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viernes, 16 de abril de 2010
Au revoir, monsieur

Hace unos años tuve la necesidad de aprender francés y todos los caminos me condujeron a él. En un principio, las clases eran por una hora, pero se prolongaban durante toda la mañana. Siempre fue así. De las conjugaciones, de la gramática, de los adjetivos y adverbios inertes que encerraban los libros de texto, pasábamos sin tránsitos, ansiosos, al francés vivo que palpitaba en cualquier verso de Verlaine, de Baudelaire o de Valéry.

Monsieur, con usted aprendí que las palabras, al igual que los árboles, tienen raíces, y que como el buen vino, también se saborean dejando múltiples sensaciones no sólo en boca, pues los posos que dejan las palabras sedimentan para siempre en el alma.

Un buen profesor no sólo es quien bien enseña, sino también quien mucho aprende. Le tomo prestada para siempre esta certeza suya. Al igual que le estaré siempre agradecido por mostrarme algo que nunca olvidaré, quizás la mejor lección que usted jamás me ofreció: la douceur de vivre, expresión tan francesa como necesaria hoy, precisamente hoy que todo parece subyugado por las prisas, por la inmediatez y la extrema superficialidad.  
       
Recuerdo la pasión que transmitía al hablar de Francia – su nosotros, los franceses, que tanto decía- pero quiero evocar en estas líneas cómo me inculcó la importancia que tenían las comidas en Francia, no por la gastronomía o el vino en sí, sino por el placer de sentarse a la mesa sin prisas y gozar de una buena conversación con la familia o los amigos.  En esos momentos, ahora es como si volviera a oírselo decir, el gusto de los franceses por la buena vida encuentra su verdadero sentido. Es evidente que con usted no sólo aprendí francés. Aprendí también a vivir.  

Javier Estévez
San Roque (Guía), 16 de abril de 2010.

Modificado el ( domingo, 18 de abril de 2010 )