DOCUMENTOS DE INTERÉS PARA 

GUÍA DE GRAN CANARIA

PREGÓN DE LAS FIESTAS DE SAN PEDRO EN LA ATALAYA DE GUÍA 2004

 Por María Dolores Rodríguez Jiménez

          ¡ Buenas noches a todos!

Dignísimas autoridades locales, comisión de fiestas, vecinas, vecinos y amigos todos:

En primer lugar quiero expresar mi agradecimiento a la comisión de fiestas del barrio por designarme pregonera de nuestras fiestas patronales. Así, aprovecho la oportunidad para saludarlos a todos y dar la bienvenida a los atalayenses que por un motivo u otro viven fuera y tener un cariñoso recuerdo para aquellos que ya no están entre nosotros.

Cuando hace unos días unos miembros de la comisión de fiestas me ofrecieron ser la pregonera, el balcón de mi casa se me fue a caer encima, pues considero que este acto es de una gran responsabilidad y les dije que qué iba a decir yo de La Atalaya que todos sus vecinos no supieran. Pero ellos me abrieron camino diciéndome: Cuente su experiencia como maestra entre nosotros.

Aquella noche no dormí, tenía “ la madre esconchabá ” y cuando al día siguiente llegué al colegio fui derechita al teléfono para llamar a Irene la de Anita y Odón (que de chica era María Asunción) para decirle que se buscaran a otra persona, pero no me contestó. Mis compañeros, al enterarse, me animaron y aquí estoy.

Entonces, me van a permitir que mi pregón verse sobre la enseñanza en La Atalaya.

Les narraré mis vivencias en el barrio, pero antes, retrocedamos en el tiempo: la primera vez que oí el nombre de La Atalaya era yo una niña de 8 ó 9 años. La escuela a la que yo iba estaba al lado de un almacén de empaquetado de tomates. Al empezar la zafra llegaban “las forasteras” para desasosiego de las aldeanas, que perdían de vista a sus novios desde septiembre a mayo en que aquellas volvían a marcharse, aunque muchas se quedaron y formaron sus familias en La Aldea.

Entre ellas se encontraban algunas que decían que eran de La Atalaya de Guía. Quién me iba a decir entonces que con el paso de los años éste iba a ser el lugar donde pasaría la mayor parte de mi vida profesional.

Como sabrán, soy de La Aldea y fue allí donde asistí una escuela unitaria. Al llegar a los diez años empecé bachiller en un colegio, si se le puede llamar colegio a dos cuartos que el ayuntamiento dejó a unos profesores y que se habilitaron para tal fin. Eran los años cincuenta y tantos.

Allí estudiábamos y luego nos examinábamos en Las Palmas. Ésa era la única salida que hacía al año y aunque con el ombligo saltando por los exámenes, íbamos contentas, pues el viaje en “el coche de hora” se convertía en una excursión  ya que para llegar a Las Palmas recorríamos media isla. Nada menos que cuatro horas de “traque traque” que, como decía Pancho Guerra en boca de Pepito Monagas: “Aquello no era un coche sino la máquina de la china apisonándome el sentío”.

Pues terminé bachiller y luego en la Escuela de Magisterio de Las Palmas de Gran Canaria me hice maestra, mejor dicho, me dieron el título, porque enseñar lo hice todos los veranos para ganar algún dinerillo con el que ayudar a la maltrecha economía familiar.

Empecé mi vida profesional a los dieciocho años y ya con diecinueve y con las oposiciones aprobadas comencé mi andadura profesional en San Isidro.

Allí conocí a un niño al que le ensayaba una obra de teatro titulada “El amor en bicicleta”. Aquel niño se llamaba Benito y me lo habría de encontrar, con el paso de los años, aquí en La Atalaya, casado con Lola la de Celestinita.

Pasaron unos años y con veintipocos pedí la plaza en el Colegio Veinticinco Años de Paz de este barrio.

¿Que por qué la pedí? Pues porque me quedaba a medio camino entre Las Palmas y mi Aldea. Además, había oído una coplilla de folía en la que se nombraba a Roque Prieto y a La Atalaya como “el distrito más poblado de Guía de Gran Canaria”. La folía la tocaba la Rondalla de Chanito o Princesa Guayarmina y la cantaba Laya, que luego sería una compañera en el colegio. Otro motivo fue que mi marido es de Barranco Hondo de Guía y  eso me influyó para solicitar esta plaza.

Bueno, pues he aquí que en septiembre del año 1972 llegué al que hoy es mi colegio, situado a los pies de una bellísima montaña por la que siempre he sentido admiración. Se me antoja ver en ella a una madre que arropa y mece al barrio en su falda, a la vez que le transmite el calor de sus entrañas y cuida de la seguridad de sus hijos, pues su pico, El Pico de La Atalaya ,tiene sentimientos maternales desde que fue el Vigía que defendía este lugar de los ataques de corsarios que llegaban a nuestras costas. 

