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miércoles, 18 de abril de 2007 |
Música de Papagüevos
Por Santiago Gil
La infancia es una patria surrealista. Todo podÃa pasar. Éramos
crédulos y fantasiosos, bullangueros, y devotos de las tradiciones cuando en
éstas se cruzaban los disfraces, los protagonismos o las devociones.
Nuestro objetivo era llevar la camiseta del GuÃa en un partido de alevines, meternos debajo de los papagüevos, improvisar disfraces o salir a las calles vestidos de monaguillos. A mà lo de monaguillo en la iglesia no me iba mucho. Alguna vez ejercÃ, pero me aburrÃa sobremanera, y no compensaba el toque de la campanilla cuando llegaba el momento de las bendiciones los sermones interminables de don Bruno. Lo de monaguillo era algo fetén cuando salÃas a la calle, sobre todo cargando con el incensiario o con aquellas palmatorias que abrÃan las procesiones. No era fácil conseguir ropa de monaguillo. Pasaba como con los papagüevos, que al final eran los más galletones y los pelotas los que imponÃan su ley (la infancia es como la vida: casi siempre ganan los más fuertes o los petimetres que halagan y pelotean a quien haga falta para no perder chance). A lo mejor te dejaban la ropa para una procesión menor entre semana, pero no para el dÃa de la Virgen, para Corpus o para el Viernes Santo. La decepción y la impotencia me llevaron a pedirle a mi madre que me comprara una ropa de monaguillo. No era lo mismo que conseguirla en la iglesia, pero al menos no tendrÃa que mirar la procesión desde la acera. Me prepararon una ropa de monaguillo roja y blanca para Corpus. Yo salà muy ufano pisando las alfombras junto a los monaguillos oficiales. No llevaba nada pero estaba en el centro de la fiesta, y además en Corpus, que tenÃa el plus añadido de pisar el serrÃn, las chiripitas y los dibujos de sal primero que nadie. Don Bruno hacÃa la vista gorda a mi apócrifa presencia. Se veÃa que no le gustaba mucho que yo viniera con el uniforme desde mi casa, pero como éramos pocos claudicaba y nos dejaba salir en procesión. Al Corpus supongo que le siguió el Corazón de Jesús, la Virgen de GuÃa, San Roque, Santa LucÃa y San Sebastián. Ya se habÃan acostumbrado a mi presencia rojiblanca y me dejaban llevar parte del atrezzo procesional, incluido el incensario que daba gloria bendita olerlo de cerca. Todo fue bien hasta la primera Semana Santa. Me estaba reservando para el dÃa grande. No quise salir ni el martes con el Cristo de la Columna ni el miércoles con la procesión del Encuentro. Yo tenÃa todas las miras puestas en el Viernes Santo. Los jueves era otro cantar, y la lucha por el protagonismo y por una moneda de diez duros se libraba en el interior de la iglesia: habÃa que estar desde las dos o las tres de la tarde haciendo méritos para ser uno de los doce elegidos en el lavatorio de pies: me tocó alguna vez, y de hecho creo que fue el primer trabajo remunerado de mi vida, para que luego digan que la iglesia no alienta el capitalismo y la mercadotecnia: nos daban diez duros a cada uno de los doce apóstoles y salÃamos escopeteados al quiosco a ponernos hasta arriba de golosinas. Pero ya digo que el dÃa grande era el Viernes Santo con todas las imágenes de Luján Pérez en la calle. Yo tenÃa previsto colocarme entre el Sepulcro y la Dolorosa, que eran las dos representaciones más solemnes del paso procesional. Ya me veÃa con mi flamante ropa de monaguillo encarnada en medio de la banda y las autoridades, serio pero pendiente de las bromas de los amigos que se quedaran fuera de la fiesta en las aceras. No le dije nada a nadie y me fui a mi casa sobre las cinco de la tarde a ponerme la ropa. Ya cuando bajaba por la calle del Agua noté algunas miradas irónicas y más de una sonrisa. Nadie me dijo nada. Atravesé la entrada de la iglesia ya atestada de gente. Todos iban enlutados, negros o grises, con compungidos gestos, y no habÃa más color que el cielo azul y mi radiante ropa festera de monaguillo encarnado. Aún recuerdo la cara de don Bruno cuando me vio colocarme al lado