DOCUMENTOS DE INTERÉS PARA 

GUÍA DE GRAN CANARIA

PREGÓN DE LAS FIESTAS EN HONOR A SAN JUAN BAUTISTA 2003 (SANTA MARÍA DE GUÍA)

Por D. Juan Francisco Aguiar Díaz

 

Queridos vecinos y vecinas, muy buenas noches a todos:

Deseo, en primer lugar, agradecer sinceramente la invitación realizada por la Comisión de Fiestas para pregonar las Fiestas en Honor a San Juan Bautista de este año.

Una invitación que he aceptado encantado porque, creo, obedece al mutuo afecto que existe entre nosotros, entre la gente de este barrio y mi persona.

    Muchísimas gracias.

 Seguramente, la mayoría de los aquí presentes esta noche, podrían estar en el lugar en que me encuentro ahora mismo para hablarles de vivencias, personajes y experiencias propias a lo largo de nuestra vida en éste, nuestro querido barrio de San Juan. Estoy absolutamente convencido de que muchos de ustedes, incluso, tendrán recuerdos y anécdotas muchísimo más interesantes y dignas de ser mencionadas, que las que pueda contarles yo durante los próximos minutos.

No obstante, previa invitación por parte de la Comisión de Fiestas de San Juan 2003, aquí me encuentro y me toca desempeñar éste papel durante esta velada juntos. ¡Ojo! No malinterpreten mis palabras como un mero compromiso. Desde el primer momento en que me hicieron llegar la noticia, tras meditarlo durante unos segundos, acepté sin dudarlo un instante. Como bien he dicho anteriormente, es par mí un gran honor ser el pregonero de las fiestas del lugar que me ha visto crecer como niño, como hombre y fundamentalmente como persona.

Para ello, he preferido romper sustancialmente con la idea que la mayoría tenemos en lo referente a un pregón de fiestas. Para mí, hubiese sido mucho más fácil, en un principio, acercarme a cualquier fuente o texto histórico, y elaborar todo un compendio sobre los orígenes de nuestro barrio, contarles sucesos cronológicamente ordenados a lo largo del devenir histórico del lugar en el que vivimos, o visitan por estas fechas los que ya no residen en él, pero que poseen sus raíces aquí mismo, y ésta noche se encuentran entre nosotros.

Con todo ello, pretendo para ustedes, intentar alcanzar dos objetivos principales: Por un lado, no cansarles y aburrirles mucho con un discurso tedioso y demasiado extenso y, por otro lado, conseguir captar la mayor parte de atención de los presentes. Por estos motivos, el hilo conductor de mi labor como pregonero esta noche, va a estar ligado a contarles mis vivencias en el barrio durante la que considero, ha sido la etapa más bella de mi vida: la infancia y posterior adolescencia, ya que por mi juventud, el resto de vivencias son casi coetáneas a todos nosotros, y en mi opinión, carentes de interés.

Para ello, me apoyaré en dos vertientes relacionadas con mi periplo por éste barrio: Por una parte, haré alusión a mis vivencias y anécdotas más relevantes durante mi niñez, haciendo partícipes y protagonistas a muchas personas y personajes que, en cierto modo, jugaron un papel digno de recordar en mi vida, o que por su carisma y peculiaridad, han estado no solamente en mi memoria de vivencias, sino seguramente, en la retina de la mayoría de los que se aproximan por encima y por debajo a mi generación.

En segundo lugar, me apoyaré en el significado y recuerdos que han quedado en mi mente para siempre, de las Fiestas en Honor a nuestro Santo Patrono; mi perspectiva y punto de vista personal de cómo vivía aquellas fechas tan señaladas y tan ansiadas con fervor cada principio de verano.

