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mircoles, 20 de junio de 2007

"EL RÍO"

Por Javier Estévez

Toda geografía tiene su Finis terrae, su non plus ultra, y para la cartografía mental guiense siempre lo fue El Río. Más allá nunca hubo nada. La rada de El Río es el paisaje absoluto, donde todos sus elementos se muestran en su máxima potencia: la horizontalidad del mar se radicaliza ante la vertical y basáltica mirada de los acantilados. Hay dos escenarios que siempre me han minimizado irremediablemente: el inabarcable telón de una noche estrellada y los soberbios acantilados de El Río, que encuadran la ensenada homónima.

Y es probable también que sea de los espacios de nuestro municipio que albergue más magia y misterio: cuentan que en su pequeño embarcadero los ingleses cargaban los mejores caldos que se producían en los terruños llanoparreros; lejos de la leyenda, y cercanos pues al solar de la realidad, son los episodios de estraperlo que se vivieron en nuestra geografía en los cada vez más lejanos tiempos de escasez material e ideológica. O el misterioso túnel excavado por la rumorología y ansias de fantasía del populacho, que conectaba secretamente el casco de Guía con este escenario, eso sí pasando por la sacristía de nuestro templo parroquial para que la huida contase al menos con las necesarias bendiciones de nuestra patrona.

Gracias a que Gloria Betancort sigue con su impagable empeño de no entregar nuestras vidas a la pereza totalizadora que se apodera actualmente de la juventud, volví el pasado sábado a El Río, junto a trece infantes y jóvenes, tras muchos años de ausencias evitables. Cada día que pasa, me convenzo más de que esta mujer es la versión contemporánea del Quijote.

Como bien cantó Machado, el camino y el andar son las mejores metáforas del tránsito humano por la vida, que no es otra cosa que la existencia. Hoy en día, muchos galenos invitan y aconsejan a sus pacientes caminar para así evitar dolencias auspiciadas por el tenaz y terco sedentarismo que nos inmoviliza. Pero caminar no es sólo un grato ejercicio físico, sino que contiene muchos ingredientes de incontestable proyección vital.

De este modo, durante el itinerario que va desde Guía hasta el Río, los jóvenes e impúberes que nos acompañaron no sólo descubrieron valores históricos, etnográficos o naturales que salían a nuestro encuentro, sino que durante el camino pudieron ejercitar y pertrecharse de ciertos valores humanos que les serán muy útiles y necesarios en el incierto transcurrir de su existencia: la toma de decisiones o la resolución de la disyuntiva que se genera a la hora de escoger el itinerario correcto que les conduzca satisfactoriamente a su destino final; la humildad que se destila al solicitar el auxilio de otro compañero de viaje cuando son incapaces por ellos mismos de superar un obstáculo imprevisto que impida su progreso; de igual modo, la humanidad que se desprende al socorrer a ese necesitado compañero; la soledad que les acompaña durante el camino; el descubrimiento de sus límites y verdaderas posibilidades o la aceptación de la condición de uno mismo.

Hay un viejo proverbio oriental que apunta lo siguiente: cuando tengas que elegir entre dos caminos, pregúntate cuál de ellos tiene corazón. Quien elige el camino del corazón, no se equivoca nunca.

Para nosotros, el pasado sábado, la excursión a El Río nos mostró no sólo un paisaje imperioso e íntimo de nuestra geografía cotidiana, sino que nos enseñó, en sus numerosas vueltas que zigzaguean por sus laderas, a escuchar y dialogar un poquito más con nuestro ajado corazón.

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Modificado el ( sbado, 30 de junio de 2007 )