de la Dolorosa de Luján un par de minutos antes de que bajara las escalinatas de la iglesia. No sé si me llegó a dar algún tirón de orejas, pero sà me acuerdo de su iracundo cabreo por pensar que un chiquillo de siete u ocho años se estaba burlando de la muerte de Cristo. Me mandó a mi casa con cajas destempladas. Yo no entendà lo que pasó hasta muchos años después. No sabÃa por qué no valÃa la misma ropa que habÃa llevado ya en varias procesiones ante la mirada pÃa de los feligreses y la aceptación del sacerdocio oficial de mi pueblo. No recuerdo tarde tan triste como aquélla en la que subÃa las cuestas camino de San Roque como un Adán recién expulsado del paraÃso; de hecho la famosa imagen de Adán y Eva que aparecÃa en los libros de religión siempre me recordó a mà mismo aquella tarde aciaga de primavera recorriendo las calles que en unos minutos pisarÃan los santos y los monaguillos blanquinegros. Una vez me cambié de ropa y salà a la calle a ver la procesión desde la acera todos me preguntaban que cómo se me habÃa ocurrido vestirme con colores alegres, y encima de rojo, para asistir al entierro de Jesucristo. Puede que yo dijera que no iba a ningún entierro sino a una procesión, aunque creo que lo único que hacÃa era quedarme pasmado delante de los integristas que recriminaban mis buenas intenciones piadosas. Desde ese dÃa renuncié a mi vocación de monaguillo y de paso a querer ser cura. Me quedé con la parafernalia siempre colorista y festiva del fútbol o de los carnavales, y con los juegos en la calle. La iglesia siempre fue sinónimo de obligación y de solemnidades que quedaban fuera del conocimiento y de la bonhomÃa; por eso desde que pude salà corriendo.
Abril de 2007.
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Modificado el ( jueves, 19 de abril de 2007 )
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LOS DIEZ DUROSPor Santiago Gil
No nos acordamos de nuestros primeros pasos, pero sà de
nuestro primer amor y de todos aquellos estrenos que han ido marcando
el destino de nuestra existencia. Yo, por ejemplo, recuerdo cada Jueves
Santo el primer sueldo de mi vida. Fue después de misa, hace más de
treinta años. Cobramos diez duros por dejarnos lavar los pies en una
función religiosa con la iglesia de GuÃa totalmente atiborrada y con
todo el boato de don Bruno y el sacristaneo de los meapilas de aquellos
años. |
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MÚSICA DE PAPAGÜEVOS (1) |
Música de Papagüevos
Por Santiago Gil
A veces uno quiere escribir sobre el amor y acaba escribiendo
sobre la muerte. Otras nos planteamos un argumento hilarante y divertido y
terminamos penando por las esquinas con un personaje patético que no da una a
derechas.
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B I B L I O G R A F Ã A |
Reseña del libro de Javier Estévez "DÃas de paso"
Santiago Gil
Javier
Estévez acaba de publicar su primera novela. Para cualquier escritor
ese momento es inolvidable. No es su primer libro publicado, pero sà el
primero en el que la ficción trata de contar lo que a veces no
conseguimos entender por más que tengamos las respuestas delante de
nuestros propios ojos.
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EL JUEVES 24 A LAS 20:30 HORAS
Presentación de la primera novela de Javier Estévez
El
próximo jueves 24 de abril será presentada la primera novela de Javier
Estévez DomÃnguez, acto que tendrá lugar en el Teatro Cine Hespérides
de la ciudad de GuÃa de Gran Canaria. Ese dÃa el autor estará acompañado
de Gloria Betancor y Pedro DomÃnguez que hablarán del autor y
presentarán la novela al público.
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EN FORMATO ELECTRÓNICO "El destino de las palabras", de Santiago Gil, puede adquirirse en Amazon
Attikus
Editores acaba de editar la novela escrita por Santiago Gil, El destino
de las palabras. El nuevo proyecto editorial comandado por Guadalupe
MartÃn Santana inaugura con este tÃtulo su catálogo de propuestas
literarias.
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