Discurso de Santiago Betancort Brito
Director del períodico "Diario de Las Palmas"


No soy yo la persona indicada para hablar en un acto eminentemente literario -donde se ha de hacer crítica literaria-, cuando se trata de presentar una nueva obra. Sin embargo, el hecho de que Octavio Santana haya elegido las páginas de nuestro periódico para adelantar cada uno de los capítulos de su nuevo libro -y la amistad que, a través de DIARIO DE LAS PALMAS y de la que me siento orgulloso, empezamos a compartir hace algún tiempo-, me obligan a expresar unas impresiones que abunden en lo que hoy nos ha traído a este bello marco del Gabinete Literario: el bautizo de lo que, para su autor, viene a ser el espaldarazo a una vocación -transmitir ideas, impresiones...- que alterna con el difícil mundo de la Informática en su cátedra universitaria.
     Y para exteriorizar lo que en estos momentos siento, tengo que volver la vista a un pasado no muy lejano y recordar..., aunque para ello haya elegido algo ajeno a la crónica, a la que como periodista estoy acostumbrado, y expresar solemnemente esos sentimientos en algunos sencillos pensamientos que se me han ocurrido como mejor homenaje al profesor, al escritor, y, especialmente, al amigo.
     Octavio ha tenido la osadía -bendita osadía- de meterse en un periódico y, paulatinamente, semana a semana -con una escritura que, a veces, se nos antoja obsesiva, otras exultante, pero también minuciosa-, no sólo de fijar en nuestras columnas las impresiones de sus viajes hasta el límite de su descripción, sino, además, reconvertirlas en otra cosa, algo así como un relato de una crítica muy personal, de una forma distinta de ver las cosas, que en momentos clave de sus ensayos llega a ser una narrativa arriesgada -mil y un disgustos le han llegado a causar algunos de sus escritos-, directa, torrencial y hasta tumultuosa.
     No seré yo quien analice sus textos. Hablo como director de un periódico que ha tenido el privilegio de ofrecer en primicia esta segunda obra de Octavio Santana. Y como tal, también he tenido la oportunidad de conocer, a través de los numeroso encuentros que he tenido con él, los largos meses de este parto que no hubiese sido posible sin el empeño decidido de este profesor de Universidad -y por encima de todo amigo- para quien la palabra imposible no existe, porque también por encima de cualquier obstáculo- que han sido muchos- está esa ilusión que elimina barreras.
     Primero fue "Viajes por afuera y por adentro". ¿Te acuerdas? ¿Recuerdas aún cada uno de los pasos que tuviste que dar y a los impotentes y codiciosos que no pudieron impedir la impresión de la obra? A los incrédulos interesados y a quienes alardeaban pregonando que aquel libro no vería la luz, Octavio vino a decirles -con una primera prueba informática- que la criatura había nacido. Y así le puso sus mejores galas, vistiéndola de largo, en la brillante presentación del Club Prensa Canaria.
     Pero ahora ha sido distinto. Ni parto prematuro ni cesárea. En silencio, Octavio fue escribiendo cada uno de sus ensayos con la mente puesta en sus islas, al mismísimo suroeste de las columnas de Hércules, y además con un tratamiento tranquilo durante todo el período de degustación, que tiene su día feliz en este momento que celebramos hoy.
     Quiero agradecer a Octavio, porque me siento identificado con muchas de sus impresiones, la oportunidad que ha vuelto a darme de conocer -y, además, amar- mucho más a mis islas. Para cuantos hemos compartido su amistad, estaba claro que después de aquellos "Viajes hacia afuera y por adentro" le ilusionaba redescubrir Canarias y no iba a dejar su primera obra inconclusa, porque su fuerza siempre ha estado impregnada de los grandes valores que la Naturaleza ha dejado en nuestras islas.
     Y no quiero pensar que sea metáfora esa descripción acertada que Octavio Santana hace de nuestros más entrañables rincones, porque, enamorado de estos peñascos, un buen día salió decidido de su querida casa vieja de Telde dispuesto a narrar lo que sus ojos veían y
sentían. ¿O acaso no es una orgía de colores la zona del Janubio y un capricho de formas la Cueva de los Verdes? ¿No reconforta la calma del Golfo y animan a luchar por lo nuestro las pupilas calientes de Los Hervideros?
     Desde su casa vieja de Telde, aquella que encierra los mil y un misterios que un buen día también sacará a la luz, Octavio evoca al inmortal César y trata de comprender por qué las olas revientan su vientre redondo por pretender el amor de las playas llanas de Fuerteventura; hace sonar las chácaras y nos lleva al otro rincón del Archipiélago; a La Restinga, Salmor, Los Órganos, Chipude, La Palma y el Teide, donde el fuego cambia en llanura la vegetación, junto al cósmico Ucanca. Y trata de llegar aún más lejos del Suroeste de las Columnas de Hércules, quizás pensando en esa otra gran aventura literaria que le espera, porque tiene claro que el faro no es sólo guía de capitanes que aventuran sus barcos en pleno desafío de la oscuridad, sino porque ese ojo y el esbelto Dedo de Dios de mi noroeste natal sabrán indicarle el momento propicio para volver a abandonar momentáneamente el faycanato y devolver los valores que la naturaleza y la humanidad mantienen escondidos como un preciado tesoro.
     ¿Qué más puedo decir de Octavio? ¿Recordar acaso aquel día en que, tímidamente, sus escritos aparecían en la columna de lectores de DIARIO DE LAS PALMAS con un simple Opunto Santana, ignorando que la inicial y el apellido correspondían a aquel profesor que había entrevistado años antes por su brillante tesis doctoral, que nada tenía que ver con la literatura? ¿Evocar años en los que, pésele a quien le pese, hemos compartido una amistad entrañable?
     Octavio es un extraordinario y permanente viajero, aunque no por ello, antes que nada, hombre de tierra adentro, de este Suroeste de las Columnas de Hércules, que muy bien ha sabido recoger en esta nueva obra.
     Muchas gracias por tu generosidad, querido amigo. Regresa en paz a tu vieja casa de Telde, junto a tu querida esposa Julia y tu hijo, a la misma azotea de cristales de tus pensamientos, porque, sin duda, aquel sigue siendo el mejor laboratorio para tus entrañables ensayos. Continúa transmitiéndolos y no pares en el camino emprendido, porque la pureza del sentimiento necesita de esa savia que tú has sabido dejar impregnada en tus obras. Muchas gracias, Octavio.