LAS MEMORIAS DE DON BRUNO QUINTANA QUINTANA

PÁRROCO DE GUÍA (1943-1982)

Fuego en el Camarín, un misterio sin aclarar

(Por la transcripción: B. DE V.)

Hoy vuelvo con el Camarín, aunque con una anécdota que me llamó poderosamente la atención. Durante la renovación y enriquecimiento artístico de la citada sala se produjo un hecho misterioso que pudo ser de fatales e irreparables consecuencias no sólo para el Camarín, sino para todo el templo parroquial que alberga en su recinto una abundante colección de obras de arte de valor incalculable, como son las imágenes del ínclito y famosísimo escultor, hijo predilecto de Guía, José Luján Pérez. Dos Cristos crucificados -uno de tamaño natural y el otro de 0,30 centímetros-, el Cristo atado a la columna, el Señor Jesús del huerto de Los Olivos, el Señor predicador, la Virgen de Los Dolores y la Virgen de las Mercedes son obras valiosísimas, además del Sepulcro y Cristo Yacente de José de Armas. Pero, además de los citados, están los artesonados de las capillas del Calvario, de San José y el Sepulcro, las tribunas del Coro y el artístico tallado del púlpito, obra de Gregorio López.

Resultó que, en febrero de 1966, el artista Juan Serrano Moreno había ya terminado el tallado maravilloso del ropero o vitrina central del Camarín y estaba colocando las puertas del mismo, ya talladas, en la sala que había de ser, en su día, el lugar donde se habrían de colocar los armarios en los que se expondrían los ricos mantos de la Santísima Virgen bordados en oro y la vitrina donde habrían de conservarse las prendas y alhajas que los fieles devotos donan a la Patrona en gratitud, para que sean colocadas en su imagen en la Fiesta Mayor. Ya colocadas las puertas predichas en la citada sala, la señorita Juana López Moreno procedió a policromar las mismas. Colocada una de ellas en un trípode y con el material necesario de pintura, pinceles, paños, etc, ésta empezó su artística labor de policromía.

Su trabajo iba adelantado, con gran complacencia de todos. Pero un día, cuando el reloj de la torre de la iglesia hizo ondular las doce campanadas señalando el mediodía, los que trabajaban en el Camarín se dispusieron a salir para el descanso y almuerzo. Todo normal. Sin embargo, a eso de la una, cuando el tallista Juan Serrano regresó al lugar, quedó terriblemente impresionado al comprobar que ardía la puerta tallada,, que Juana López había empezado a policromarla. Ardían la puerta, una silla y el bote de pintura. El Camarín estaba saturado de humo, con un fuerte olor a tea quemada. Y ante la inminencia de un desastre irreparable, el propio Serrano emprendió en solitario la difícil y precipitada tarea de sofocar el fuego antes de que se incrementara, cosa que logró rápidamente.

Como es lógico, yo bajé precipitadamente las escaleras de la Casa Parroquial fuertemente preocupado por lo que pudo haber sucedido o por lo que pudiera suceder. Y al entrar en la sacristía percibí un fuerte olor a tea quemada. Subí rápidamente al Camarín percibiendo el mismo olor y comprobé lo que había sucedido. El fuego estaba completamente extinguido y los efectos causados eran de poca importancia, lo que me serenó y tranquilizó plenamente. Entonces me dirigí al templo para abrir todas las puertas y así pudiera salir el denso y ocre humo que llenaba el sagrado recinto. Luego me quedé en la puerta central del frontis porque el humo, al salir, era percibido y notado por los transeúntes, que alarmados miraban al templo y, al verme, me preguntaban intrigados que si había sucedido algo o si se había quemado algo en la iglesia. Yo, para no alarmar ni escandalizar a nadie, les decía que como había que limpiar las puertas -de madera de tea- era necesario aplicarle un soplete, y este procedimiento producía humo y fuerte olor, que podía llegar hasta la calle.

Esto que acabo de exponer era verdad, aunque en ese momento no se estaba haciendo, pero lo podíamos imaginar y poner de actualidad para conseguir el objetivo que nos proponíamos de no dar publicidad al episodio de momentos antes, que podía haber causado malestar o desencanto en los fieles de la parroquia.

Pasado el susto, las preguntas salieron al aire, pero sin respuestas. ¿Quién prendió fuego al Camarín? Nadie pudo imaginar ni sospechar quién pudo haber sido, porque entre quienes trabajaban en dicho lugar en aquellos días -eran tres personas (tallista, ebanista y pintora)- ninguno fumaba y los tres salieron a las doce de la mañana para ir a sus domicilios a comer, quedando las puertas del templo y camarín totalmente cerradas. ¿Quién fue, pues, el autor de tal hecho que pudo haber tenido consecuencias irreparables? Nada se sabe. Lo curioso fue comprobar luego que la silla y el bote de pintura que la señorita Juana López utilizaba en su labor, según manifestó, los dejó bastante retirados de la puerta que policromaba y luego los encontramos junto a ella e igualmente ardiendo, lo mismo que una escalera de dos peldaños que utilizaba la pintora. ¿Quién fue? Todo ha quedado en un profundo enigma y sólo pedimos a Dios y a su bendita Madre que perdone a quien lo intentó.

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