Aquí me encontré con un grupo de gente joven que, como yo, nos íbamos a comer el mundo, y con otro de “maestros mayores” (entre comillas) que con su buen hacer y cariño nos aportaron su experiencia y nos mostraron el camino tan bonito y tan difícil que es enseñar niños.

“Los maestros mayores”, que eran todos más jóvenes que yo ahora y “ no me encuentro mayor”, aunque mi compañero Pedro de vez en cuando, me piropea diciéndome: “Estás mayor” o “ Cuando sea mayor quiero ser como tú”. Pues don Pedro, empiece a practicar que ya le queda poco.

Como les decía, que se me fue el baifo, aquellos maestros, que fueron también mis maestros, no fueron otros que:

Don Antonio Saavedra, que no sé cómo se las arreglaba para tener siempre los zapatos brillando como un espejo. Cuando necesitábamos alguna ficha de dibujo sólo teníamos que ir a su clase. Él no tenía Internet, pero bajar fichas las bajaba...del ropero, claro. Hasta muchos años después de su jubilación teníamos láminas que nos dejó en herencia. Gracias don Antonio.

Les contaré que entonces no había fotocopiadora, sí teníamos la multicopista pero el utilizarla era una historia, por lo que usábamos la llamada imprentilla casera o vietnamita. La hacíamos con una mezcla de gelatina y cola de pez que colocábamos en una bandeja tamaño folio. Con un calcar hacíamos el cliché, lo colocábamos encima de la mezcla y quedaba grabada la ficha. Luego pasábamos por encima los folios, sacando tantas copias como necesitáramos. Después con una esponja y con agua borrábamos y vuelta a empezar.

El director era don Juan Arencibia Sosa, hombre sereno, de sonrisa afable, que destacaba por su bondad, porque sabía escuchar y darnos la solución adecuada a los problemas que le planteábamos. Y no sólo al profesorado sino a la gente del barrio.

El colegio cambió su nombre de Veinticinco años de Paz por el de Juan Arencibia Sosa el diecisiete de junio de 1984, que bien merecido se lo tenía. Seguro que si yo bajara de este escenario y les preguntara opinarían y dirían más que yo de él.

También director fue don Jesús Merino, que más que director era un amigo al que siempre podías acudir y al que todas considerábamos como un padre.

Don Sigfrido Calero al que tengo que agradecer que me dejara la vivienda del colegio que él tenía asignada  y en la que viví durante 8 años. También fue director hasta su jubilación.

Y así podría seguir enumerando a Srta. Rosa Hernández, a doña Adoración, a la que tuve por vecina, maestra de mis hijos, y que fue como la sustituta de mi madre; a doña Ita, la ATS del edificio de maestros y a la que podías tocar a cualquier hora que la necesitaras. Grandes amigas e inmejorables maestras que dejaron sus enseñanzas grabadas en muchas generaciones de atalayenses.

¿Y cómo me iba a olvidar de Don Francisco Molinos, “Pacuco” “pa” los amigos? ¿Quién no recuerda su risa o los ecos de su voz retumbando en los pasillos del colegio? Fue un impulsor del deporte en La Atalaya. Estuvo al frente del equipo de fútbol durante 25 años. Además, era el encargado de comedor. En esa época teníamos a Nievitas (q.e.p.d.) y a Enedina de cocineras. Los martes tocaba comer berros de primero y tortilla de segundo y de postre conserva que colocaban por un lado de la tortilla. Desde entonces en mi casa y en la de muchos maestros cuando se come tortilla se suele acompañar con conserva. Gracias Nievitas y Enedina.

Otros compañeros que han dejado su huella en el barrio fueron Domingo y Juan Castellano, ambos directores, Isaac Oropez que nos dejó de recuerdo el jardincillo que hay en la entrada del colegio, Berta Bolaños maestra de infantil, y Mercedes Moreno maestra de Religión que durante tantos años trabajó sin asignación económica y de la que el Obispado prescindió cuando la Consejería exigió titulación para impartir la asignatura.

Otra compañera y vecina del edificio de maestros fue Milagrosa García Cruz. Vivía encima de mi casa y cuando se le derramaba el cubo de la fregona en su casa llovía en la mía.

Pero volvamos a septiembre del año 72 y les diré que las maestras que llegamos fuimos Rosy, Aurora, Gloria, Loly, Bienvi y yo. También llegó Gonzalo pero él daba clase en Becerril junto a Doña Pino.

Me parece que fue ayer y ya han pasado 32 años. Las presentaciones fueron en el pasillo del colegio y don Juan Arencibia nos llevó a nuestras aulas, en nuestro querido Grupo Viejo. Allí hicimos piña. Teníamos los niños de Preescolar y Ciclo Inicial. Era como el semillero donde empezaban a crecer los que al llegar a tercero ya eran “grandes” y se iban al Grupo Nuevo.

