Inicio arrow Prosa arrow Relatos arrow La noche. Relatos e.reales. Por Javier Est茅vez Ciudad de Gu韆, 23 de abril de 2024

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domingo, 21 de agosto de 2011

RELATOS E-REALES

La noche

por Javier Est茅vez

La jornada se acercaba a su fin. Mir贸 a trav茅s de la ventana y vio un rect谩ngulo de cielo azul salpicado de algunas nubes peregrinas. Volvi贸 su mirada al interior del despacho, oje贸 el listado que estaba ante 茅l y comprob贸 que tan solo quedaban dos pacientes por pasar. Se sent铆a satisfecho no solo por c贸mo hab铆a transcurrido el d铆a, sino por haber tomado la decisi贸n de cubrir la vacante de geriatr铆a que anunciaba el portal de la consejer铆a de sanidad. Adem谩s aquel lugar ten铆a un indudable valor a帽adido para 茅l: era su pueblo natal y el lugar donde residi贸 hasta los catorce a帽os, cuando sus padres le anunciaron con l谩grimas en los ojos que deb铆an dejar el pueblo inevitablemente y mudarse a la ciuda.

El paciente que acaba de abandonar la consulta hab铆a dejado la puerta abierta y una mujer apareci贸 en el umbral sin atreverse a entrar. Con un gesto de la mano la invit贸 a pasar y le sugiri贸 que tomara asiento en la 煤nica silla disponible que hab铆a en la habitaci贸n. Buenos d铆as, dijo la mujer nada m谩s tomar asiento. Buenos d铆as, contest贸 茅l sin mirarle mientras subrayaba el nombre y los apellidos que aparec铆an en la lista trabada en el portafolio y que le permit铆an no solo confirmar la asistencia de sus pacientes a la consulta sino tambi茅n algo que era muy importante para 茅l: poder llamarlos por su nombre sin tener que pregunt谩rselo antes.

Cuando alz贸 la mirada y descubri贸 aquellos ojos verdes y rasgados que estaban frente a 茅l, no se atrevi贸 a sugerirle que le contara lo que le suced铆a porque sinti贸 tal emoci贸n y rubor que no consigui贸 hablar. Aquella mirada le hab铆a tra铆do a su memoria el recuerdo de una mujer que no ve铆a desde su adolescencia, del 煤ltimo verano que pas贸 en el pueblo antes de emigrar.

Trat贸 de disimular su conmoci贸n corrigiendo su postura en la silla. Sin atreverse a mirarla, sac贸 el bol铆grafo del bolsillo superior de su bata, hoje贸 sin inter茅s varios folios que ten铆a sobre su mesa y traz贸 varios c铆rculos en torno al nombre de la mujer que figuraba en la lista. Cuando finalmente se decidi贸, alz贸 con lentitud sus ojos y al reencontrarse de nuevo con su mirada confirm贸, sin duda, que la mujer que acababa de recordar era la misma que ahora estaba sentada frente a 茅l.

A ella le deb铆a no solo la primera emoci贸n que sinti贸 ante la revelaci贸n de la belleza sino el descubrimiento 铆ntimo y precoz del vigor y la profunda excitaci贸n que desprende siempre el deseo.

Ocurri贸 durante el 煤ltimo verano que pas贸 en el pueblo. 脡l ayudaba en una terraza limpiando las mesas y atendiendo a los clientes. Lo recordaba ahora con asombrosa nitidez. Era la semana de las fiestas y en la noche de los fuegos 茅l la vio aparecer sola entre la muchedumbre. Ella se acerc贸 hasta la terraza y permaneci贸 unos segundos de pie mirando qu茅 mesa ocupar. Ten铆a el pelo color caoba, liso, recogido en un mo帽o alto con la raya a un lado. Llevaba puesto un vestido rojo muy ce帽ido que acentuaba su piel blanca y la atractiva sinuosidad de su cuerpo. Sus piernas no ten铆an medias y sus tobillos desnudos descansaban sobre unos tacones altos de color negro. Desde la puerta del local 茅l la segu铆a con su mirada, embelesado, cuando la voz del encargado interrumpi贸 aquella visi贸n sublime para ordenarle atender la mesa tres. Justo la que ella acaba de ocupar. Al llegar a la mesa la salud贸 con su timidez de adolescente y comenz贸 a retirar los cascos vac铆os de refrescos y cervezas. Mientras limpiaba el mantel, ella encendi贸 un cigarro y 茅l aprovech贸 ese momento para mirar de reojo la hondura de su escote y la forma puntiaguda de sus senos. Cuando se irgui贸 para preguntarle qu茅 deseaba tomar vio que sus ojos eran de un color verde inimaginable. Antes de contestar, expir贸 la calada, apart贸 el cigarro de su rostro, humedeci贸 su labio superior con la punta de la lengua y le respondi贸, sin pesta帽ear, que por lo pronto prefer铆a no tomar nada. Esperaba compa帽铆a.

Esa noche se acost贸 con la madrugada avanzada. Entr贸 sigiloso en su casa, se encerr贸 en su cuarto y se tumb贸 en la cama desnudo. Durante varios minutos permaneci贸 inm贸vil sobre las s谩banas obsesionado con la imagen de ella. Al principio solo ve铆a sus ojos, pero luego record贸 su postura en la silla, el hueco del escote, sus piernas sugerentes y empez贸 a imaginar su nuca, sus pies frescos y desnudos, sus pechos, la aureola rosada de sus pezones, su boca entreabierta y la lengua humedeciendo los labios. Cada imagen de ella le provocaba una agitaci贸n interior, un deseo in茅dito e incontrolable que empuj贸 a su mano a buscar y encontrar en la oscuridad su miembro h煤medo y erecto. Entonces experiment贸 la delicia del contacto, de la agitaci贸n fren茅tica e incontrolable que aceler贸 su palpitaci贸n y agit贸 su respiraci贸n hasta extremos que nunca antes hab铆a alcanzado. Tumbado en la cama, sobre las s谩banas h煤medas por el sudor, tan solo dese贸 prolongar esa agradable excitaci贸n, pero un espasmo el茅ctrico, una contracci贸n placentera e involuntaria de todo su cuerpo provoc贸 el breve final de la eyaculaci贸n.

