Ciudad de Guia (Gran Canaria, Spain)

CUESTIÃ“N DE FE

Relatos cortos (6)

Erasmo Quintana

El Supremo Hacedor de todas las cosas, sin que yo haga nada para merecerlo, ha sido sumamente bondadoso conmigo: Me ha dado una excelente compaÃ±era de fatigas y cuatro hijos que me han hecho ser mÃ¡s responsable de lo que era cuando no estaban en este mundo. Siendo aÃºn pequeÃ±os solÃa disponer el tiempo necesario para dedicarlo enteramente a ellos, y, acompaÃ±ados su madre, dÃ¡bamos por ahÃ con relativa frecuencia paseos en nuestro coche para que se me oxigenaran, cosa que les hacÃa mucha ilusiÃ³n.

Uno de esos dÃas, mi hija la menor, con ocho aÃ±os no cumplidos y en esos momentos preparÃ¡ndose para la primera comuniÃ³n, con el desparpajo propio de sus pocos aÃ±os me sorprendiÃ³ haciendo la siguiente pregunta mientras el autor de sus dÃas iba atento al volante: -PapÃ¡, Â¿por quÃ© yo no veo a Dios? A lo cual contestÃ©: - Dios no es visible a nuestros ojos, pero sÃ podemos adivinarlo, o verlo si tÃº quieres, a travÃ©s de su inmensa e inalcanzable obra; Dios estÃ¡ en todas partes, y el lugar donde se le va a rezar y a pedirle algo importante es en las iglesias.

Mientras esto como pude contestaba (que es lo que siempre me enseÃ±aron), comprendÃ que no iba a bastarle. En efecto no quedÃ³ su curiosidad infantil del todo satisfecha, porque inmediatamente me espetÃ³ algo contrariada: - Yo no lo veo en ninguna parte, papÃ¡, y en las iglesias, son estatuas las que hay, o cuadros, representÃ¡ndolo. InsistÃ diciÃ©ndole que en las iglesias hay una lamparita siempre encendida, que es el SantÃsimo, y allÃ estÃ¡ Ã‰l continuamente presente; y que cada vez que se celebra una misa entrega su cuerpo y su sangre, todo por su infinito amor a nosotros. De soslayo y por el retrovisor pude observar que hacÃa un mohÃn que la delataba, por lo que pude adivinar en ella una cierta reacciÃ³n mezcla de frustraciÃ³n y desencanto, a lo que me dije para lo cÃ³ncavo de mi corazÃ³n: - Â¡Es mucho para sus pocos aÃ±os!

Desde aquel dÃa no hice sino desear que cuando tuviera mÃ¡s edad, pueda ver a Dios en la ola que rompe en la roca; en la brisa que mueve la hoja; en la mariposa que va, coqueta, posÃ¡ndose leve de Ã©sta a aquella rosa. En el pinzÃ³n azul, que azaroso, protege su nido; en la cara del niÃ±o en su cuna dormido. En el abuelo contemplativo y paciente esperando su â€œhoraâ€; en el joven, que inflamado de ilusiÃ³n temblorosa, requiebra a la moza. En la alegrÃa, la pena tenebrosa; en las esperanzas rotas. En esos por-quÃ©, para-quÃ©, a-dÃ³nde de nuestra existencia. En el desaliento, en fin, y la euforia loca, y en esos insondables abismos del alma quiero que vea a Dios, como su padre.

Erasmo Quintana Ruiz agosto-2007