¡San Juan!, mi querido barrio, en toda la amplitud de su escenario guardo experiencias y anécdotas inolvidables. No entra dentro de mis pretensiones esta noche, hacer un simple inventario de hechos y nombres que definieron mi infancia. Pretendo más bien, recordar a amigos, compañeros y vecinos. A aquellos “actores” que me acompañaron sobre las tablas de éste barrio, y que con el discurrir del tiempo, han filmado la película de una vida más del lugar, de uno más de nosotros, de mi vida. A todos ellos, si me lo permiten, deseo dedicarles estas palabras, desde el respeto para el recuerdo de los que ya no están entre nosotros, pero acompañado del cariño y comprensión de los que permanecen.

Pese al tópico que ello encierra, a bote pronto, podría sonar un tanto descarado y egoísta por mi parte, decir que he sido afortunado al haber crecido en este barrio, supongo que muchos de ustedes diría exactamente lo mismo; no seré yo quien lo ponga en duda, totalmente al contrario, por lo menos en lo que respecta a las anécdotas agradables para el recuerdo. Ni que decir tiene que esta noche no estoy aquí para hablarles de malos recuerdos <<...sobran las palabras>>.

Pues bien; mi etapa escolar, la que conservo con más cariño, se estrenó casi a la par con el nuevo colegio, que allá por el año 78 abría sus puertas a los niños del barrio y sus aledaños. Jornadas de 9 a 12 y de 2 a 4 de la tarde, serían la tónica habitual durante todo este periodo hasta bien cumplidos los 14 años.

Después de la hora del almuerzo, todos volvíamos de nuevo al recinto, unos con más ímpetu que otros. Antes de entrar de nuevo en las aulas a las dos de la tarde como marcaban, durante ese intervalo de tiempo, tenían lugar en los “terraplenes” que circundaban el edificio, numerosas actividades de ocio y juegos de toda índole. Eso sí, la palma se la llevaba la práctica del “futbito”, aquellas grandes selecciones que de forma deportiva representaban a La Dehesa, El Gallego y San Juan, defendiendo a capa y espada el honor de pertenecer a los pagos representados.

Aún resuenan en mi mente los ecos y vítores que lanzaba desde su silla Carmelillo Ortiz, el cual le ponía tantas o más ganas a la pasión de este deporte, que la que pudieran ponerle los jugadores en la cancha, dirigiendo en el papel de entrenador a su equipo: El Gallego. No menos pasión y oficio le ponía Miguelillo el de Melquíades en la portería, su lugar natural en el terreno de juego, grandes amigos y deportistas.

Al otro lado, sobre la tierra en la que hoy se encuentran las gradas, hacían hazaña personajes como José Antonio el de Juan Santiago, reventando boliches con una facilidad que jamás vi en ninguna otra parte. Llegaba al colegio con un solo boliche en la mano, y se hacia durante la partida con los que traíamos los demás, los menos diestros en este juego. Y es que el recinto escolar supuso una nueva forma de concebir el deporte en el barrio. Ya todos teníamos a donde dirigirnos por las tardes.

A eso de las seis más o menos, se juntaban toda la chiquillería y jóvenes del barrio. Señalo lo de jóvenes, ya que en aquellos momentos yo rondaba los diez años más o menos.

Y es que eso del reemplazo generacional quedaba patente en las normas establecidas, los que teníamos menos edad, debíamos llegar antes a la cancha para poder disfrutar de un particular rato de diversión deportiva, ya que más tarde llegaban los “grandes”.

Unos eran “grandes” por lo buenos que eran jugando, y otros simplemente, por que les tocaba por edad, así estaban las cosas. De no respetar esa norma, siempre había alguno que se tomaba la licencia de coger tu pelota y de un patadón ponerla o en la casa de Juanito Santana, o en sus tierras, dependiendo de si el disparo se hacía al naciente o al poniente.

En ese preciso momento comprendías que el final de tu partido había llegado. Aunque siempre cabía otra alternativa para poder seguir jugando, pero eso sí, tenía sus consecuencias: Ésta era la de tener un balón de fútbol en propiedad, con lo cual, cuando llegaban los “grandes”, si aun no habían conseguido tan valiosa esfera para poder comenzar el partido, te invitaban “amablemente” para que jugases con ellos, a cambio de poder disfrutar de tu balón.