Nada m谩s terminar not贸 sus dedos mojados y c贸mo una sensaci贸n de fr铆o y humedad se desplazaba lentamente de su vientre hacia las ingles. Le desconcert贸 no solo el r谩pido desvanecimiento de su cuerpo sino la inesperada irrupci贸n de un sentimiento de vergüenza, de arrepentimiento e incluso de miedo. En el colegio salesiano en el que estudiaba les advert铆an casi a diario de las consecuencias que provoca el ejercicio continuado de aquel vicio solitario. Daba igual que 茅sta hubiese sido su primera vez. Se hab铆a masturbado de forma premeditada y ese acto, que unos minutos antes le hab铆a parecido el colmo del placer, se le presentaba ahora como m谩s propio de un animal irracional y de personas salvajes y enfermas capaces de vivir sin moral. Hab铆a pecado contra la pureza de su alma.

No pudo conciliar el sue帽o. Envuelto en las s谩banas y en el silencio mortal de la casa se pas贸 toda la noche encogido, inm贸vil como un animal asustado que espera agazapado en el interior de su madriguera. 

El carraspeo de ella lo sac贸 de sus recuerdos y lo devolvi贸 a la consulta. Volvi贸 a ver sus ojos frente a 茅l y tuvo ganas de sonre铆r pero su profesionalidad se lo impidi贸. Cu茅nteme, dijo al fin, qu茅 le ocurre. Entonces fue ella quien baj贸 su mirada y de forma indecisa comenz贸 a confesar que hac铆a varios d铆as que no pod铆a dormir. Mientras 茅l la escuchaba observ贸 la piel ajada y llena de manchas de sus manos, delgadas, huesudas, y se fij贸 tambi茅n en la abundancia de l铆neas rectas y curvas que arrugaban su cara. Qu茅 injusta e infame es la vejez, pens贸. No puedo dormir, repet铆a una y otra vez ella con la cabeza gacha. Hasta que en un gesto de inesperada dignidad, levant贸 sus ojos, los fij贸 en 茅l y casi sin pesta帽ear revel贸 que pasaba las noches sola y desnuda en la cama, que sent铆a tanta inquietud y zozobra que no encontraba postura ni para dormir ni para estar despierta. Tengo un miedo atroz, continu贸, a cerrar los ojos en la oscuridad de la noche鈥 por si no los vuelvo a abrir nunca m谩s.

San Roque, agosto 2011

Modificado el ( viernes, 02 de septiembre de 2011 )
 

ESPECIAL 1811-2011

En 1811 reg铆a el pueblo, en calidad de Alcalde Real, don Jos茅 Almeida Dom铆nguez, y destacaban como figuras preeminentes nacidas en Gu铆a tres nombres propios que han pasado a la historia de Canarias: el escultor Jos茅 Lujan P茅rez, el can贸nigo y diputado Pedro Jos茅 Gordillo, y el militar y poeta Rafael Bento y Travieso.

Por otro lado, de todas las epidemias que azotaron las islas Canarias en el siglo XIX, Gu铆a sufri贸 especialmente ese mismo a帽o una de las que causaron mayores estragos, la fiebre amarilla.

Y por si fuera poco, en pleno padecimiento de los efectos de la epidemia apareci贸 una nueva plaga, la de langosta, que arras贸 materialmente todo lo que estaba plantado y que hizo protagonizar a los vecinos de las median铆as guienses aquella famosa promesa de que si les libraba el Cielo de la plaga, cada a帽o sacar铆an a la Virgen de Gu铆a en procesi贸n. Cumpli贸se el ruego, llovi贸 tanto en la comarca que las aguas acabaron con la cigarra y desde entonces en Gu铆a se celebra cada septiembre la votiva y popular Fiesta de "Las Mar铆as"

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O P I N I 脫 N


Tradici贸n y folclore se dan la mano en la Fiesta de Las Mar铆as de Gu铆a
por Luis Miguel Arencibia

El tercer fin de semana de septiembre, el pueblo de Santa Mar铆a de Gu铆a celebra una de fiesta declarada en Canarias como Bien de Inter茅s Cultural: La Rama en Las Mar铆as. Es una 鈥渇iesta de agradecimiento鈥 a la Virgen de Gu铆a, que cumple m谩s de dos siglos de vida. All谩, en el a帽o 1811, los agricultores, ganaderos y campesinos de los municipios de Gu铆a, G谩ldar y Moya, tras sufrir un sinf铆n de calamidades (plagas de langosta, la fiebre amarilla, sequ铆a鈥) subieron a la Monta帽a de Vergara y prometieron a su Virgen que, si daba fin a todas estas penurias, cada a帽o celebrar铆a una fiesta de agradecimiento por el milagro otorgado. Y, as铆, generaci贸n tras generaci贸n, Santa Mar铆a de Gu铆a celebra estas fiestas en honor a Las Mar铆as, de la mano de los Mayordomos, los responsables de cumplir la tradici贸n, as铆 como de organizar, conservar la pureza y la devoci贸n de este acontecimiento festivo y religioso.

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