Las clases eran por la mañana y por la tarde. Yo, entonces, tenía sólo una hija de año y medio: Silvia, que fue un poco la hija de todas. Cuando se dormía la acostábamos en el ropero y poníamos a un niño sentado en su silla delante para que no se cayera.

Este niño fue el amigo de mi hija durante su primera infancia. Era Juan Luis, hermano de Enri y Mariola, otra de nuestras pregoneras.

Sólo había especialistas de Educación Física y de Inglés para la Segunda Etapa, pero los pequeños no se quedaban por ello sin su actividad deportiva aunque terminaran empolvados de arriba abajo, pues como recordarán el patio del colegio viejo era de tierra, lo que cuando llovía era una ventaja, pues entonces tocaba el taller de cerámica.

Yo estuve unos 8 ó 10 años en Preescolar. Recuerdo que no sólo venían los niños del barrio, sino también niños de otros lugares que estaban en la guardería pues no todos los colegios tenían creada la Educación Preescolar.

Aparte de maestra hacía de dentista. ¡Cuántos dientes arrancados y envueltos en un papelito para al llegar a casa ponérselos al Ratoncito Pérez!

Hubo una época en la que el Grupo Viejo tenía siete aulas: las cuatro que aún están, dos en el patio y otra donde la A.M.P.A. tuvo el despacho y que nosotros llamábamos el cuartillo de Marcelino, porque él dormía allí. No sé si mis compañeras recuerdan a este personaje popular que todos los días nos saludaba besándonos la mano, siempre con su radio a cuestas y  con todos sus enseres en una carretilla.

El día que tocaba Música metíamos a todos los niños en una clase y allí yo les enseñaba las canciones infantiles de la época.

De ese tiempo recuerdo también a Gonzalito, el jardinero del barrio, que nos tenía el jardín hecho un primor.

Un pizco más allá teníamos el bar de Gerardito, donde nos tomábamos el café en la hora del recreo.

Estaba a gusto en La Atalaya y aunque tuve oportunidad de irme al colegio de Guía, más cerca de mi casa, no lo hice porque aquí me sentía acogida e hice de este barrio mi casa y decidí que este sería mi lugar de trabajo “hasta que el cuerpo aguantara”.

Además ¿cómo no voy a querer yo a La Atalaya si viviendo aquí creció mi hija mayor y nacieron mis otros tres hijos que son el tesoro más grande y del que más orgullosa me siento?

Han pasado muchos y muy buenos maestros desde entonces. Los que más tiempo nos han acompañado han sido: don Juan Sosa Molina, que también fue director, doña Violeta Bautista, don Antonio Mauricio y don Juan Agustín ,estos dos últimos están aún en el Centro.

De aquellos maestros que llegamos en el 72 sólo quedamos en el colegio Srta. Rosy, don Gonzalo y yo.

Pero remontémonos a los orígenes: me contaron que la primera maestra de La Atalaya, estamos hablando de antes de la guerra, fue doña Marina Hernández que tenía su escuela donde se encuentran actualmente las oficinas de Mapfre. Era una escuela de niñas y la ayudaban con las manualidades y las labores su madre, doña Clotilde, y su hermana, doña Laura (como un anticipo de las actuales especialidades).

El maestro de los niños era don Blas y su escuela estaba en el lugar donde Nena tiene la tienda de deportes. .

También me hablaron de don José García que daba clase en la casa donde hoy viven Jacinto y Pepa Rivero.

En los primeros años de la década de los cuarenta se estrenó el Grupo Viejo y entre sus primeras maestras figuraron Srta. Pilar y doña Marina, que, habiendo sido destituida durante la guerra, fue rehabilitada y volvió a la Atalaya.

En la mente de todos los mayores revolotean los nombres de doña Carmen, Srta. Secundina, doña Dolores, Srta. Juana Jordán, don José Molina ,don Ángel o don Marcial.

También en el Grupo Viejo estuvieron Srta. Milagrosa y su marido don Miguel Rodríguez, al que el municipio en agradecimiento a su labor le dedicó la calle donde está ubicado el actual colegio.

 Desde mi llegada a La Atalaya el barrio ha evolucionado favorablemente. Recuerdo que en los primeros años, la carretera que la unía con Guía, tenía un tramo en el que si te encontrabas con la guagua de Nano tenías que retroceder porque no cabían  dos vehículos.

Hoy, La Atalaya es un barrio muy bien comunicado y con muy buenos servicios de transportes públicos así como otras mejoras que hacen que sea un lugar cómodo para vivir.

Me refiero a que tenemos: farmacia, guardería, residencia de ancianos, club de pensionistas, supermercado, joyería, cafeterías, panadería, ferretería y ... hasta dos ciento cincuenta.