Y ustedes se preguntarán: ¿Cuál era la consecuencia de ese intercambio? Pues muy simple: jugabas con ellos unos minutos, te daban tres patadas y un par de pelotazos fuertes, con lo cual el miedo se apoderaba de ti y acababas abandonando el partido. Aunque lo peor era pedirles que te devolviesen el balón, cosa imposible.

Y allí te veías tú, sentado en un lado de la cancha viéndoles jugar hasta que se cansaban por fin, y te devolvían el balón.

Junto a estas anécdotas, podría enumerarles muchas más, pero prefiero centrarme en las que considero más relevantes.

En mi pretensión por recordar a personas que pasaron por mi vida y recuerdo con afecto, tengo el deber de mencionar a casi toda una familia, como eran mi primo Juan Manuel Gil Pérez, su padre Elías Gil León (“El Chaparra” o el Fotógrafo, como prefieran), y su hermana Ángela (como no también “La Chaparra”). Por desgracia para mí, el recuerdo que tengo de los últimos días del famoso “Bar Chaparra”, son imágenes fugaces y casi borrosas, dada la escasa edad que rondaba en aquellos momentos.

Fueron numerosas las tardes y momentos compartidos, ya que junto a Juan Manuel, siendo casi de mi edad, pasábamos grandes ratos jugando a cualquier cosa que se nos pasara por la cabeza. Cuando ya no teníamos a qué jugar y nos aburríamos, siempre aparecía su padre, Elías, e improvisaba sobre la marcha alguna nueva tarea divertida, hacíamos grandes cometas con papel industrial y las echábamos al viento por las tardes detrás de su casa.

Otras de sus grandes facultades, era la de hacernos trucos de magia con los que Juan Manuel y yo nos quedábamos boquiabiertos, por muy sencillos que fuesen. Ahora, eso sí, lo que más me gustaba y deseaba siempre, era entrar en casa de Rosita León, “Marrosa” como le decía yo también al igual que su nieto Juan Manuel, por aquello de que él la llamaba así, y yo hacía acopio del nombre de una forma muy natural, cosas de niños.

Fue allí donde descubrí la que más tarde sería una de mis grandes pasiones, la fotografía. Cuando Elías nos invitaba a su pequeño estudio fotográfico, para mí era como entrar en un lugar mágico. Recuerdo que del techo colgaban aviones de aeromodelismo, con lo cual, para mí, el mero hecho de entrar ya estaba más que gratificado.

Pero era en el momento en el que dedicaba aquellas horas al revelado de las fotos, cuando más me concentraba en su tarea y no quitaba ojo hasta que el proceso de revelado no terminaba. Para mí, no dejaba de ser un hecho absolutamente extraordinario.

Pero ahí no acababa la diversión y las horas para descubrir cosas nuevas. Para eso estaba su hermana Ángela: En su habitación, estanterías llenas de películas, con lo cual imagínense la situación: Un niño de aproximadamente diez años, una época en la que por la tele solo rondaban en aquel entonces la Primera Cadena y La Dos y acudía al Cine de forma muy esporádica con mis padres. Aquello para mí era como poseer un tesoro, ya que para poder ver en la tele Superman, tenían que pasar meses, incluso, me atrevería a decir años.

Pero sin duda, el mejor lugar para jugar era, como no: “El Manchón de Calistro”, ese era un escenario idílico para montar nuestras particulares batallas. No me cabe la menor duda de que los inventores de la primera arma multiusos fuimos nosotros, no “los americanos”, como nos mostraban en las películas. Una simple caña de barranco, pasaba sobre la marcha de ser una espada, a un rifle ametralladora, e incluso un garrote para la lucha.

Allí nos reuníamos Ovidio, Carlos y su hermana Daria Padrón, mis primos: Elena, Pino y Juan Manuel, y como no, mi hermano Héctor. Escondidos entre cañas, tuneras, vinagreras, tajinastes y eucaliptos, improvisábamos campamentos de batalla y pequeños cuarteles generales, desde donde planeábamos las estrategias que nos darían la victoria.

