LAS MEMORIAS DE DON BRUNO QUINTANA QUINTANA

PÁRROCO DE GUÍA (1943-1982)

 

Mi despedida y deseo: que mis restos reposen bajo las bóvedas del santuario de la Virgen

Hoy, día primero de septiembre de 1.982, entro en el último mes de mi larga permanencia como cura de esta amada parroquia de Santa María de Guía, de la que me ausentaré por imperativo de la jubilación, después de regentarla a plena satisfacción por la amable correspondencia y eficaz y fructífera cooperación de los parroquianos durante treinta y nueve años.

Fijaré mi residencia en la Urbanización Buenavista, en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria. Allí, por lo pronto, pasaré los días que nuestro Padre Dios me tenga señalados, preparándome más intensamente para obtener una buena muerte en los brazos misericordiosos de nuestro Divino Redentor Jesús y su santísima madre la Virgen María. Entre tanto, estaré siempre a las órdenes del señor Obispo y cooperando con los compañeros en el sacerdocio, si creen que en algo les puedo ser útil en la pastoral diocesana o parroquial, siempre que mis fuerzas físicas me lo permitan.

Mi vida ha estado siempre jalonada, guiada, por la protección especial de Nuestra Divina Madre, tanto de estudiante como de sacerdote y, en especial, durante mi larga regencia en la Parroquia, en la que siempre me movía y actuaba bajo su mirada, llena de bondad, pues si durante toda mi vida no me ha dejado ni a sol ni a sombra, es mi ferviente deseo, si no hay inconveniente o imposibilidad, de que, al fallecer, mis restos mortales reposen bajo las bóvedas de este suntuoso santuario mariano y así estén siempre, tanto en vida como en muerte, bajo la dulce mirada de tan buena madre, la Santísima Virgen de Guía.

Yo, por mi parte, pido a su Divino Hijo Jesús, que en virtud del encendido amor de Ella para todos los pecadores, me perdone a mí, pecador, todas mis negligencias, aquellos pecados que haya podido cometer a lo largo de tantos años con los fieles, escandalizándoles, ofendiéndoles por mis deseos de proceder rectamente en mi ejercicio ministerial y por las exigencias pastorales en cumplimiento estricto de las órdenes emanadas de mis superiores jerárquicos; y por lo mismo, yo, con mi corazón hondamente contrito, pido perdón a todos aquellos que, de algún modo, se han considerado ofendidos por mí, por las razones ya dichas.

Y también, por mi parte, no tengo que perdonar a nadie, gracias a Dios, porque nunca me he considerado ofendido por otros, aunque lo hayan pretendido con su proceder con mi persona, con sus alegaciones, con sus comentarios... ; porque siempre procuré obrar rectamente según las leyes y las normas de nuestro Dios y de su Santa Iglesia, y que los párrocos, sobre todo, aunque a muchos no les agrade, queriendo lo contrario, tienen el grave y sagrado deber de cumplir, pase lo que pase.

Y, por fin, pido con toda mi alma a Nuestro Divino Redentor y su Santísima Madre la Virgen de Guía, nos perdone a todos y nos guíe por la recta vía de santidad hacia la vida eterna, abrasados en el fuego de su Divino Amor. El que fue vuestro párroco"

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