Se me quedaba atrás la plaza en la que estamos, remodelada hace unos años y que a diario la algarabía de los niños llena sus espacios, donde los mayores se sientan a hablar y a descansar y que, en tiempos de fiestas, sirve de marco para celebrar actos como éste o sus magnificas verbenas.

Otra cosa que no puedo dejar de mencionar son las fiestas del colegio. Tanto las de Navidad como las del día de Canarias sin olvidar los carnavales. Siempre que nos han invitado hemos participado en las fiestas patronales ofreciendo obras de teatro, poemas o bailes folklóricos.

Y ahora aprovecho que tengo delante al señor alcalde para decirle:

Sr. alcalde, como educadora le pido que invierta en educación todo lo posible, pues los niños son nuestro futuro y, aunque de momento la rentabilidad es nula, se ha comprobado que es la mejor inversión que se puede hacer. Prueba de ello es la cantidad de profesionales que, en todos los campos, tenemos en nuestro barrio para orgullo de nuestro colegio y que es la única satisfacción que tenemos cuando, al encontrarlos por la calle, nos saludan con cariño como agradeciéndonos nuestras enseñanzas.

Todos los enseñantes tenemos muchas anécdotas de nuestros alumnos. Me van a permitir contarles aunque sea una:

Me gusta inculcar en ellos el amor por nuestra tierra, enseñándoles sus tradiciones o su folklore. En pocas palabras, quiero que la conozcan para que la quieran y la cuiden. Pues un día les dije: esta tarde pregunten en casa lo que es el calado canario. Uno de ellos se fue al bar de Pablo y allí entrevistó a un albañil que se estaba echando “unos pizcos”. Al día siguiente me trajo un tratado completo de los materiales necesarios, la forma de mezclarlos en la proporción adecuada para echar un buen “encalado canario”.

El colegio actualmente es un centro de infantil y primaria con algunas deficiencias como no disponer de un gimnasio (apunte Sra. concejala, porque dicen que el dinero ya está concedido).

Es un Centro con solera, con un buen equipo directivo y un grupo de maestros que trabajamos con ilusión y que tanto enseñamos conocimientos como limpiamos mocos o guisamos una manzanilla.

Contamos con once unidades y aunque, como decía antes, tenemos carencias de infraestructura, de mantenimiento y, como en casi todos los colegios, de nuevas tecnologías, no nos achicamos ante nada.

Y llegando al fin de este pregón quiero, de todo corazón, dar las gracias a mis padres porque si hoy estoy aquí es gracias a su sacrificio y a que supieron  valorar que lo importante era dar a sus hijos una preparación para el futuro. Gracias a ellos y a mis hermanos mayores por todo el apoyo, que en épocas tan difíciles me brindaron.

Y como he hablado de mis vivencias pedagógicas, quisiera ofrecer este pregón a mis compañeros los maestros y maestras que han pasado por La Atalaya, a los que aún trabajan aquí, a los que ya están jubilados, a los maestros y maestras del barrio que fueron a nuestro colegio y que aún viven en él y a los que ya no están entre nosotros, pero que estoy segura siguen viviendo en el corazón de los que fueron sus alumnos. Vaya para todos ellos mi más cariñoso abrazo y este poema de Gabriel Celaya que en unos pocos versos resume la grandeza del maestro:

         

Educar es lo mismo

que poner un motor a una barca....

Hay que medir, pesar ,

equilibrar...

... y poner todo en marcha.

Pero para eso

uno tiene que llevar en el alma

un poco de marino,

un poco de pirata,

un poco de poeta

y un kilo y medio

de paciencia concentrada.

Pero es consolador soñar

mientras uno trabaja,

que ese barco, ese niño

irá muy lejos por el agua.

Soñar que ese navío

llevará nuestra carga

de palabras

hacia pueblos distantes,

hacia islas lejanas.

           Y ahora que estamos en fiestas les sugiero que consulten el programa se echen “la camisa por fuera” y salgan a divertirse. Hay actos para todas las  edades .

Vivamos la fiesta con alegría y respeto y que los forasteros que nos visiten sean bienvenidos y que se sientan como en casa.

Y yo como pregonera ordeno que hagamos un paréntesis en nuestra rutina diaria y nos preparemos para la fiesta porque la fiesta es alegría, la fiesta es acogida, la fiesta es encontrar al amigo que no has visto desde el año pasado...

La fiesta, señores, es...  ¡¡¡LA FIESTA!!!

 

¡VIVA LA FIESTA! ¡VIVA SAN PEDRO BENDITO!

¡ VIVA LA ATALAYA!

 

IR A LA PÁGINA PRINCIPAL

IR A LA WEB OFICIAL DEL MUNICIPIO DE GUÍA