No menos particular era el toque de retirada, aunque éste era ajeno a nuestra voluntad. Desde la lejanía, un buen grito de Dora, (mi madre), marcaba el fin de la batalla, siendo la retirada inminente por mi parte y por la de mi hermano al menos, ya que de lo contrario, la batalla se podría desarrollar en otro cuartel, en el que la victoria no iba a ser nuestra ni por asomo, estaba perdida de antemano.

Volviendo de nuevo a mi etapa escolar, no quisiera pasar por alto a una de las personas que influyeron en otra de mis numerosas aficiones o hobbies, el dibujo y la pintura. Este fue Don Eugenio Moreno Benítez, “Geño el de Asuncionita” para los amigos y allegados. Esta persona supuso un cambio radical en las metodologías tradicionales de enseñanza hasta el momento. Nos sacó por primera vez de las aulas en las horas en las que se impartía la asignatura de plástica, para llevarnos por los diferentes parajes del barrio, entre ellos la magnífica atalaya que supone la Ermita de San Juan. Bloc de dibujo y lápices en mano, nos dirigíamos en fila hacia el lugar programado. Una vez allí, nos decía que nos sentásemos donde cada uno quisiera y que plasmásemos cualquier parte del paisaje en la hoja. Siempre le consideré una persona muy por delante a sus tiempos.

Ya mucho más tarde, coincidiendo con mi adolescencia, recuerdo las tardes de verano en el barrio sentados todos los pibes y pibas en la acera del bar de Juanito “El Pica”. Comiendo pipas como auténticos loros, contando chistes y curiosas anécdotas. Anécdotas simpatiquísimas, curiosamente protagonizadas siempre por Manolín Godoy, José Antonio el de Juan Santiago y Paquito Padrón, el de”La Granja”. Época en la que las motos empezaban a rondar por el barrio con mayor frecuencia, las cuales servían para que todos pudiésemos bajar juntos y disfrutar de un gran día de playa en San Felipe.

Cambiando de tercio. Cómo vivía yo Las Fiestas de San Juan en aquella época:

Los campeonatos de “Futbito” en la cancha del colegio, suponían el pistoletazo de salida de las fiestas, era un acto en el que se reunían numerosos equipos de los diferentes barrios del Noroeste, sobre todo de Guía y Gáldar.

Eran campeonatos muy disputados, con aficiones enteras que acudían a la cancha el día de la final: el 24 de Junio normalmente. Todas las noches, hasta bien entradas las diez u once, se sucedían partido tras partido, suponía otro lugar de encuentro durante el comienzo de la época estival para la gente del barrio.

La Escala en Hi-Fi, significaba uno de los platos fuertes de las fiestas, de los que más afluencia de público y participación convocaban. Con grandes estrellas de la canción como nuestra particular Isabel Pantoja (“Cruci”), que muchas veces te hacía dudar entre si realmente era un Play Back o cantaba en directo, consecuencia de la entrega y pasión que le imprimía a su actuación, como si de una verdadera tonadillera se tratase.

El día 23 de Junio por la noche, implicaba casi de forma obligada el reunirse en torno a una hoguera. Por mi parte, las recuerdo muy familiares o conformadas por un pequeño grupo de amigos, los cuales nos habíamos pasado toda la tarde buscando combustible para la hoguera. Casi siempre, alguno de nosotros, buscaba botes de insecticida vacíos para arrojar al fuego, echándonos a correr temerosamente y escondiéndonos bien lejos para verlos saltar por los aires y escuchar la explosión. Lo cual no aconsejo que hagan los niños aquí presentes esta noche. Asadero de papas y piñas, junto a repetidos gritos de: ¡¡VIVA SAN JUAN BENDITO!!, caracterizaban esa noche tan especial.

