lunes, 30 de julio de 2007 |
IL POSTINO
Por Javier Estévez
Casi siempre que veo por las calles a Tomás Moreno me acuerdo de Mario Jiménez, joven pescador y protagonista principal de la novela "El Cartero de Neruda" de Antonio Skármeta, llevada al cine e interpretada brillantemente por Philippe Noiret y Massimo Troisi. Este joven, decide abandonar su oficio para convertirse en cartero de Isla Negra, donde la única persona que recibe y envía correspondencia es el poeta Pablo Neruda. Jiménez admira a Neruda y espera pacientemente que algún día el poeta le dedique un libro, o que se produzca algo más que un brevísimo cruce de palabras y el pago de la propina. Su anhelo se verá finalmente recompensado y entre ambos se entablará una relación muy peculiar.
El cartero fue, sin duda alguna, un personaje popular en el pueblo. Era, probablemente la persona más esperada. Podía ser portador de buenas, malas o inocuas noticias. Pero significaba algo para todos. No es nada exagerado afirmar que su maleta de cuero portó no sólo letras: albergaba más esperanza, temor, felicidad y llantos, que muchas parroquias juntas. Hoy, ha pasado a segundo plano, y la mayoría de las veces, pasa totalmente desapercibido en nuestro paisaje cotidiano.La posibilidad de comunicarnos con alguien al instante, simplemente cuando lo deseamos, ha exterminado aquellas pretéritas y apasionadas cartas. Te echo de menos, es una frase venida a menos y ya sólo relacionamos el término epístola con las cartas de San Pablo. Y no digamos misiva; ¿quién se acuerda de estos términos?La inmediatez ha deshumanizado a los carteros, los ha relegado a portadores casi exclusivos de saldos bancarios y banal publicidad. Ya nadie se emociona o entristece al atisbar a un cartero camino de su portal.Sin embargo, ahora que con tanto ahínco tratamos de recuperar oficios entrañables para la humanidad, no debemos olvidarnos de los carteros. Por favor, no lo hagamos.
FUENTE: PUBLICADO EN EL BLOG DE JAVIER ESTÉVEZ (02.05.07)
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Modificado el ( lunes, 30 de julio de 2007 )
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