y de la desilusión ante la negativa que aquellas mujeres recibieron. Tras un amplio cambio de impresiones, definitivamente aceptaron la confección del manto de la Virgen.

En el mes de diciembre empezaron el delicado trabajo. Tardaron ocho meses, pues en la primera quincena de julio de 1970 avisaron a la señora Rodríguez de Mauricio que estaba completamente terminado. Doña Milagros y su esposo, don Antonio Mauricio Padrón, generosos patrocinadores de esta maravillosa obra, acudieron al Císter y, en una de sus dependencias, pudieron contemplar el manto, expuesto de una manera espectacular, presentando un aspecto -según me contaron- que llegaba a subyugar a todo aquel que lo contemplaba. Entusiasmados por la belleza y riqueza artística de la obra, pagaron el doble de lo que habían convenido el día que las monjas aceptaron llevar a cabo el delicado trabajo.

Con gran regocijo y satisfacción se trajeron el nuevo manto a Guía, previéndose que fuera estrenado en las fiestas del 15 de agosto. Anteriormente, se dejó expuesto en la Iglesia para que todos pudieran admirarlo. Sin duda, una joya rescatada del olvido y recuperada para la Virgen.


NOTA: TEXTO EXTRAÍDO DE LAS MEMORIAS DE DON BRUNO, TRANSCRITAS POR SANTIAGO BETANCORT BRITO (q.e.p.d.) EN 1998 y PUBLICADAS EN EL DIARIO DE LAS PALMAS.

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Modificado el ( sbado, 15 de septiembre de 2007 )