Quien no recuerda aquellos Papa Huevos por las calles del barrio, la muchedumbre bailando y saltando. La camioneta marca Ebro de carrocería blanca y verde de Juanito “El Pica”, era la encargada de transportar a la “Charanga” por todo el recorrido. Unos terminaban machacados y otros con ganas de seguir la fiesta hasta bien entrada la noche, cuando tenía lugar en la cancha del colegio la Verbena, lugar desde el cual contemplábamos estupefactos los fuegos artificiales que tenían lugar cerca de la Ermita.

El día de la festividad al Santo patrono, comenzaba desde muy temprano con el lanzamiento de voladores, los cuales te despertaban en tu cama todavía. Había llegado la fecha cumbre de las fiestas. Por un lado la veías con gran ilusión, por otro lado, suponía el fin de varios días de actividades lúdicas y deportivas de manera continua, con lo que la diversión y el entretenimiento tacaban a su fin.

La gente caminando por mi calle para ir a la misa en la Ermita, aceleraban los pasos en mi familia para vestirnos y llegar a tiempo de la misma. Normalmente recuerdo ese día soleado y espléndido, salvo algunas excepciones.

Suponía el reencuentro de familiares y viejos amigos que ya no residían en el barrio, pero que no faltaban a la obligada cita esa fecha como cada año. Una de las características que mejor recuerdo de ese día, era la travesía entre mi casa y la Ermita de San Juan. Humeaban en el ambiente unos olores a “Carne en Salsa” en casi todos los hogares, capaces de resucitar a los muertos. Era día de fiesta familiar.

Repiques de campanas y una traca de voladores, anunciaban la salida del Santo Patrono, y de la copatrona del barrio, Santa Bárbara. Desde la Ermita, hacia la carretera general, pasando la curva de “Juanita La Costurera” hasta llegar por encima del anteriormente conocido como Tele -Club, significaba para un niño de mi edad una dura penitencia, calor y zapatos nuevos, te hacían interminable la procesión.

Solo una idea rondaba mi cabeza en ese momento, lo cual aumentaba mi desesperación, y era la de llegar cuanto antes a la tienda de Fefita, para poder saborear con placer un helado, eso sí, después de hacer una tremenda cola para acceder a uno que su hijo Pepe sacaba de la nevera y por fin era tuyo.

Tocaba la hora de comer en familia y descansar. Pero eso si, deseoso de que llegase la hora de la gran carrera de caballos, los juegos infantiles y la carrera de cintas en Moto por la calle Santa Bárbara.

El jolgorio llenaba la calle a un lado y al otro, las carreras de sacos eran de mis preferidas junto a la de cuchara y huevo. La carrera de cintas en moto, suponía toda una gesta para el victorioso ganador, eso si, siempre la polémica estaba servida: que si la moto iba lenta al pasar por debajo de las cintas, que si la cuerda estaba demasiado baja, etc. etc, Aunque todo aquello formaba parte del juego y de la fiesta.

Tras la entrega de trofeos delante del Tele-Club, todo tocaba a su fin. Lo bueno había finalizado, ya solo cabía esperar al año siguiente y guardar el buen recuerdo de la fiesta recién terminada.

Definitivamente, las fiestas de San Juan quedaban clausuradas el fin de semana siguiente, con un gran asadero de caballas o sardinas delante de la Ermita, lo cual he de reconocer, echo de menos los últimos años.

Ya sin más y esperando les haya sido grata la velada, no entra en mis planes seguir aburriéndoles. Eso si, solo me queda citarles en nuestro barrio para los días venideros, en los que tendrán lugar numerosos actos para la diversión de grandes y pequeños.

Amigas y amigos, vecinas y vecinos, que ustedes lo disfruten en paz y armonía. Doy por iniciadas las fiestas de 2003 en honor a nuestro Santo Patrono San Juan Bautista.

¡¡VIVAN LAS FIESTAS DE SAN JUAN BENDITO!!

En San Juan de Guía, a 13 de Junio de 2003.

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