domingo, 18 de abril de 2010 |
Mercí beaucoup
José Manuel Vega
Quizás, solo por circunstancias de la vida, por el trabajo empresarial durante mi niñez que pocos conocen y porque ello me lo permitió afortunadamente, pude conocer más de cerca que muchos otros compañeros a don Marino en circunstancias y paisajes familiares de mi ciudad natal.
Conocí la casa de don Marino cuando aún era un niño y además, monaguillo, lo cual te permitía grandes aventuras.
Después, cuando fui creciendo y al entrar en su casa en ocasiones a través de una gran puerta (creo que desde esa época – hace casi 45 años no he vuelto a atravesar), llamaba desde la planta baja para que muy pausadamente, educadamente siempre y con mucho afecto, se me permitiera el paso a través de una escalera amplia y hermosa, con una parte superior o primer piso que a los convecinos nos resultaba un palacete, (creo recordar, incluso, al padre de don Marino con una chapela viviendo muy independiente en esa planta baja)
Quizás, ese palacete, con sus encantos para la niñez, no hubiese sido tan hermoso de no haber sido recibido en su interior siempre y digo siempre, en mis vagos recuerdos, por una voces amables y una sonrisa de cualquiera de las personas que te recibían o simplemente coincidían con la solicitud de acceso de los niños que nos acercábamos con cualquier motivo, eso si, con un motivo, porque a pesar de estar todas las puertas de las casas en cualquier calle abierta, se respetaba el acceso con una llamada. Lo cierto y este es el motivo principal de mi escrito, es que toda la familia de don Marino imprimió carácter positivo en nuestro pueblo. En el instituto, don Marino no solo fue la primera persona que nos enseñó a leer en el “París Match”, sino que nos saludaba en francés en los pasillos y en la calle. Nos hizo vivir la lengua y la cultura francesa. Fue un avanzado destacado en pedagogía y especialmente, muy especialmente, fue un hombre educado, respetuoso, discreto y colaborador anónimo a través de tantas ideas y aportaciones a nuestra ciudad. Don Marino, no podía evitar escribir algo para usted, lo mismo que lo haría para otros tantos profesores de la época, pero ahora, le ha tocado a usted y quiero que sepa que muchos como yo le estamos agradecidos por esas miradas claras y firmes, a veces duras, pero que me han dado tranquilidad y me he acordado de usted a través de los años cuando por otras circunstancias, muchas, me he visto en reuniones europeístas con grandes personalidades.
Ahí estaba su espíritu, su “oui" decidido y siempre su “mercí beaucoup”, que nos enseñó unido a la disposición a criticar y colaborar.
Ahora, a mí y a muchos de mi generación nos toca darle las gracias y recordarle con cariño.
Puede tener la alegría de que no solo nos enseñó a nosotros, sino especialmente – y eso es de cuna familiar-, a unos herederos que son extraordinarias personas, sus hijos.
Para usted mis respetos y mi recuerdo y para ellos y a su señora mi admiración.
Descanse en paz profesor.
Las Palmas G.C., 17 de abril de 2010.
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Modificado el ( lunes, 19 de abril de 2010 )
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